En el Solís. "La estrella de Sevilla", de Lope de Vega, por la Compañía Nacional de Teatro Clásico (España)

Destellos vigentes del Siglo de Oro

El rey, de paso por Sevilla, se prenda de los encantos de Estrella Tavera; soborna a la dueña con la promesa de dinero y libertad; entra en la casa por la noche, en ausencia del hermano de la dama, Busto Tavera, que lo sorprende y reconoce y reprende. El rey huye, pero ha de vengarse. Llama a un valiente caballero de Sevilla, Sancho Ortiz de las Roelas, que ama a Estrella y está a punto de casarse con ella, con «escrituras y papeles» ya firmados. El rey ordena a Sancho que mate a un enemigo suyo, cuyo nombre dejará escrito en un papel. Sancho se resiste al principio, sin saber que la víctima es su futuro cuñado, discute la decisión del rey: si su futura víctima es culpable, ha de ejecutársele, con escarnio y en la plaza; si no es culpable, ¿por qué hay que matarlo? El rey insiste, Sancho baja la cabeza, asiente, promete cumplir y, una vez solo, lee el nombre de su víctima. Es el drama de la «obediencia debida»: ¿debemos cumplir órdenes a todas luces injustas? No puede desobedecer la orden del rey, a quien dio su palabra; pero cumplir la orden es matar a un honesto amigo y futuro cuñado; es también matar su romance con Estrella. Sancho mata a Busto, es descubierto y condenado a muerte; se niega a dar la razón de su crimen. La trama se complica con el encuentro desesperado de los dos amantes y hasta con un descenso de Sancho a los infiernos, previo a su ejecución y…no revelaremos el desenlace, que baja de las alturas de un comienzo a lo Sófocles o Séneca a un llano próximo a la comedia. Según Vasco, la obra se atribuye a Lope de Vega, aunque queda la duda sobre quién fue el autor. Sea como fuere, «La estrella de Sevilla» muestra un sentido de la tragedia de primer orden, un esbozo de caracteres muy competente, todo ello con una sobriedad verbal dentro de una versificación brillante, que, para nuestros conocimientos, en el siglo de oro sólo se vio bajo la pluma del Fénix de los Ingenios.

Desde «Romance de amor y muerte» y en la voz de Estela Medina, no habíamos oído decir tan bien el verso clásico a actores españoles. Hubo una general buena dicción, clara y expresiva; las dificultades del verso, los encabalgamientos, hiatos y sinalefas sonaron siempre bien y coherentes con un idioma español universal, que ignoró todo color local y acentos regionales. La dirección logró, con algunas dificultades autoimpuestas que veremos en seguida, un espectáculo cautivante y de ritmo ágil, como conviene al espíritu de la obra.

¿No hay más que elogios? En un espectáculo de primer nivel, anotamos tres o cuatro pequeños reparos. El primero está en la asignación del papel de Busto Tavera a un intérprete excelente, que dice bien y de buena mímica; pero que por la edad más parece el padre o un tío de la deliciosa Estrella (Muriel Sánchez). Encontramos que un Busto juvenil, juventud que sus parlamentos no desmienten y aún afirman, estaría más en la atmósfera de la obra. A diferencia de la no menos sobresaliente anterior presentación de la misma Compañía Nacional de Teatro Clásico («Don Gil de las calzas verdes» de Tirso de Molina, abril de 2008, teatro Solís), el escenario es despojado y geométrico, con una tarima y cinco o seis paralelepípedos que los actores llevan y traen y disponen de varias maneras. El director Eduardo Vasco aludió a la sencillez de las puestas en escena del siglo de oro; pero esta danza de paralelepípedos, que nos recordó a «Los persas» en la puesta en escena de Dmitri Gotscheff (Porto Alegre, setiembre de 2008), es muy siglo XX y muy teatro clásico «modernizado». Por más buena voluntad que pusimos, no vimos el más mínimo sentido en ninguna de las muchas y pesadas evoluciones de los bloques, un trajinar que conspiró abiertamente contra la agilidad de la narración. El vestuario asignó ropas del siglo XX a todos los personajes, lo que puede ser válido; pero los trajes negros sobre camisas negras con medias y zapatos negros de todos los personajes masculinos salvo uno, el cómico, pareció una concesión a la moda del «teatro moderno». Fue una nota lúgubre, tan innecesaria como ajena al vibrante espíritu del drama que se representaba. Y si de notas hablamos, la música, a cargo de un «violín barroco» igual al violín de todos los tiempos, fue prescindible cuando no derechamente molesta.

LA ESTRELLA DE SEVILLA, de Lope de Vega, por la Compañía Nacional n de Teatro Clásico (España). Con Daniel Albaladejo, José Vicente Ramos, José Ramón Iglesias, Francisco Rojas, Mori Ceballos, Jesús Calvo, Arturo Querejeta, Jaime Soler, Muriel Sánchez, Paco Vila, Eva Trancón, Fernando Sendino, Jesús Hierónides y Angel Ramón Jiménez. Escenografía de Carolina González, vestuario de Lorenzo Caprile, iluminación de Miguel Angel Camacho, espacio sonoro, versión y dirección de Eduardo Vasco. Estreno del 29 de abril, teatro Solís.

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