LIBROS: Estar allí entonces. La experiencia de un norteamericano que se enamoró de la Cuba socialista

Testimonios del heroísmo de una revolución que desafió al imperio

En «Estar allí entonces», el autor Gregory Randall ­norteamericano de nacimiento pero cubano de adopción­ construye un revelador testimonio acerca de la revolución socialista que enfrentó heroicamente al imperialismo de los halcones de Washington, durante más de medio siglo.

El escritor, que está radicado en nuestro país junto a su esposa uruguaya, vivió durante su niñez en México, creció y se educó en Cuba y trabajó en Francia, donde nacieron sus tres hijos.

Es ingeniero en telecomunicaciones, doctor en Informática, profesor de la Facultad de Ingeniería, Prorrector de Investigación y Presidente de la Comisión Coordinadora del Interior de la Universidad de la República.

Esta es una historia de vida de sesgo autobiográfico, pero también el minucioso registro de una experiencia de compromiso con el proyecto de cambio más radical, impactante y removedor de la segunda mitad del siglo pasado.

Narrando su peripecia existencial como si fuera una novela, Gregory Randall evoca su azarosa infancia junto a su madre, la poeta y luchadora social Margaret Randall. En buena medida, esa circunstancia condicionó la vida del autor y de sus hermanas, que compartieron los mismos desafíos que su progenitora.

Las imágenes impresas en la memoria del ingeniero devenido escritor, nos sitúan imaginariamente en la década del sesenta, cuando la familia se trasladó inicialmente a México.

En 1968, la izquierda latinoamericana experimentó la fermental emergencia de compartir la corriente libertaria que recorría el continente, luego del triunfo de la revolución cubana y de la malograda epopeya del guerrillero Ernesto «Che» Guevara.

Otro hito de resistencia de la época fue el emblemático Mayo Francés, que tuvo fuertes repercusiones en América Latina y, obviamente, en nuestro Uruguay, donde las fuerzas represivas del gobierno de Jorge Pacheco Areco sembraron violencia y desolación.

Los sucesos que rodearon a la abominable masacre de Tlatelolco acaecida el 2 de octubre de 1968, resultaron cruciales en el destino de la familia Randall.

Como se recordará, ese día fuerzas del ejército mexicano y el grupo paramilitar Batallón Olimpia reprimieron salvajemente a una manifestación pacífica encabezada por estudiantes universitarios, a quienes se sumaron obreros, docentes, intelectuales y hasta amas de casa que adhirieron a la demostración de protesta.

Aunque el reporte oficial confirmó la muerte de veinte personas, las posteriores investigaciones independientes permiten inferir que el número de víctimas sumó varios centenares.

La caza de brujas lanzada por el gobierno mexicano de la época no dejó otra alternativa a la familia que emigrar rumbo a Cuba, refugio de los perseguidos políticos del continente, que por entonces huían de las dictaduras títeres funcionales al imperialismo norteamericano.

Randall evoca que el proceso de exilio fue algo traumático, al punto que él y sus hermanas llegaron a la isla caribeña bastante antes que su madre y tardaron un tiempo en reencontrarse con ella, cuya salida de México resultó compleja.

Esa aventura de maduración impactó fuertemente en el atribulado niño, que experimentó, desde el comienzo, la cálida solidaridad y hospitalidad de una revolución que estaba en plena efervescencia.

Con la perspectiva que otorga el tiempo, el autor se interna es un pasado colmado de ansiedades, incertidumbres por el reencuentro con su madre, aprendizajes y descubrimientos de un nuevo mundo.

Mediante una escritura que abunda en minuciosas descripciones, el narrador mixtura la nostalgia con la emoción, para retratar a una sociedad que luchaba pasionalmente por su proyecto emancipador.

Randall recrea la cotidianidad de los cubanos, sometidos a múltiples privaciones por el inmoral bloqueo del imperialismo, que intentó vanamente acorralar a un país que inauguraba una nueva era de esperanzas por la consecución de la segunda y definitiva independencia del continente.

Sin soslayar nunca el contexto histórico ­ que sin dudas es muy relevante- el relato se centra naturalmente en las vivencias de la familia y en particular del autor, que se formó, desde su infancia, como un auténtico revolucionario.

Las impresiones más fuertes de Randall remiten a su educación en las escuelas cubanas, donde usufructuó becas que le permitieron acceder a los grandes saberes universales, pero también a una experiencia de vida en contacto con el trabajo.

El régimen escolar que recuerda el narrador era de seminternado, lo cual le otorgaba al Estado una mayor responsabilidad en la instrucción de los alumnos y también en su proceso de concientización ideológica.

Randall valora estas estrategias formativas, en la medida que permitían a los niños madurar más aceleradamente y asumir un prematuro compromiso con la construcción de sus futuros.

Reflexionando en voz alta, el autor recuerda que él y su familia compartieron las mismas vicisitudes que los cubanos, soportando las privaciones y racionamientos característicos de una revolución agredida y con una estructura económica aún endeble y susceptible a las presiones externas que intentaban hacerla sucumbir.

El escritor no soslaya las contradicciones del profundo proceso de cambio que estaba en curso, pautado por algunas marchas y contramarchas, aunque rescata el intrínseco sentido crítico de los cubanos más allá de las eventuales dogmatismos y el monumental liderazgo de Fidel Castro, por quien no oculta su admiración y respeto.

Gregory Randall se reconoce como hijo de una generación radical, inmersa en las tempestades históricas del fermental tránsito hacia el socialismo y en los avatares de una guerra fría que polarizó al planeta y generó alineamientos en torno a las dos potencias hegemónicas de la época.

Demostrando una plausible honestidad intelectual, el creador destaca los extraordinarios logros de proceso de cambio en materia de educación, medicina, solidaridad y equidad social, aunque no elude críticas a la burocratización, a ciertas actitudes que califica de arbitrarias y a lo que considera un vaciamiento de algunas consignas ideológicas impresas en el imaginario revolucionario.

El autor evoca su contacto con líderes referentes de una época de sueños y efervescencia, así como su fuerte compromiso con el Movimiento de Izquierda Revolucionario chileno, que luchó denodadamente contra la sangrienta dictadura de Augusto Pinochet hasta las últimas consecuencias.

Randall asume que Cuba representó un importante mojón en su vida y en la peripecia del continente. Sin embargo, situándose en el presente, afirma que algunas de las certezas del pasado han desaparecido. «Mucha gente cambió su modo de pensar y el contexto general es tan distinto, que uno se pregunta si aquello no fue más que un sueño», afirma con desencanto.

Este libro es bastante más que una mera autobiografía. Es el elocuente registro de una peripecia existencial pautada por la pasión y el compromiso con ideas, proyectos y sueños libertarios.

El testimonio corrobora el alto grado de pertenencia que generó la revolución cubana en nativos y extranjeros, en tanto paradigma de cambio e intento de construcción de la utopía del hombre nuevo latinoamericano.

«Estar allí entonces» atesora un fragmento vertebral de la historia del continente americano, cuyos pueblos aún luchan por la consecución de una sociedad bastante más justa, fraterna y solidaria.

(Edición de Trilce)

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