En la sala Zavala Muniz. Diálogo del ayer y del hoy

Las reglas de la urbanidad en la sociedad moderna, de Lagarce

Los antecedentes son célebres: «Bouvard y Pécuchet» de Flaubert es el más notorio, el «Ulises» de Joyce el más famoso. En «Las reglas de la urbanidad en la sociedad moderna», escrita por encargo, Lagarce pone en escena un libro de buenos modales que podemos situar en los comienzos del siglo XIX: en cada frase, en cada enunciación de la norma del saber vivir, hay un dejo irónico. A veces la mujer (Estela Medina) es consciente de los absurdos que nos suelta con inverosímil fe en su eficacia; a veces parece guiñarnos un ojo y convidarnos a dudar. El libro invita a la comparación, al diálogo, a la sociología, al recuerdo de tiempos que, con buen margen de error, creemos mejores. ¿Eran tan absurdos el galanteo ceremonial, el contrato de matrimonio, que era una consecuencia forzada de la dote, el luto, los velatorios domésticos?. Se muere hoy en los hospitales, donde nada, ni una mancha en la pared, puede reconocerse; luego paseamos los cadáveres queridos por salas alquiladas hasta llegar, en un coche de alquiler, al cementerio. Hay en «Las reglas de la urbanidad en la sociedad moderna» un juego de espejos: el pasado se mira en el hoy, pero el presente se ve reflejado en el pretérito. La risa o la sonrisa que nos suscitan las viejas convenciones, rebotan en un espejo convexo y, ya irreconocibles, nos dan en la cara.

Exorcismo, provocación, invitación al diálogo de las edades, el libreto de Lagarce es eficaz; hacia el fin de la pieza, la eficacia es diferente. Llega un momento en que los efectos, las ironías, las paradojas, el ridículo se repiten; posiblemente esto sea deliberado, porque aparece allí un nuevo género de reflexiones, a partir de la similitud de las rutinas. Nada nuevo bajo el sol. La rutina de la muerte se asemeja a la rutina del nacimiento, a la comprobación de quién de los mellizos nació primero. El desenlace nos dice que todo es pliegues sin contenido, cáscaras sin semillas ni frutas, capas de la cebolla de Peer Gynt.

El director Szuchmacher destacó nítidamente esta extraña dialéctica, este interrogatorio cruzado de dos épocas ante un juez invisible que nos condenará sin distinguirnos del pasado. Ideó un escenario múltiple y simple a la vez, con profusión de mesas, sillas, veladoras y vasos de agua que la Dama (Estela Medina) recorre con la devoción, un tanto dolida, de los fieles que siguen un Via Crucis. Las mesas y sillas son antiguas y hermosas, como si con las más insensatas convenciones del Antiguo Régimen se hubiera evaporado toda la posible belleza de la vida; y nos preguntamos, cuando se apagan las luces y Estela se va para reaparecer con Szuchmacher, si verdaderamente vivimos una era de progreso.

La labor interpretativa de Estela, en un libreto tan lejano de sus mejores posibilidades, mostró, en manos de un experto director como Szuchmacher, toda la ductilidad de la que es capaz. Dominó la escena, el público, la obra, a la que, sin omitir sus aspectos sombríos, hizo casi amable, a veces pícara, siempre con gracia, como si condescendiera a revelarnos que algo hermoso, pero oculto por lo cómico, se perdió en la revolución industrial.

LAS REGLAS DE LA URBANIDAD EN LA SOCIEDAD MODERNA, de Jean Luc Lagarce, en traducción de Ingrid Pelicori, con la actuación de Estela Medina. Iluminación de Gonzalo Córdoba, música de Bárbara Togander, ambientación y vestuario de Jorge Ferrari, coproducción Teatro Solís ­ ElKafka espacio teatral (Buenos Aires, dirección de Rubén Szuchmacher. Estreno del 2 de setiembre, teatro Solís, sala Zavala Muniz.

Te recomendamos

Publicá tu comentario

Compartí tu opinión con toda la comunidad

chat_bubble
Si no puedes comentar, envianos un mensaje