Arte

Dos colosos dialogan a 25 siglos de distancia

La trepidante actividad artística porteña no conoce treguas. En la misma medida, los conflictos políticos y gremiales hacen de la ciudad un caos permanente. Pero la semana pasada quedará en la memoria cultural del país como un hecho histórico. En pocos días se sucedieron la presentación de U2, la ópera El gran macabro de György Ligeti, en versión Fura dels Baus y las inauguraciones de Louise Bourgeois y el Doríforo de Policleto. La simple enumeración, nada exhaustiva, quita el aliento.

Entre las numerosas e importantes muestras individuales de Louise Bourgeois (París, 1911- Nueva York, 2010) que el autor de esta nota experimentó a través de los años (Documenta IX, 1992, Bienales de Venecia y de Lyon, 1993, Bienal de San Pablo, 1996, Centro Cultural de Belén, Lisboa, 1998), la exposición que se exhibe actualmente en la Fundación Proa de La Boca, hasta el mes de junio, con el título Louise Bourgeois: el retorno de lo reprimido, es una de las más notables.

Y lo es porque la escala arquitectónica del lugar potencia de manera exponencial la obra de la artista francoestadounidense, una de mayores y originales escultoras del siglo XX. Y de todos los tiempos. Su colosal Mamam (Mamá), enorme araña de nueve metros de altura y veintidós mil kilos de acero inoxidable, bronce y mármol, está implantada en la vereda, a la entrada de la Fundación Proa, por debajo de la cual se puede circular, palpar y admirar la energía irradiante de los materiales, su textura, rugosidades, soldaduras, brillos y oscuridades de la luz siempre cambiante durante el día y la noche, de sus ocho patas amenazadoras- acogedoras y su vientre fecundado anunciador de nacimientos inminentes.

En el interior, otra sorpresa aún mayor: Araña, 1997, de cuatro metros de altura que se posa sobre una celda circular de acero cubierta por afuera con fragmentos de tapices gobelinos raídos y trozos de hueso caracú incrustados. Adentro, un sofá que perteneció a la propia artista y otros objetos autorreferenciales que remiten a una atmósfera ominosa, los tiempos de la infancia, de esta hija de restauradores de tapices que ayudó a sus padres dibujando pies y ramos de flores. Un trozo de tapiz aparece con un círculo recortado: el que correspondía al sexo de los ángeles que luego sustituía con un ramillete de flores. Bourgeois conservó esos pequeños sexos recortados y así, lentamente empezó a elaborar una obra que hunde sus raíces en una vida hogareña construida de amor y odio al padre, en una conflictividad permanente. La araña como símbolo de creación, protección, siempre devoradora.

Estudió en París en varias academias (Ranson, Julian, Colarossi, La Grande Chaumière), influida especialmente por Fernand Léger, que le abrió el camino a la escultura y, gracias a Paul Colin, visitó dos veces la URSS en 1932 y 1934, época en que los intelectuales franceses simpatizaban con el comunismo soviético. En 1938 se casó con Robert Goldwater, historiador de arte estadounidense y se marchó a Estados Unidos, siguiendo estudios en la Art Students League y es atraída por cubistas, surrealistas y constructivistas, encontrando a André Breton y Marcel Duchamp en Nueva York. Y aunque sigue trabajando en su amplio taller de Brooklyn en grabado, pintura y escultura, es a partir de la muerte de su marido, en 1973, que Bourgeois, ya en plena madurez, adquiere proyección internacional. Recién en 1982 realiza la primera retrospectiva en el MoMA de Nueva York, a los 71 años. En 1985 la primera individual en su tierra natal. Después, la trayectoria triunfal por bienales y centros culturales de todo el mundo.

Al morir su padre, comenzó a psicoanalizarse en 1951, con Henry Lowenfeld, analista freudiano ortodoxo interesado en la creatividad. Y siguió analizándose hasta la muerte de su doctor, en 1985, además de enfrascarse en la lectura de los libros de Melanie Klein.

El retorno de lo reprimido conjura los miedos y obsesiones de una existencia hogareña traumática, infernal, pautada por hipocresías, humillaciones y cobardías del padre, arrogante y machista, en el cual concentra todos sus recursos operativos para exorcizar sus sentimientos de destrucción y odio. Toda su obra, en bronce, en tela maravillosamente tejida y unida en trozos, metal, mármol, son figuras andróginas, la fusión de lo masculino y lo femenino, el erotismo como motor de la creación, las fragmentación de los cuerpos, como ausencia de afectividad y vulnerabilidad del ser humano.

La muestra se compone de 85 piezas de diferentes períodos y cada una de ellas es un alarde de invención disparando inquietantes, perturbadores sentidos e interpretaciones, crueles e iluminadores, además de textos escritos por la artista descubiertos luego de su muerte al año pasado. Está espléndidamente presentada para ejercer la fascinación asombrosa proveniente de lo que rara vez se acepta llamar genio. Como Picasso, como Beuys, hizo de su autobiografía el trampolín para la creación. Es imprescindible visitar este festín de la imaginación.

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