Arte

El Mamba regresa al hogar

Desde 1956, fecha de su fundación, el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires (Mamba) tuvo una vida azarosa. No consiguió un lugar estable para presentar su colección, ya de indudable interés, por cierto. Tuvo residencias efímeras en el Teatro General San Martín, el Museo Sívori y el Correo Central (en los últimos cinco años), para citar los más notorios.

La indomable voluntad de la directora Laura Buccellato, no sólo logró mantener vivo, entre cortes y quebradas, el espíritu del museo organizando exposiciones de gran interés, sino que además recibió la generosa propuesta de remodelación edilicia en forma gratuita por parte de Emilio Ambasz, arquitecto argentino radicado en Nueva York. Que, una vez terminada en 2012, tendrá una superficie total de 11.350 metros cuadrados para albergar un acervo de 7 mil obras, un auditorio y otras comodidades acordes a las exigencias de la museística actual.

Por ahora, la parte reinaugurada a fines de diciembre del año pasado (planta baja y primer piso), más la reciente en abril (sala Project Room, otra moda de nombrar en inglés, para jóvenes artistas y donaciones de los años 60), conforman un ambiente atractivo. Se mantuvo la estructura exterior de la vieja fábrica de tabaco de 1918 que se continúa con la próxima inauguración del Museum Art Center Buenos Aires (Macba, ridícula denominación en inglés para un museo porteño, parte de cuyas obras se exhibieron en la Fundación Atchugarry en el verano) pegadito al Mamba.

De esta manera, esa incaracterística parte del barrio San Telmo en la árida avenida San Juan, amenaza con convertirse en foco de atracción que la modificará sensiblemente en el futuro. A diferencia del montevideano EAC (Espacio de Arte Contemporáneo) en la ex cárcel de Miguelete, estupendamente remodelado pero sin acervo y en un barrio muy degradado, difícil de remontar, el Mamba promete un porvenir abierto y posible a corto plazo.

Entre los elementos fundamentales que faltan, están los ascensores. No es una novedad. Una espléndida y escultórica escalera negra conduce al primer piso, el sector fuerte del Mamba. Allí se ubica El imaginario de Ignacio Pirovano. Pirovano (1909-1980), abogado, pintor, coleccionista, crítico de arte, galerista, mecenas, estudió con el pintor catalán Vicente Puig (de gran actividad anterior en Montevideo) y con André Lhote en París; fue adquiriendo, aconsejado por Tomás Maldonado, obras de las corrientes de vanguardia (pioneros de la abstracción, madí, concretos, geométricos, informalistas). El coleccionismo argentino, con lustrosos protagonistas (Santamarina, Minetti, Di Tella, Benberg, Costantini) tuvo en Pirovano, quizá, al más intrépido de todos al abrirse a la contemporaneidad epocal en similar sintonía con Jorge Helf.

Desde las décadas del cincuenta en adelante, Pirovano, en sus viajes constantes a Europa, fijó su mirada en los maestros de la modernidad: Georges Vantongerloo (1886-1965), aquí con varios e importantes trabajos, Piet Mondrian (1872-1944), Henri Matisse (1869-1955), Vasily Kandinsky (1866-1944), Paul Klee (1979-1940), Joan Miró (1893-1983), Auguste Herbin (1882-1960), Joseph Albers (1888-1976), Sonia Delaunay (1885-1979), Gino Severini (1883-1966), Víctor Vasarely (1908-1997), óleos, témperas, grabados y esculturas, un conjunto único por estas latitudes, al que se agregan piezas históricas de Carmelo Arden Quin (1913-2010), lamentando que en su óleo sobre cartón el barnizado lo haya estropeado y sin recuperación posible, Raúl Lozza (1911-2008), Martin Blaszko (1920), Martha Boto (1922-2004), Gregorio Vardánega (1923-2007), incorporando obras posteriores de Julio Le Parc, Gyula Kosice, Enio Iommi, Ary Brizzi, Alfredo Hlito, Manuel Espinosa. Entre los informalistas figuran Manolo Millares, espléndido, Alberto Greco, Kenneth Kemble, Mario Pucciarelli y Luis A. Wells, entre otros de alto nivel.

El sector actual en la planta baja, Narrativas inciertas, es desparejo, con nombres (demasiados) y obras (pocas, a lo sumo una o dos por artista) desiguales, poco convincentes en la representatividad actual (Leandro Erlich, para citar a alguno, tiene una obra de encanto poético pero nada que ver con lo singular de su trayectoria) aunque en varios casos muy atractivas. No se logró contrapunto deseable entre las dos muestras. Llama la atención el montaje (al contrario de lo que supone la crítica publicada por Valeria González, que autoelogia su labor curatorial), sobrecargado de obras en ambos casos, y la superficial investigación en los textos de los catálogos, en poco inspirada diagramación.

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