El Salón Nacional, 17 años después

En acontecimiento de primer nivel tendrá lugar el viernes, a las 19.00 horas, en el Museo Nacional de Artes Visuales. El regreso, después de 17 años de ausencia, del Salón Nacional de Artes Visuales.

Es el número 49º. Ese día se conocerán y se entregarán los premios. El primero tuvo lugar en ex local de la Comisión Nacional de Artes Visuales (ala derecha del Teatro Solís) y se inauguró el 25 de agosto de 1937, una fecha que se conservaría en el correr de los años y que en 2001 por coincidir esa fecha en una institución pública que permanece cerrada en feriados no laborables, se adelantará 24 horas.

El catálogo de 1937 era modesto y sin ninguna reproducción. En la tapa se leía Salón Nacional. Primera Exposición Anual de Bellas Artes. En el interior, se reproducían dos decretos del Poder Ejecutivo. Uno, referido a la creación de la Comisión Nacional de Bellas Artes, en octubre 2 de 1936, con la firma de Terra y Martín R. Echegoyen. El otro, sin fecha, instituía el Reglamento del Salón y lo firmaban Terra y Eduardo Víctor Haedo, ministro de Instrucción Pública (la denominación de entonces del hoy Ministerio de Educación y Cultura) y autor de la iniciativa.

El jurado, presidido por Eduardo Ferreira, el primer crítico profesional uruguayo, acompañado por los arquitectos Román Berro, José P. Carré y Carlos Herrera Mac Lean, el escritor Raúl Montero Bustamante, el crítico José P. Argul, los pintores Manuel Barthold y Domingo Bazurro y el escultor José Belloni, admitió 232 pinturas, 66 esculturas y 70 grabados y dibujos, es decir, 328 obras en total. Entre los artistas que alcanzarían, en diferente grado, posterior notoriedad figuraban Ricardo Aguerre, Carlos Aliseris, Zoma Baitler, José Cúneo, Alberto Dura, Domingo de Santiago, María Rosa de Ferrari, Agustín Ezcurra, Pedro Figari, Domingo Giandrone, Carmen Garayalde, Oscar García Reino, Adolfo Halty, Guillermo Laborde, Willy Marchand, Vicente Martín, Amalia Nieto, Amalia Polleri, Guillermo Rodríguez, Manuel Rosé, Carlos R. Rufalo, Mario Radaelli, Alfredo F. Sollazo, Luis Scolpini, Luis A. Solari, Petrona Viera y Juan Ventayol. Joaquín Torres García y los integrantes de su taller no se presentaron, incluyendo a Carmelo de Arzadun que en esos años practicaba el constructivismo. El gran premio fue para Manuel Rosé, y el primero para Rufalo, seguidos por De Santiago, Laborde y Baitler. Figari, ya consagrado en Europa y a un año de su muerte, recibió una modesta recompensa.

En sucesivas temporadas el Salón Nacional modificó el catálogo (no el tamaño) ahora con reproducciones y manteniendo una línea conservadora, hasta que luego, en la década del cincuenta amplió el formato (aunque no sustancialmente) y a fines del sesenta se modernizó, así como su estructura y orientación estética. Durante la dictadura militar sobrevivió sin pena ni gloria. El retorno a la democracia lo hizo desaparecer. Los miembros del jurado del 49º Salón Nacional de Artes Visuales puntualizan en el catálogo:

«El acierto de la iniciativa del ministro Antonio Mercader al reinstaurar el Salón Nacional de Artes Visuales acepta múltiples lecturas. Supone, en primer lugar, un reconocimiento institucional a la importancia de una actividad que permanece y se renueva sin pausa aún en el desamparo en que se desenvolvió en los últimos años. Luego, al realizarse en la principal pinacoteca del país, la aceptación y difusión del arte vivo y actuante, recompensado con estimulantes premiaciones, las mayores a nivel oficial y privado.Y en tercer lugar, convoca en fecha patriótica, como fue tradición, a público y artistas a cotejar obras y opiniones en torno a una festividad que pertenece a la cultura toda.

Durante el largo lapso de 17 años, desde 1984 en que se tuvo lugar el último Salón, el mundo cambió. La economía, el comportamiento social y el arte entraron en una vertiginosa carrera globalizante que si en muchos aspectos se efectivizó entre resistencias no siempre legítimas y determinó pautas en nuestro país, el terreno artístico continuó casi intacto en su carácter insular y periférico, sin una comunitaria consciencia de las transformaciones estéticas. La tecnología y los nuevos medios de comunicación siguen al alcance de sectores minoritarios y la rapidez en el conocimiento de nuevas formas se ve notoriamente postergada o conocida a través de imágenes virtuales. La obra de arte, aún en su aspiración a la desmaterialización es, mayoritariamente, un hecho real y concreto. Necesita, hoy más que nunca, del contacto de todos los sentidos, no simplemente de la vista. La pintura, con su prestigio secular, ha perdido la eficacia social que tuvo durante los últimos cuatro siglos de predominio visual. Ha sido desplazada o incorporada a las performances, el body-art, instalaciones, videos y cedés. En verdad la pintura no desaparece, se transforma. Así se verifica en los grandes encuentros internacionales regulares de Venecia, Kassel, Lyon, San Pablo o Basilea, las muestras temporarias que organizan todos los museos y en el acervo recientemente incorporado a institutos de arte contemporáneo de pequeñas y grandes ciudades de los más variados países que también convierten su arquitectura en recintos deliberadamente expresivos y emblemáticos, integrando el arte con el arte.

Por eso, si es muy estimulante la respuesta de casi 500 artistas de todos los departamentos con el envío de 1.300 obras, una cifra récord en este tipo de certámenes, al mismo tiempo se constata que apenas un porcentaje mínimo se interiorizó con cuidado de los artículos de las bases donde se proponía que «preferentemente se busca testimoniar con esta muestra las manifestaciones que recojan una sensibilidad actual en materia expresiva». De lo contrario, la autocrítica hubiera reducido sensiblemente el núcleo de participantes. Que fue, en definitiva, el que el jurado seleccionó, con probable y mínimo margen de error o de injusticia, no siempre imputable a los criterios adoptados en un flexible intercambio de ideas y apreciaciones axiológicas.

Todos los lenguajes visuales fueron convocados y todos aparecen seleccionados, así como diversas generaciones procedentes de diferentes departamentos. Se pueden destacar algunas orientaciones. La línea más visible, aunque no única, es la búsqueda de una continuidad histórica en la transformación actual, el hilo conductor de una cultura identificable como propia y nacional. La iconografía inventada por Juan Manuel Blanes vuelve, con acierto, a ser una figura de referencia por parte de artistas uruguayos. Mario D´Angelo lo viene haciendo con especial sentido crítico y recuperador de un pasado que sigue vigente, como con otro talante, menos cuestionador, lo hicieron Vicente Martín, Pedro Peralta y Alvaro Amengual. Entre las obras presentadas en este 49º Salón Nacional de Artes Visuales sobresalen los trabajos de Pablo Uribe, capaz de trasladar a una clave dramática, a un minimalismo en blanco y negro, le temática colorida y de teatralizada escenografía, los gauchitos idealizados de Blanes o recrear, una vez más, la consistente efigie de Doña Carlota Ferreira por Yamandú Castelar. De la misma manera, Joaquín Torres García irrumpe con el desenfado entrópico y acuático de Raquel Bessio que ya frecuentara, en la bidimensionalidad de la tela, Miguel A. Battegazzore. De alguna manera, Roberto Píriz prolonga y resignifica la estructura torresgarciana, la labor artesanal llevada a criterios más sofisticados que también recorre las esculturas de Pablo Damiani, Carlos Guinovart y Osvaldo Cibils quien además rescata, en trabajos en miniatura y en clave poética, la herencia rural de la manualidad en cuero.

Las imágenes p
intadas adquieren contundente expresión dramática en Martín Mendizábal y Juan Pedro Paz, un comentario irónico en Sergio Porro, una apuesta a la semiabstracción monumental en los grabados de Fermín Hontou, un surrealizante afán escultórico en Cecilia Miguez, un exquisito refinamiento de Fidel Sclavo o una impositiva presencia del envío conjunto de Alejandro Turell. La fotografía, con numerosos seleccionados de alto nivel, con propuestas disímiles pero de sólida condición profesional en Fernando Palumbo y Pablo Bielli, mientras que el video-instalación encontró en Cecilia Vignolo y Roberto Cancro representantes inventivos con los nuevos medios.

El 49º Salón Nacional de Artes Visuales no es perfecto, desde luego. Habrá que ajustar o alterar algunas cláusulas para futuras ediciones, sin complicar inútilmente su redacción, con el fin de establecer una relación más transparente y directa con los artistas, estimular su creatividad y participación, en especial de aquellos que exploran e interpretan con mayor empeño, sutileza e imaginación el ritmo de la vida». *

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