ARTE

La pintura de Héctor Sgarbi

En Galería Latina se realiza una exposición-homenaje a Héctor Sgarbi (1905-1982). Es una pequeña muestra (poco más de una docena de cuadros) si se compara con la anterior, más amplia, en el mismo lugar, de 1981. Sgarbi tenía una personalidad seductora, de comunicación fácil y espontánea, con una permanente sonrisa que acompasaba con la claridad de sus ojos azules. Es muy probable que la práctica del atletismo en sus años mozos (campeón nacional en varias modalidades deportivas) influyó en su comportamiento atento hacia los demás y ejercitó en tiempos buenos y en tiempos difíciles, la solidaridad entre los hombres, en particular, con sus colegas nacionales, y extranjeros durante la Segunda Guerra Mundial.

Supo aunar la práctica del deporte, bastante absorbente en la década del veinte, con estudios de pintura en el Círculo Fomento de Bellas Artes. Entre 1922 y 1933, el período áureo que define a la cultura uruguaya y a los «años locos», Sgarbi, bajo la dirección de Guillermo Laborde, aprendió el oficio y dejó brillantes huellas de su talento juvenil. El Autorretrato (1924) es representativo de la corriente planista, identificándose con los pintores de una generación anterior y maestros epocales: José Cuneo, Carmelo de Arzadun, César A. Pesce Castro. Pero también compartió el cromatismo estridente y la construcción en pequeños planos (era el triunfo del art-déco y la asimilación reductora del cubismo y el fauvismo) con sus compañeros José P. Costigliolo, Ricardo Aguerre, Sollazo, entre otros muchos de una generación privilegiada que no se repetirá. En ese pequeño óleo de 36 x 49 cm., Sgarbi captura el optimismo y la sensualidad de una sociedad en transformación, tan acorde con su temperamento.

Becado a Europa se marchó en 1936 y París será su objetivo e ingresó a los talleres de André Lhote y Othon Friesz (curiosamente practicantes de un cubismo y un fauvismo amortiguados) y por cuyas aulas circularán, siguiendo sus huellas, Amalia Nieto, Carmelo Rivello, Vicente Martín y Oscar García Reyno. No es de extrañar, pues, las soluciones formales similares y el parentesco que los une que Sgarbi pone de manifiesto en Retrato de mujer (París, 1939), donde la geometría es absorbida por tonalidades terrosas, característica de la enseñanza académica.

Sgarbi permanecerá en París hasta 1946. Es el período más fructifico de su trayectoria. Se vincula o conoce a la vanguardia artística, padece las tribulaciones de la ocupación nazi, está atento a los problemas de un mundo inestable y en destrucción. En los oscuros años cuarenta realiza Soldados (1940), una tinta en blanco y negro, cercana a los afiches de la propaganda antifascista, El ciego (1941), una composición que recoge el drama de los humildes, Víctima de un bombardeo (1942), pequeña joyita pictórica, estupendamente resuelta en su escorzada visión, en una asimilación muy personal de Goya y Picasso, sobre la temática bélica. En Bombardeo y cielo rosado (1944) adecua la anécdota al deconstruccionismo cubista en un íntimo entrelazamiento de planos sumamente dinámicos que dan la tónica expresiva del cuadro. Luego se hace sentir la presencia picassiana (Mujer con mandolina, 1942, similar, aunque de menor tamaño, que la tela perteneciente al Museo Nacional de Artes Visuales, Atelier, 1946, Pareja, tinta de 1949, de impostación erótica) o matissiana (Cara y mano, 1945, un óleo resuelto con sencillos, contundentes arabescos y sobriedad de paleta).

La acertada selección de obras resume lo esencial de la estética sgarbiana signada por un suave eclecticismo moderno anclado en la figuración no naturalista, sensualidad del color, sensibilidad abierta al entorno, inclusive social, teñida de sobrio dramatismo que proviene de la energía de la materia misma, empleada con sabio, renovado placer y la facultad de trasmitir esa experiencia al receptor.

Después navegará entre dos continentes. Regresó a Uruguay en 1946, asumió cargos diplomáticos en Europa, otra vez en Montevideo en 1951, vinculándose a la decoración teatral, que periódicamente retomó, y ese mismo año se afinca en Bélgica como secretario de la embajada uruguaya, donde tuvo una actividad cultural relevante. Además de participar en envíos a salones colectivos, ejercitó la escultura y el grabado y en 1974 volvió definitivamente al país. Profesor de dibujo y pintura en el Círculo de Bellas Artes, su influencia se dejó sentir en el alumnado con la emergencia de varios talentos. En esta pequeña exposición de Galería Latina las generaciones jóvenes podrán evaluar la lección de un maestro de la pintura nacional (en el sentido más didascálico) y comparar con la situación actual del mismo lenguaje. En especial sería instructivo para algún aspirante a crítico que de crónicas informativas en revistas satinadas pasó a la chismografía en blanco y negro. Advertirán que mucho se ha irremisiblemente empobrecido con el paso del tiempo. La exposición puede visitarse hasta el sábado. *

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