José Leandro Andrade, gloria y tormento

El Tanque, cuadrito de barrio si los hay, llegó a jugar en primera y tiene su historia.

Siempre existe, por pequeña que sea, insignificante e intrascendente para algunos, única e importante para otros, sobre todo los que la protagonizaron.

Cerro Largo y Yaguarón fue la esquina que le abrió las puertas a la ilusión de los gurises que frecuentaban el lugar. En realidad, los atorrantes se la pasaban sentados en un muro, que a la sazón estaba allí ubicado, discurriendo y viendo pasar la vida entre cuentos, «cantarolas» y filosofía barata, cuando se cansaban de correr detrás de la pelota y entre el tránsito circulante en la populosa zona. Walter Santos, Víctor Della Valle y el ruso Felder encabezaban el pelotón. La consabida colecta para comprar las camisetas, el lío para elegir los colores, lo natural en estos casos en que vivíamos en otra época y rodeados de otro entorno.

No obstante, no hubo lugar a discusiones a la hora de ponerle el nombre. Es que el tanque de nafta de la citada esquina les hacía una guiñada cómplice y no hubo lugar a debate. Los verdinegros adoptaron dicha denominación.

Enfrente hubo un almacén como los de antes, tipo ramos generales, donde cual moderno shopping uno puede encontrar de todo. Un poco más allá el boliche del barrio, propiedad de uno de los integrantes de famosa línea media, ya mencionada en esta columna, que se inició en Sud América y al poco tiempo hizo «la pata ancha» en el fútbol argentino, jugando por Independiente. Ferrou, Corazzo y Armiñana, siendo este último el dueño del café y bar, donde solía «parar» adusto y solitario, ya de última pero manteniendo su orgullo altanero y la pinta que sedujo a cuanta «franchuta» se le atravesó en el camino, uno de los más grandes futbolistas nacidos en este país. Fue considerado el mejor del mundo en su tiempo y comparte la selecta nómina de cracks cuya estampa luce el Hall de la Fama de la FIFA. Fue doble Campeón Olímpico, Campeón del Mundo y ganó dos veces la Copa América.

Perteneció a una generación maravillosa de futbolistas uruguayos, dueños que fueron de picardía, ingenio, fantasía, temperamento y amor a la camiseta, que al cabo, por ella se jugaba.

Lo bautizaron en París «La Maravilla Negra» por su destreza en la cancha y arrastre con las mujeres fuera de ella, causando asombro y tomando una dimensión incomparable para la época.

Ni siquiera regresó con sus compañeros y pasó largo tiempo en brazos de una exótica condesa, rubia y de ojos celestes, que tiempo después al retorno del formidable jugador, llegó a nuestro país para intentar llevarlo a Europa nuevamente. Una vida novelesca, que el talentoso escritor Jorge Chagas plasmó de manera fantástica en un libro que lleva su nombre: José Leandro Andrade, gloria y tormento. *

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