Otra reforma educativa

El gobierno saliente se ha ocupado de proclamar su voluntad de no innovar ni adoptar decisiones que puedan comprometer la tarea del gobierno electo. No obstante, como si asomara el espíritu burlón que el doctor Batlle quiso imprimir a un gobierno que sería «divertido», muchas decisiones se han tomado (nombramientos de funcionarios, otorgamiento de concesiones, prisa por rescindir los contratos con las empresas suministradoras de agua potable y saneamiento) que van exactamente en sentido contrario a lo anunciado pues tendrán como efecto dejar maniatado al nuevo gobierno.

Entre tales actos de gobierno cabe mencionar la adopción, por parte de los organismos de la Educación (ANEP, Codicen, Consejo de Primaria), de un nuevo plan de estudios para la formación de maestros. Sin entrar a estudiar en detalle los contenidos y alcances de la nueva reforma, debemos lanzar el alerta ante un plan de formación docente que no tuvo en cuenta la opinión de aquellos directamente involucrados en el asunto: docentes, egresados y estudiantes. Ya desde la Reforma Rama, las autoridades de la enseñanza nos han acostumbrado a esta práctica de tomar decisiones de manera inconsulta; pero en este caso, la cuestión adquiere otra dimensión por cuanto los nuevos planes a aplicarse para el próximo año lectivo han concitado el rechazo unánime de los involucrados así como de la fuerza política que asumirá el gobierno dentro de pocos meses.

Hemos dicho desde estas mismas páginas que la enseñanza, o el sistema educativo de un país refleja necesariamente la concepción del hombre que predomina en esa sociedad. Es por tanto un error pretender reformar la educación como si se tratara sólo de un problema teórico. La elección de las herramientas depende del material y del tipo de tarea que se deba abordar; sólo después de determinadas las metas, los objetivos a lograr, corresponde analizar los medios idóneos para ello.

En el caso del reformismo uruguayo, que tuvo su punto culminante con la RR (la Reforma Rama), no ha habido una sola instancia de análisis, de debate, de diálogo consultando la opinión de los involucrados; no se ha recabado el punto de vista de los docentes ni tampoco se ha ilustrado suficientemente a la sociedad sobre las propuestas elaboradas por las autoridades.

La formación de los docentes que deberán a su vez formar a los niños es un asunto demasiado delicado como para que su instrumentación quede librada al parecer de las autoridades. La educación (que preparará a los futuros ciudadanos) merece un debate en profundidad que incluya no sólo la carga horaria o los nombres de las asignaturas, sino fundamentalmente qué tipo de ciudadano esperamos formar. El pensador argentino Ernesto Sábato sostiene que es preciso determinar previamente a toda reforma «qué es lo que se quiere de un pueblo y con qué fines hay que educarlo: si para lograr guerreros o humanistas, si para producir verdugos o seres respetuosos de sus semejantes».

Y habría que agregar: si para formar seres humanos sensibles y con espíritu crítico o para capacitar a hombres y mujeres en ciertas destrezas que los vuelvan aptos para servir al sistema; si para lograr seres plenos o soldados de un ejército de consumidores.

Para terminar, vale la pena volver al escritor argentino:

«No es descabellado ni utópico sostener que aun dentro de esta misma civilización en crisis pueden irse forjando los instrumentos que permitan remplazarla por una sociedad mejor».

De eso se trata. De no sucumbir al imperio del pensamiento único que aconseja –con su pragmatismo indecente– adecuarnos a la realidad, cuando lo que corresponde es luchar para cambiarla. *

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