El debate sobre las tropas a Haití

CUANDO EL GOBIERNO uruguayo envió al Parlamento, el 22 de noviembre de 2005, el mensaje solicitando autorización para elevar el número de efectivos de las Fuerzas Armadas integrantes de la Misión de Estabilización de Naciones Unidas para Haití (Minustah), se instaló en la sociedad uruguaya un gran debate, que cruzó por el interior de los partidos y tuvo repercusiones sensibles en su seno.

Es útil reexaminar las premisas de esta discusión a la luz de lo acontecido en la primera fase de las elecciones haitianas el 7 de febrero que derivó en la proclamación como presidente de René Preval, cuya asunción el 29 de marzo estará precedida por el segundo turno de la elección de las dos ramas legislativas.

En esencia, los opositores al proyecto del PE sostenían que el envío de los efectivos uruguayos configuraba una forma de intervención, y lo incluían en la sangrienta historia de los centenares de intervenciones militares en nuestros países a lo largo del siglo pasado, y antes aún. Los sostenedores de la iniciativa (entre los cuales me incluyo) estimamos que sucedía exactamente lo contrario. La participación de los efectivos militares uruguayos, junto a los de varios países latinoamericanos, en un contingente colocado bajo el mando militar de Brasil y con dirección civil a cargo de Chile (lo que por primera vez ocurría en las misiones de la ONU) contribuía a nuestro juicio a sacar de la troya a las fuerzas de intervención norteamericanas, las que sí habían intervenido descaradamente en Haití en múltiples ocasiones, que lo ocuparon de 1915 a 1929 y cuyo último acto fue el secuestro y alejamiento de Aristide el 29 de febrero de 2004.

Ese argumento básico encontraba sustento en el mensaje del gobierno, que se remitía a las conclusiones de dos reuniones de los viceministros de Relaciones Exteriores y de Defensa Nacional de Argentina, Brasil, Chile y Uruguay efectuadas en Buenos Aires y Santiago de Chile el 13 de mayo y el 28 de agosto de 2005. Como se sabe, los países citados integran, junto a Bolivia, Ecuador, Guatemala, Perú y Paraguay el núcleo latinoamericano de la Minustah. La declaración conjunta reafirmaba «el compromiso de la comunidad internacional con el proceso democrático estable en Haití» y destacaba: «La misión de Minustah es esencial para mantener la seguridad necesaria para realizar los comicios electorales y permitir la transición del poder del actual gobierno provisional al gobierno electo. El papel de los países latinoamericanos es fundamental en esta misión».

Hoy podemos decir con satisfacción que este objetivo se cumplió, y en circunstancias extremadamente difíciles. La Minustah tuvo que encarar una situación caótica, con bandas fuertemente armadas enfrentadas entre sí, con un Estado delicuescente, casi inexistente (al primer ministro provisorio lo trajeron los yanquis desde Miami), con una población carente de alimentos y servicios esenciales y en su gran mayoría bajo el límite de la pobreza. En ese cuadro dramático, el balance de actuación de la Minustah en esta primera etapa es plenamente positivo. Contribuyó a crear el clima de pacificación indispensable para que el pueblo pudiera expresar su voluntad.

Por cierto que fue una tarea ardua, sumamente compleja, que necesitaba no sólo profesionalismo, sino capacidad de relación, acercamiento al pueblo, comprensión de sus necesidades y aspiraciones. Eso se hizo, y hasta donde sabemos (y todos los elementos recogidos son coincidentes), el contingente uruguayo cumplió satisfactoriamente su misión. En el nuevo marco creado, grandes masas de pueblo recuperaron su papel protagónico. Esto se vio particularmente: en la votación masiva, superando dificultades de todo orden, de tiempo, distancia y burocracia; en la defensa multitudinaria del resultado electoral, en las manifestaciones en Puerto Príncipe y en todo el país, en el aporte de pruebas sobre las maniobras fraudulentas. En la noche de la votación, la gente aplaudía a las fuerzas de Minustah que patrullaban las calles. El pueblo haitiano dio un gran paso para tomar su destino en sus propias manos. Tal era, y sigue siendo, el objetivo mayor.

Y esto desbarató las maniobras, esas sí intervencionistas, de EEUU, secundado por Francia, como sucedió a lo largo de la historia de Haití y en el secuestro de Aristide, dos años atrás. En primer lugar, porque su papel en el Minustah era irrelevante y quedaron fuera del comando. Segundo, porque tampoco tuvo éxito John Bolton (ese halcón de marca mayor, cuya biografía haremos un día de estos) que desde el Consejo de Seguridad apuntó a una segunda vuelta y a prolongar la crisis. Tercero, en la reunión misma del Consejo Electoral Provisorio, donde EEUU y Francia fueron derrotados por la fórmula sugerida por Brasil (Marco Aurelio García) y Chile (Gabriel Valdés y el secretario de la OEA José Miguel Insulza) que en marcos de estricta legalidad consagró la victoria de Preval. Esas derrotas de los intervencionistas norteamericanos se suman a las que cosecharon en el ámbito latinoamericano en el último período (de la cumbre de Mar del Plata a la elección de la secretaria general de la OEA). No es un dato menor.

En suma: los hechos prueban que el gobierno actuó bien, y que el contingente militar respondió a las expectativas. Claro está que queda un largo camino por delante.

El propio mensaje del PE adelantaba que «una vez instalado el nuevo gobierno en Haití se debe considerar una progresiva transformación relativa de la Minustah», y que «la solución definitiva para Haití no pasa por una solución militar. El componente militar de la misión tiene un papel importante en la estabilización de la situación, pero lo central es el cumplimiento del compromiso asumido por la comunidad internacional en lo relativo al aporte económico financiero para el desarrollo económico y social y el aporte a la consolidación institucional de Haití». *

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