El papel de la oposición

En nuestra edición de ayer, concretamente en la contratapa, dos notas –un análisis del senador Couriel y la habitual Columna Amarilla de Antonio Pippo– estuvieron dedicadas a reflexionar sobre el papel de la oposición en este período de gobierno de izquierda. Y ambas coinciden en que la estrategia de los partidos Colorado y Nacional no da los resultados esperados.

Como hemos sostenido desde esta página, consideramos que en todo régimen democrático auténtico las minorías deben hacerse oír y tienen una misión que cumplir. Los partidos que han quedado en el llano y que conforman la oposición deben velar por el cumplimiento de la Constitución y las leyes y deben ejercer un control sobre los actos del gobierno, sobre todo cuando ese gobierno ha obtenido la mayoría absoluta de votos.

Además de legislar –tarea que ambas cámaras cumplen a cabalidad–, el Parlamento tiene la «sagrada misión de desconfiar», esto es, debe controlar al Ejecutivo, pedir explicaciones, llamar a sala a los secretarios de Estado, interpelarlos si hay mérito para ello; los legisladores opositores deben denunciar todo acto que consideren contrario a la legislación o contrario a los intereses del país. En ello radica la esencia del sistema democrático republicano.

Ahora bien, se supone que toda oposición debe ser constructiva, es decir, debe ejercer su derecho a criticar y a controlar, guiada siempre por el afán de construir, de mejorar la gestión pública en bien del país. Por desgracia, el papel que ha venido desempeñando la oposición desde marzo de 2005 no responde a esos fines nobles, sino a un afán de protagonismo deleznable y a la intención de mejorar su desempeño electoral en los próximos comicios. Vale decir que la oposición de blancos y colorados se ha manejado con claros y mezquinos fines electoralistas.

Tratando de capitalizar en su provecho los posibles errores del gobierno, la oposición no ha vacilado en magnificar hechos, en tergiversar realidades. Sin embargo, de nada ha valido todo ese esfuerzo si nos atenemos a los datos aportados por encuestas de opinión que hablan de una aprobación a la gestión gubernamental sin precedentes; nunca un gobierno había mantenido un tan alto grado de aprobación luego de casi dos años de haber asumido la conducción del país.

Es lógico que en un Parlamento en el cual el partido de gobierno cuenta con mayoría absoluta, las iniciativas o cuestionamientos de la oposición no encuentren eco y por tanto no prosperen. Es lo que ha ocurrido en las innumerables interpelaciones que se sucedieron durante estos casi dos años. Pero el Parlamento es, además, una gran caja de resonancia de las corrientes de opinión y de los diversos puntos de vista que inevitablemente coexisten en una sociedad plural. La actividad parlamentaria es recogida por la prensa y así la población está al tanto de lo que allí se debate y de las posturas de los diversos actores.

Pero tampoco la divulgación de los discursos y de las opiniones de los legisladores de la oposición ha logrado mellar la imagen del gobierno. Recordemos que los parlamentarios blancos y colorados eligieron lo que ellos consideran puntos débiles del gobierno para ensañarse y tratar de obtener réditos políticos de sus ataques furibundos. Así ocurrió, por ejemplo, con el problema de la inseguridad ciudadana, asunto que motivó varias comparecencias del ministro del Interior sin que por ello la imagen del doctor José Díaz se viera menoscabada a los ojos de la población.

La oposición carece de propuestas creíbles, sólidas y coherentes. No hay un modelo alternativo, no hay soluciones, no hay un proyecto medianamente atractivo para los sectores descontentos con la política del gobierno.

Por ese rumbo, los partidos del llano no lograrán la adhesión del electorado que tanto les importa. *

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