La alegría del corazón

El general Gregorio Alvarez, la mayor expresión de la dictadura después del golpista Juan María Bordaberry, está entre rejas por acción de la democracia y de una Justicia libre e independiente. De esta manera el Uruguay, como sociedad tolerante y libre, acaba de dar un paso más en la búsqueda de la verdad y la justicia. Ese transcurrir del tiempo se ha hecho de forma serena, sin ningún tipo de violencia, respetando la institucionalidad, la convivencia democrática y los derechos humanos de quienes los violaron contra niños, mujeres, hombres y ancianos.

En aquellos años de plomo era muy difícil pensar que un día lejano el paisito iba a reconstruir la memoria, para abrazarse con la verdad y la justicia. Pero hoy lo estamos viviendo, quizás sin creer lo que estamos sintiendo como pueblo, pero con la certeza que de todas partes viene sangre y coraje. Seguramente no estamos ante el cierre de una etapa, porque en materia de hacer justicia en el tema de los derechos humanos no se culminará hasta que sepamos de la suerte de todos los desaparecidos. Suerte que pasa por saber donde están los restos de aquellos compatriotas, sino que también queremos saber quiénes fueron los responsables de tan terribles crímenes.

Es que la historia y la memoria no son solo procesos colectivos, sino que también son responsabilidades individuales y bien concretas. Alvarez, alias El Goyo, fue parte y protector de una patota criminal que no solo participó de un enfrentamiento político, sino que también buscó el beneficio propio.

Ante esta realidad quienes visten el uniforme de Artigas, no pueden mirar para el costado, como si fueran autistas. El pueblo uruguayo les está dando la oportunidad de reconstruir sus vidas, sus afectos con el conjunto de la sociedad, al separar a los asesinos de los uniformados que quieren la democracia, que buscan incansablemente que los uruguayos reconstruyan sus relaciones con los militares, cuya profesión es imprescindible para un país que a paso firme mira hacia el futuro. Seguramente si el general Líber Seregni estuviera vivo, nos estaría recomendando cómo administrar la victoria, para que ella sea bien profunda y reconciliadora, que no es sinónimo de claudicación, sino que da la firmeza que solo se logra cuando se mira a lo lejos.

Gregorio Alvarez, hasta el último minuto de su libertad construida en base a la impunidad, intentó tomarle el pelo al país, a la prensa y a toda la democracia. Se mostró, permanentemente, como la mejor expresión de la insolencia autoritaria, fascista y nazista, haciéndose pasar como un paisano bueno, cuando ha vivido de una jubilación de alto calibre que no le correspondía.

Ahora las cosas se han puesto en su lugar. El que tuvo que estar preso siempre, lo está ahora y viste ropa de presidiario. La justicia llegó tarde, pero llegó como siempre llega la justicia: despacio pero segura, firme, con la verdad como elemento sustancial.

Ayer la mañana comenzó fría, pero con el cielo celeste. Los uruguayos teníamos la certeza de que estábamos ante la posibilidad de vivir un gran día. Quiso la vida de que fuera así: sencilla, templada, luminosa, hermosa, serena, sin odios, calma, como siempre pasa con las grandes cosas que son construidas por un pueblo. Ayer el corazón tuvo su alegría.

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