Genocidio de Salsipuedes. 11.4.831

Que los charrúas eran salvajes y como tales cometían «bandideadas», es muy cierto.

Pero ni parecido a los asolamientos, crímenes y desmanes por «bandeirantes» colados en nuestro territorio y bandas «negreras» esclavistas con apoyaturas más o menos evidentes del imperio norteño, hacían.

La diferencia fue que los indios en esos momentos se recostaban más al litoral, Río Negro, Paysandú y Tacuarembó, donde estaba la mayoría de los establecimientos ingleses. Estos, y con razón, se quejaban al gobierno a cuyo frente estaba Rondeau que terminó dando orden a su Ministro de Guerra, general Lavalleja, a los efectos de la represión y puesta de orden. En ningún momento de «exterminio» de la tribu. Juan Antonio a su vez le pasó la misma al Comandante General de la Campaña que era a la sazón el general Rivera, más conocido por su «popular» apodo de «Pardejón».

Don Frutos «enterró» la orden durante más de un año porque los indios entonces, después que Artigas fue derrotado e ido al Paraguay, huérfanos de jefe, se recostaron en el «simpático» Pardejón. O sea, estaban a su servicio en caso de apuros y le servían. ¡Craso error de los «pobrecitos»! Un año después (1831), siendo ya Frutos nombrado Presidente, los ingleses insistieron y le aportaron 30.000 patacones, no para matarlos, sino para trasladarlos a la Pampa Argentina, de grandes extensiones desoladas, con aperos, ganado, semillas y demás, a los efectos de sedentarizarlos en una zona concreta. Obviamente, con la anuencia de los argentinos, a quienes les venían bien para poblar zonas desérticas. Hasta acá, macanudo.

Claro, darle ese «dinerito» a don Frutos era poner «manteca en hocico de perro». Prostíbulos, timbas de taba y cuadreras, más los «barrilitos» de caña cubana y brasileña fueron «pastos» los patacones ingleses. Y con los británicos y en esa época peor, no se jugaba. ¡Había que reprimir a los charrúas y cortó por lo más expeditivo! ¡Los exterminó!, a su gran mayoría. Con el cuento de un gran asado bien regado etílicamente y con la promesa de reparto de tierras, ganado y demás etcéteras, los citó con mujeres, viejos y niños, o sea, preferentemente toda la tribu, de ser posible. Como se dijo, los indios, leales a su presunto jefe, fueron de buena fe.

Después de bien comidos y bebidos, «adobados y mamados», hizo rodear por la tropa el campamento, que salió a recorrerlo con el cacique Venado. Sacó el «naco» de tabaco y le pidió a Venado el «torcedor» o facón que se usa en cintura para picar el tabaco. El cacique se lo dio. ¡Era un amigo, no se lo podía negar! En buen romance, lo desarmó totalmente. Y allí, le pega el tiro que fue la señal dada, para que la tropa comenzara el genocidio o masacre. Se atribuye al herido Venado y a Sepé la histórica frase de asombro ¡»Frutos matando amigos»! Les faltó agregar, ¡y por dinero!

¡Por lo cobarde y ladino, simplemente repugnante! Algunos indios zafaron protegiendo al cacique herido Venado. Los mandó perseguir con ferocidad por su sobrinito Bernabé. ¡Otro carnicero por si fuesen pocos! Un par de días después los ubicó, heridos con hambre y frío, estaban vencidos. No obstante, les tenían miedo y los volvieron a engañar. «Frutos estaba mamado y se equivocó al dar la orden. Me pidió llevarlo la estancia del viejo Bonifacio Penta (caudillo colorado en la zona) donde los curarán y darán de comer». Los indios estaban moribundos y aceptaron. Los metieron en un galpón previo dejar las armas afuera, y cuando comían, cerraron las puertas por fuera y por las ventanas enrejadas los ejecutaron.

Así murió Venado, soldado de Artigas con los suyos. ¡Toda una hazaña colorada… y riverista…! Bernabé, borracho de sangre, siguió persiguiendo partidas sueltas de indios. Hasta que fue sorprendido por Sepé y sometido con algunos oficiales. Los estaquearon al piso y ante lo inminente, les pidió que le dejaran ver a Rivera que les daría dinero y garantías de vida. Se cuenta que Sepé, en cuclillas, pitando «despacito» le respondió: «¡asesino hijo de puta, me estás prometiendo lo mismo que a Venado en el galpón del viejo Bonifacio. Ahora te toca a vos! Fue un final terrible. Les sacaron los tendones y venas de brazos y piernas para tensores de los arcos. Murieron desangrados.

Cuentan cronistas de la época, que los indios quedaron disgustados, pues los tendones colorados se rompieron enseguida. Según ellos, ¡eran de baja calidad!

Vaimaca Perú con su mujer Guyunusa y niños fueron vendidos por el gobierno de Frutos a un circo Francés, muriendo miserablemente en París, como «seres» raros. Sus huesos fueron repatriados a su primigenea patria hace pocos años.

Sepé en cambio, fue el único cacique, junto a una pequeña partida de alrededor de treinta charrúas que escaparon, buscando refugio bajo las órdenes del Señor Libertador General Manuel Oribe luchando en la Guerra Grande con la Santa Federación. Lo mataron, ya viejo años después, en una pulpería de Tacuarembó. Ese fue el final de la gloriosa y mítica raza charrúa nuestra. Verdaderos dueños originales de estas tierras. ¡Honor, Gloria y Memoria a las víctimas indias de Salsipuedes!

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