De la Embajada de Israel

Montevideo, 12 de noviembre de 2008

Sr. Director de LA REPUBLICA

Dr. Federico Fasano Mertens

De mi mayor consideración:

El día 11 de noviembre último, su periódico publicó un artículo bajo el título de «Sintomático silencio con la muerte de Arafat», con motivo de un nuevo aniversario de la muerte de Yaser Arafat.

Vale la pena recordar que Arafat fue el líder palestino que desperdició, una vez más, otra oportunidad de reconciliación histórica entre su pueblo y el israelí, al rechazar de plano la oferta generosa y sin precedentes del entonces primer ministro Ehud Barak, en el marco de la conferencia de Camp David auspiciada a mediados del año 2000 por el presidente Bill Clinton, y prefirió embarcar a su pueblo ­ y al israelí ­ en una cruenta y brutal escalada de odio, violencia y terrorismo, pretendiendo conseguir arteramente lo que no pudo mediante el diálogo y la negociación.

Estos últimos días se reunieron, en el encuentro cumbre de Sharm Al-Sheikh, los representantes del Cuarteto (la Unión Europea, la ONU, Rusia y los EEUU), junto con israelíes y palestinos, para evaluar el estado de las negociaciones de paz. Por primera vez en largo tiempo, y a pesar de las dificultades y de la inestabilidad política interna de ambas partes, palestinos e israelíes presentaron unas posiciones consensuadas, y solicitaron de común acuerdo que se les permita proseguir con las negociaciones sin intervención de terceros.

Pero hoy más que nunca, los palestinos hablan a dos voces. El presidente electo palestino Mahmud Abas, representó en la cumbre de Egipto a la faz palestina de la cordura y la moderación, aquella que tiende la mano a su contraparte buscando un acuerdo que traiga la anhelada paz a esta tierra sufrida. Está también la otra facción, entre los que se encuentra el autor del artículo de marras: son los intolerantes de siempre, cuya única intención es la de ahondar y profundizar el odio y las controversias, para eternizar el círculo vicioso de víctimas y victimarios por los siglos de los siglos. Allí están los terroristas de Hamas, financiados e instigados por Irán, que continúan sus ataques contra Israel desde la Franja de Gaza ocupada por ellos por la fuerza, años después de que Israel desmantelase hasta el último vestigio de su presencia en la misma, demostrando una vez más que su guerra no es territorial, sino parte de una jihad islámica terrorista y fundamentalista. Ahí están también, aquellos abocados a reescribir la historia, obsesionados por endilgar a medio mundo, menos a sí mismos, las razones de su infortunio.

No es mi intención ni veo el sentido de polemizar con las parcialidades del libelo al que hago referencia. Lamentamos una vez más, eso sí, que su respetable e importante diario haya otorgado nuevamente un amplio espacio a una colección tan dilatada de calumnias e improperios, que dan cabal testimonio acerca de quién los ha vertido más que a quién van dirigidos. Lamentamos la presteza con que LA REPUBLICA abre sus puertas a quien muy suelto de cuerpo insulta, acusa e infama sin vergüenza a Presidentes y Primeros Ministros del Estado de Israel, improperios que no hemos visto impresos jamás ­ y bien que así sea ­ contra estadista local alguno. La posibilidad de replicar no palia el perjuicio causado, todo tiempo que injuria y réplica no vayan publicadas juntas en tiempo y formato.

La libertad de prensa ni todo lo justifica, ni es ilimitada, ni constituye una panacea que convierte toda mentira malintencionada en verdad inmaculada, ni limpia por arte de magia cualquier mancilla al buen nombre y el decoro.

Con todo, es imposible no hacer notar todo lo que NO se dijo en aquel libelo infamatorio.

Uno se hubiera imaginado que hallaríamos entre sus líneas, cuanto menos, loas y alabanzas al actual presidente de la Autoridad Nacional Palestina, heredero legítimo y sucesor del extinto Arafat, Mahmud Abas, por sus denodados esfuerzos en normalizar la vida de su pueblo y de acercarlo a la paz con sus vecinos israelíes. Pero no hubo lugar para su nombre entre tanta cháchara irrelevante, siquiera una vez. ¿Acaso pudo aprenderse del texto, en cambio, algo acerca de los proyectos, las pretensiones, los anhelos, o los planes del pueblo palestino? ¿Es que, aparte de improperios, insultos y especulaciones delirantes, se nos dijo si los palestinos buscan la paz, la reconciliación y el fin del conflicto? ¿O que están dispuestos al diálogo, a la negociación, al compromiso histórico, a hacer concesiones en busca de un acuerdo? ¿Se propuso acaso una tregua, un alto el fuego, dejar las armas a un lado y dirimir las diferencias civilizadamente? ¿Aclaró el texto si su líder y representante es Abu Mazen, el sucesor electo de Arafat, o acaso acata su autor la línea terrorista de los forajidos de Hamás? No; nada de eso se dijo en el extensísimo y detallado artículo.

Como motivado por un reflejo instintivo e incontinente, el escribiente se embarcó en la consabida cantilena atávica que sólo sabe culpar, acusar y vituperar, sin asumir jamás la más mínima de las responsabilidades por la suerte corrida por su propio pueblo. Si tan sólo hubiesen los palestinos aceptado el Estado que se les ofreció en bandeja el 29 de noviembre de 1947, como lo hicimos los judíos, quizá contaran hoy con un país pujante al igual que Israel, y disfrutaríamos conjuntamente de la paz y la buena vecindad. En cambio, apostaron por una guerra sin cuartel, que pretendía «arrojar a los judíos al mar» para apropiarse de la totalidad del terreno, craso error histórico que devino en la Nakba, su catástrofe como pueblo. De ahí en más, resumir los errores de los sucesivos liderazgos palestinos en los últimos 60 años, convertiría estas líneas en una interminable letanía. El artículo a que hago objeto hace caso omiso de todo ello: sólo se ocupa de ensalzar al terrorista de antaño que, devenido por un tiempo en hombre de paz, decidió acabar sus días nuevamente como un incorregible extremista.

Es nuestra esperanza que, más temprano que tarde, el pueblo palestino tenga la fortuna de encontrar a un verdadero liderazgo, capaz de conducirlo con mano firme a la paz duradera con el pueblo de Israel, que por 60 años anhela y espera la conclusión del conflicto. Las esperanzas no están depositadas, claro está, en el escribiente al que refiero, sino en las nuevas generaciones de palestinos, que ojalá puedan liberarse de la pesada carga de miseria e infelicidad heredados de su antigua dirigencia.

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