EDITORIAL

Geopolítica del hambre

En los años 60 unos 80 millones de personas sufrían hambre en el mundo. Estaba en auge el capitalismo industrial y las empresas transnacionales se expandían por todo el planeta para dominar los mercados y explotar la mano de obra barata y los recursos naturales de los países periféricos.

En ese contexto fue lanzada la Revolución Verde, que prometía acabar con el hambre. Su mentor, Norman Borlaug, recibió el Premio Nobel por la Paz en 1970. El verdadero objetivo era introducir una nueva matriz productiva en la agricultura en base al uso intensivo de insumos industriales. La productividad por hectárea aumentó y la producción mundial se cuadruplicó. Pero los hambrientos se decuplicaron, pasaron de 80 a 800 millones. Hoy en día 70 países dependen de las importaciones para alimentar a sus pueblos. Esto demuestra que el nuevo modelo de agricultura sirvió para concentrar la producción y el comercio agrícola mundial de alimentos en no más de treinta transnacionales. Una mala noticia reciente nos dice que según las estimaciones las reservas de petróleo, fuente de energía dominante en el mundo contemporáneo, no durarán más de 30 años. Otra evaluación inquietante nos advierte que avanza peligrosamente el calentamiento global. Ante esta perspectiva se ha formado una alianza diabólica entre las empresas petroleras, automovilísticas y agroindustriales para la producción en gran escala de agrocombustibles (que engañosamente llaman biocombustibles) como el etanol en países con abundancia de tierra, sol, agua y mano de obra barata. En los últimos cinco años, millones de hectáreas antes dedicadas a la alimentación y controladas por campesinos fueron captadas por grandes empresas y utilizadas para implantar monocultivos de caña, soja, maíz, palma africana o girasol destinados a producir etanol o aceites vegetales.

Se está repitiendo la manipulación de la Revolución Verde. En este caso, como el precio del etanol está vinculado al precio del petróleo, la tasa media de lucro de la agricultura sube de nivel y hace subir los precios alimenticios. Empero, los agrocombustibles no resolverán el dilema de la energía ni el del calentamiento global. Los científicos nos advierten que para sustituir solamente el 20% de todo el petróleo que el mundo consume actualmente tendríamos que utilizar todas las tierras fértiles del planeta. Ya estábamos viviendo una situación anómala en la producción y en los precios de los alimentos, cuando sobrevino la crisis del capital financiero.

Muchos detentores de voluminosas sumas de capital financiero, sea en forma de dinero o de capital ficticio (títulos del Tesoro, obligaciones, hipotecas), temerosos de afrontar pérdidas, corrieron a invertir en las bolsas de mercancías a futuro y a comprar bienes naturales ­tierra, energía, agua­ en los países periféricos. Como consecuencia de esos movimientos de capitales las cotizaciones de los productos agrícolas en todo el mundo ya no están relacionadas con los costos de producción y ni siquiera con los volúmenes de la oferta y la demanda. Ahora oscilan rápidamente al ritmo de las especulaciones bursátiles y del control oligopólico que ejercen las empresas transnacionales sobre el mercado internacional de alimentos. Es decir, que la humanidad está en manos de un puñado de transnacionales y grandes especuladores.

Resultado: según la FAO los hambrientos aumentaron nuevamente, en solo los dos últimos años, de 800 a 925 millones. Y millones de campesinos en Asia, Latinoamérica y Africa están perdiendo sus tierras y emigrando. No existe región alguna en el mundo que no tenga la capacidad potencial de producir su propia alimentación. Como explicó en los años cincuenta Josué de Castro, el autor de «Geopolítica del Hambre», el hambre y la falta de alimentos no provienen de una condición geográfica o climática, sino que son las resultantes de relaciones sociales de producción.

Hasta ahora, los gobernantes han hecho oídos sordos a los reclamos. Pero, a menos que se adopten cambios radicales, las contradicciones y los problemas sociales se agravarán y tarde o temprano estallarán.

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