EDITORIAL

El cataclismo que no fue

Uno de los tantos temas que la oposición política ha elegido para bombardear al gobierno progresista es su polìtica exterior. Recordemos cómo fue criticado el actual senador Reinaldo Gargano cuando ocupó la Cancillería, y tengamos presente, más cerca en el tiempo, los cuestionamientos recurrentes de blancos y colorados respecto de que nuestra política exterior es errática, errónea, vacilante e inconducente.

Ahora bien, es preciso tener claro que todos esos cuestionamientos y críticas no son caprichosos, sino que obedecen a una realidad innegable: los disímiles puntos de vista sustentados por los partidos conservadores por un lado y las fuerzas progresistas por otro en materia de política exterior, así como en otros asuntos no menos trascendentes, en los que afloran dos visiones de país y dos concepciones del mundo antagónicas.

No en vano los dos partidos tradicionales de histórica rivalidad fueron capaces de dejar de lado sus diferencias para aliarse contra el Frente Amplio, el convidado de piedra que supo mostrar al pueblo que otro Uruguay era posible.

Ese otro Uruguay no implica solamente priorizar la atención a los más sumergidos o elevar el salario o extender y abaratar la atención sanitaria; ese otro Uruguay se manifiesta, también, en el campo de las relaciones internacionales. La apuesta fuerte al Mercosur y a otro tipo de acuerdos regionales que implican estrechar lazos con toda América Latina ha sido una de las guías de la política exterior del gobierno progresista. A diferencia de los partidos de la derecha, cuya meta más cara es profundizar las relaciones con EEUU y se han burlado del latinoamericanismo del gobierno, el Frente Amplio entiende prioritario fortalecer los lazos con las naciones hermanas del continente y profundizar el acuerdo regional. Dicho sea de paso, la negativa a firmar un TLC con EEUU no impidió que se incrementara el intercambio comercial con ese país e impidió el debilitamiento del Mercosur.

Desde luego que esa apuesta al Mercosur en modo alguno impide acuerdos comerciales extrarregionales, porque el país ha sabido conducirse con la inteligencia necesaria para no cerrar ninguna puerta ni rehusarse a ninguna alternativa que pueda resultar beneficiosa para los intereses del pueblo uruguayo.

La semana que finaliza arrancó con una mala noticia que la prensa de derecha se encargó de maximizar de modo, que generó alarma entre la población: el fantasma de la crisis mundial se aproximaba peligrosamente a estas latitudes motivando que el gobierno brasileño adoptara ciertas medidas que amenazaban seriamente nuestras exportaciones. Esa noticia fue el título principal de tapa de los medios conservadores, ya que confirmaba el yerro de la política exterior del gobierno al tiempo que daba la razón a quienes claman por abandonar el Mercosur y aliarse casi como una estrella más en la bandera del imperio.

Sin embargo, poco duró la ilusión. Horas después, Tabaré Vázquez se comunicaba directamente con el mandatario brasileño, le planteaba la situación y Lula dejaba sin efecto las medidas restrictivas, al tiempo que se comprometía a revisar el atraso en la entrega de energía. Una gestión relámpago cuyo éxito sólo fue posible merced a la buena relación entre ambas naciones y a la acertada política exterior desarrollada por el gobierno progresista.

Tal como si se tratara de un alerta meteorológico que no llega a concretarse, los negros nubarrones anunciados por la derecha se disiparon prontamente para dejar brillar nuevamente el sol de la integración regional.

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