Democracia y prensa

Todo aquello que interesa a todos debe y puede ser discutido y decidido por todos, con la participación de todos en el camino de la construcción de lo que nos es común. Las formas pueden variar pero, lo básico es sin exclusión.

Por su naturaleza la democracia nunca tiene fin, quiere decir que nunca está ni estará pronta.

Se construye constantemente y, definirse por la participación activa del pueblo desafía nuestra capacidad de involucrar, consensuar, y desandar las contradicciones materiales, haciendo que los derechos civiles sean a más, no poder determinado por derechos económicos, sociales y culturales.

Esto indica que la democracia no es sólo garantizar derechos, sino también crear nuevos, impuestos por las condiciones históricas de los resultados de la lucha socio-política.

Estos nuevos derechos deberían convenir complicidades entre sus impulsores y aquellos hasta ayer desestimados y excluidos, en proporción e interés recíproco, como los efectivizados entre la clase alta y cierta prensa que cultiva la despolitización, el olvido y condena al desecho el derecho.

Esta hace que algunos canales televisivos fluyan y hagan visualizar efectos y no causas, hechos que no se vinculan, no se juntan, divorciados; cuando por naturaleza están y estuvieron siempre en complicidad.

Esa expresión ideológica que milita a diario en forma impune a favor de la despolitización de la sociedad, se impone en los informativos donde son presentados, precedidos de una marcha musical que invita a la concentración, a poner atención, pues la acción comenzó, la porción diaria de tragedia está servida.

Todo pasa ahora y sin futuro, el desborde sin oportunidad a la contención, hechos sin conexiones, pero sí con intenciones, pues en los primeros 15 o 20 minutos siempre gana el crimen, la injusticia invitando a la resignación, pues la policía siempre llega tarde, o sea el estado llega tarde o sea el gobierno llega tarde, etc, etc.

Con artimañas finas el poder económico y cultural nos infunde insensiblemente en el ánimo un sentimiento, una doctrina de que así no se puede si el poder político no está en sus manos.

Como información se nos vende la sistemática ignorancia a todo lo que nos concierne, pues oculta las verdaderas causas de los hechos para manipular la opinión pública, negándonos el derecho al uso público de la razón, enflaqueciendo la democracia y sus efectos disparadores y multiplicadores.

A esta crisis la llamamos «la del fango», pues fueron aquellas aguas que trajeron estos barros, la de los años 90 con Lacalle abanderando, apañando y gestando la crisis de 2002, de la que aún debemos hacer mucho por salir y no olvidar.

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