Castaño oscuro

Fue en la Cumbre del G-20 en Reino Unido. Había grandes expectativas, un despliegue de medios descomunal. Limusinas blindadas, apretones de manos, fotos ‘de familia’, corbatas y flashes. Los ojos del planeta estaban puestos en Londres, el lugar donde los mandatarios de los países más ricos y prometedores intentaban elaborar una nueva receta de la economía mundial; donde los poderosos y los emergentes debatían, proponían, discutían cómo y por dónde había que cortar el bacalao. Fue en esa cocina y en esa coyuntura, en medio de tanto ajetreo, cuando la OCDE hizo pública una lista de ingredientes venenosos. De paraísos fiscales, quiero decir. Desde entonces, y literalmente, todo el mundo sabe que existe Uruguay.

No voy a contar aquí lo que ya se ha dicho hasta el cansancio, ni pienso abordar los debates que han surgido en los diarios, la radio o la tele. Para qué, si los uruguayos seguiremos diciendo que vivimos (o nacimos) en un «país serio y respetable» y las potencias económicas seguirán adelante con el chivo expiatorio de turno. No es mi intención aburrirlos con la redundancia, y mucho menos comprarme un par de hectáreas en el terreno del absurdo. Porque, pensémoslo por un momento: el sistema financiero mundial está hecho polvo, asistimos a la peor crisis económica de la Historia, nadie sabe a ciencia cierta cuáles serán sus alcances, acuñamos términos como ‘activos tóxicos’ en lugar de acuñar monedas y… ¿de verdad alguien pretende sostener que Uruguay tiene la culpa de eso? Por favor, seamos serios.

Ni Uruguay, ni Costa Rica, Malasia o Filipinas son responsables de la debacle, por muy herméticas o cuestionables que sean sus infraestructuras bancarias. Qué manía de reescribir la historia a gusto del consumidor, caramba. A este paso, dentro de poco nadie recordará que la crisis empezó en Estados Unidos con las hipotecas ‘subprime’ y el liberalismo financiero salvaje (que rima bien con libertinaje, por cierto). Y sí, ¿para qué hacer autocrítica si se puede señalar con el dedo a cualquier paisito de morondanga? ¿Todavía nos sorprende? Pues no debería, no. Recordemos que estamos hablando de los mismos que son capaces de inventarse cualquier cosa para justificar el intervencionismo y la guerra en otros países como el nuestro.

Lo grave de esta política (tristemente habitual) es la liviandad con la que se señala, la acusación irresponsable y, claro está, las consecuencias que eso trae. Fíjense que el ‘listado de malditos’ se dio a conocer el jueves, y que ya el viernes la OCDE anunció que iba a retirar a Uruguay de la zona oscura. Es decir, la acusación se mantuvo en pie nada más que 24 horas, pero ¿y la mala fama? Desde que vivo en España, esta es la primera vez que veo el nombre de nuestro país en la portada de los periódicos y encabezando los telediarios. Nunca nos habían mencionado tanto (y con mapitas explicativos, incluso), ni siquiera cuando tuvieron lugar las elecciones nacionales: un hecho histórico probado, independientemente de las afinidades políticas de cada cual.

En estos días, desde el miércoles hasta hoy, he pasado de explicar que Uruguay y Paraguay son dos países distintos, o que no soy argentina aunque suene parecido, a escuchar cómo todo el mundo tiene una opinión formada sobre el paraíso fiscal donde nací. Y me molesta. Yo siempre he sido muy crítica con los que viven de glorias pasadas y recuerdos, con los que siguen anclados en las hazañas futboleras de 1950, peleando por la patria potestad de Gardel y cosas por el estilo. También me he disgustado muchas veces por lo poco y mal que difundimos nuestra cultura afuera o por luchar sistemáticamente contra el estereotipo del taparrabos y la selva. Pero, si tengo que ser sincera, prefiero mil veces que nadie sepa que existimos a que un montón de señores con corbata nos coloquen alegremente en la sección del ‘eje del mal'; en la parte más sombría de esa lista de grises y negros. Prefiero seguir diciendo que no usamos arco y flecha a ver cómo otros caciques tiran la piedra y esconden la mano. Eso sí que se pasa de castaño oscuro.

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