Oscuridades blancas

No creo necesario responder agregando a lo que se ha bien dicho, los burdos comentarios de un personaje del nefasto pretérito nacionalismo blanco, refiriéndose al candidato más votado de la interna frentista, José Mujica, comparándolo con Hitler. Injuriosa asociación repudiada por todo el mundo, incluidos sus colegas partidarios, de la que inútilmente luego se desdijo.

Como redactor de la Ley de Caducidad, el criticón no tiene autoridad moral para hablar de democracia a menos que sea para buscar el significado de la palabra en el diccionario. Eso y defender a Juan Carlos Blanco en los tribunales, entre otras perlas, alcanza para dar cuenta del perfil de alguien que forma parte del pasado de un país que renace actualmente de las cenizas en que lo sumieron gobiernos blanquicolorados en los cuales fue actor especialísimo.

Creo que dice falsedades por condición, tal vez con intención de captar desinformados o votantes de ultraderecha que directamente piensan como él. Nadie con un nivel de vivencias medio en Uruguay puede creer ni un milímetro de las patrañas de este hurgador del sofisma, mente escatológica al servicio de la militarización de las ideas y la tiranía con fachada ilustre.

En cuanto al que sale a defender para no desaprovechar la ocasión de estar en el pico de la chocolatera, Jorge Larrañaga, la embarra más al decir que «discrepa radicalmente» con los conceptos vertidos por Aguirre, diciendo que «no se puede comparar a nadie que forme parte del sistema político con el responsable del principal genocidio mundial». Nos vemos en la necesidad de resaltar que no hay genocidios principales o secundarios, esto concebido por quienes hace años trabajan internacionalmente los temas de discriminaciones étnicas o sociales diversas. Si cometiésemos el error de catalogar los diferentes genocidios, todos ellos vergüenza para la humanidad, por su magnitud numérica, caeríamos en la falacia de expresar que hay unos más importantes que otros.

Si la clasificación pretende ser cuantificatoria de víctimas físicas, algunos hablan de los indígenas depredados en la colonización de América, otros de los africanos esclavizados, la población judía, los armenios, las dictaduras en Latinoamérica como crímenes de lesa humanidad; otros genocidios contemporáneos como el régimen del apartheid, la masacre de Ruanda, o algunos más actuales y perpetuos disfrazados de actividad laboral como las minas del Congo de George Bush padre, donde hay mas de un millón y medio de muertes y sigue muriendo gente contaminada con uranio y otros metales en la extracción de materiales para hacer teléfonos y otros artefactos portables. Se sabe que van a morir, pero como total son africanos pobres y del Congo, está todo bien.

A propósito, no hablamos de cifras pues la legislación mundial y la propia al tratar el genocidio habla de que basta una persona agredida o asesinada para que se concrete la barbarie pues la tipificación atiende a la intención, penalizando también la instigación. Matar, violentar o impedir nacimientos buscando aniquilar una idea, una cultura, un grupo humano equis, eso es genocidio. Algunos de los mencionados también son crímenes de lesa humanidad o crímenes de guerra, según quiénes los hayan perpetrado o dependiendo del contexto histórico. Sin embargo, nunca se habla de categorizaciones relativas a magnitud de la horripilancia u otros parámetros, incluido el numérico.

La Ley Nº 18.026 de Cooperación con la Corte Penal Internacional en materia de lucha contra el genocidio, los crímenes de guerra y de lesa humanidad, dice: Artículo 16. (Genocidio).- «El que con la intención de destruir total o parcialmente a un grupo nacional, étnico, racial, religioso, político, sindical, o a un grupo con identidad propia fundada en razones de género, orientación sexual, culturales, sociales, edad, discapacidad o salud, perpetrare alguno de los actos mencionados a continuación (homicidio, tortura, sometimiento, impedir reproducción, traslado por fuerza o amenazas), será castigado con quince a treinta años de penitenciaría.»

Atentos a mirar a alguien que hace «Caravanas por nuestros valores» ­tal vez aluden a los que guardan en los bancos o en plazas financieras­, no debería cometer el grave error ético conceptual con respecto a un asunto tan delicado directamente relacionado a los derechos humanos. Tendría que saber que no hay genocidios principales o secundarios. Todos son atroces expresiones de fundamentalismo y canalladas, desprecio por la vida y enfermedad social, no meros carteles para usar livianamente con miras a las internas. ¿Cómo se sentirán las víctimas si alguien dice que hubo unos genocidios más importantes que otros? De todas maneras sería interesante saber en qué basa su clasificación Larrañaga. Tal vez en la necesidad de quedar bien con un sector de la población y hacer campaña electoral con el dolor profundo y sobre todo ajeno. Más allá de eso en el lugar que está, sería importante que se informara pues es grave la ignorancia sobre algo tan vertebral en una sociedad, viniendo de quien se postula a presidir a la nación y desconoce determinados valores estructurales. El lapsus linguae es superficialidad o simple indiferencia ante el sufrimiento del prójimo y cualquiera de las lecturas es preocupante en un precandidato.

A todo esto, la doctrina de la seguridad nacional promovida por la genocida dictadura cívico militar es defendida por Aguirre, por eso ideó la ley de impunidad, para cuidar a los milicos del Proceso y sus cómplices de la llegada de una Justicia que se acerca y que los cerca.

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