El rabino y la celeste

Los siete días de la semana pasada se celebró Sucot, la Fiesta de las Cabañas, en la cual desde hace más de tres milenios se conmemora la protección de Dios a los judíos durante los 40 años de travesía por el desierto. A Sucot le siguió el pasado sábado a la noche, Simjat Torá, la Fiesta de la Torá en la cual los judíos bailan en las sinagogas con la Torá en sus brazos.

Uno de los preceptos de Sucot es conocido como el de «las cuatro especies» y consiste en tomar con la mano izquierda un citrón (etrog), fruto muy parecido al limón, y con la mano derecha una rama de palmera (lulav) atada a tres ramas de mirto y dos de sauce, hecho lo cual se recita una bendición especial.

¿A qué viene esto?

El miércoles, durante mi caminata por una rambla casi desierta ­el frío ahuyentó a los habitués­ me topé inesperadamente con el rabino Eliezer Shemtov. Azorado, pregunté qué hacía allí aquella gélida mañana y sin decir agua va pone en una de mis manos el «etrog» y en la otra el «lulav» con las tres espigas adicionales, para luego hacerme repetir sus palabras una a una, recitando la bendición de Sucot.

Antes de despedirnos me invitó a la fiesta de Simjat Torá que, como expresáramos, tendría lugar el sábado de noche. «Rabino», le dije, «el sábado de noche Uruguay juega con Ecuador». Finalmente, le aseguré que dado que la fiesta en la sinagoga se prolongaría hasta altas horas de la noche, aceptaba su invitación en caso de que Uruguay triunfara, lo cual, confieso, en aquel momento me parecía altamente improbable.

No es todo. Le pedí, asimismo, que en sus plegarias hasta el sábado tuviera presente el partido con Ecuador para interceder por Uruguay ante el Todopoderoso. Me contestó que no lo podía hacer en esos términos, en forma directa, pero que rogaría para que se cumplieran mis deseos, con lo cual quizás se lograría el mismo resultado, pero de una manera indirecta.

Aunque soy reacio a la injerencia nacionalista en el deporte, a mi juicio tan perniciosa como su explotación con fines políticos, reconozco que la Selección de fútbol es un vínculo de unión en el seno de la sociedad uruguaya, tan enfrentada en otros aspectos. (Quizás la primera manifestación global de unidad como Nación en la historia del país haya sido la explosión colectiva de júbilo provocada por el triunfo futbolístico en lo juegos olímpicos de 1924).

Muchas veces la Selección de fútbol generó una unión en el sufrimiento y algunas otras una alegría sana del tipo que embellece la vida. La noche del sábado, en un breve lapso, pasamos por todo esto.

Apenas terminó el partido, embargado por una euforia chisporroteante y fiel a mi palabra, fui a la sinagoga. El rabino, rodeado por un amplio círculo de asistentes, me recibió con una sonrisa de oreja a oreja, puso la Torá en mis brazos, y mientras hacíamos la ronda, entonó con su poderosa voz de barítono un estribillo que fue coreado al unísono por los feligreses, muchos de ellos con las venerables barbas propias de los judíos ortodoxos:

«Sooy celeste, celeste yo soy…».

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