Curiosa solidaridad

Josef Ratzinger (más conocido como Benedicto XVI al asumir la Jefatura de la Iglesia Católica e instalarse en el Trono de San Pedro) ha recibido la solidaridad de cientos de miles de creyentes.

Nosotros, que estamos acostumbrados a oír y manejar un vocablo que conlleva ideas como apoyo, adhesión, y que hemos convertido casi en propiedad exclusiva de la izquierda, no podemos menos de sorprendernos ante la noticia.

 

En efecto, tradicionalmente, la solidaridad se expresa para causas nobles y de cuya justicia no se puede dudar: la lucha del pueblo vietnamita contra la agresión imperialista, la libertad de los presos políticos, Cuba y su revolución, un conflicto laboral que enfrenta al sindicato con la patronal prepotente, las víctimas de un genocidio o de una catástrofe natural, un político difamado o injuriado, las minorías étnicas o sexuales que sufren discriminación, los marginados, y en fin toda persona, grupo o causa que despierte en nosotros una condigna indignación y que, por tanto, merezca apoyo o adhesión.

 

La palabra solidaridad casi podría integrar la famosa trilogía heredada de la Revolución Francesa de libertad, igualdad, fraternidad; es un concepto inherente al liberalismo político y a la democracia como sistema de convivencia, e integra la escala de valores propios de una forma de vida civilizada. Se opone, por ende, a los conceptos de egoísmo e individualismo.

 

Ahora bien, y volviendo a la solidaridad recibida por el Papa, cabe preguntarse de qué injusticia es víctima el Santo Padre que lo haga merecedor del apoyo de miles de fieles. ¿Sufrió, acaso, el ataque de una patota que intentó rapiñarlo al volver de madrugada a su hogar? ¿Tal vez esos fieles se soliviantaron porque Baltasar Garzón se proponía sentarlo en el banquillo de los acusados, y nosotros lo ignorábamos? ¿Padece, tal vez, la persecución de sus jerarcas? ¿Ha sido despedido de su trabajo por represión antisindical? ¿Alguien ha sugerido que mete la mano en la lata, que ha cometido abuso de funciones o que otorgó irregularmente una concesión? ¿Será por ventura otro damnificado más por inundaciones, terremotos o huracanes?

 

En fin, es difícil hallar motivos para solidarizarse con don Benedicto puesto que su situación no encaja en ninguno de los prototipos acreedores de solidaridad, según lo hemos visto en este somero repaso.

 

Veamos. No es razonable imaginar a Ratzinger rapiñado con todo el aparato de seguridad de que dispone el Vaticano; tampoco es probable que el juez Garzón se propusiera juzgarlo (y menos ahora que el impulsivo magistrado está en la mira de la Audiencia Nacional); dado que por encima de él no está sino Nuestro Señor ­y éste sería incapaz de perseguir a su vicario en la Tierra­ hay que descartar la hipótesis de persecución de sus jerarcas (que no los tiene) ni de atropello antisindical; tampoco es de recibo la posibilidad de que haya padecido los efectos de temporales o terremotos. Sólo nos queda la sospecha de irregularidades administrativas que no hemos podido probar.

 

En realidad, de nada de eso se trata, estimado lector. El bueno de Josef despertó las muestras de solidaridad de numerosos fieles en razón de las críticas de que fue objeto con motivo de su postura ante las innumerables denuncias de pedofilia y de abusos sexuales de todo tipo, cometidos por sacerdotes católicos. Bondadoso como es, Benedicto se mostró indulgente para con esos piadosos frailes dedicados a Dios, quienes tuvieron un pequeño desliz tentados por el Demonio.

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