Editorial: "Ley de medios: un derecho humano"

Un tema trascendente en Argentina hoy es la Ley de Medios, a la cual adhiero, en principio por parecerme equitativa, democrática y sobre todo y ante todo porque considera al lector-espectador un ser en todo lo que ello implica, y a la comunicación como un derecho humano.

El ciudadano por ende es protegido por esta Ley de Medios ante la información que recibe a diario, presentándole la realidad y no «una realidad» dibujada y creada por la mafia de los dueños de los monopolios de la «comunicación per se» y sus vastos intereses, que abarcan no sólo lo mediático, sino que se extienden de modo exorbitado a todo tipo de exclusiones-inclusiones, convirtiéndose en los señores dictadores de las tendencias de todo tipo, incluidas las que destruyen toda instancia ética que debe regir en la conformación y construcción de la opinión responsable en una comunidad libre y no esclava de los modas, modos y manías que convierten al desprevenido receptor en una víctima de los caprichos megalómanos de una pseudo elite narcista, siempre al servicio de tal o cual interés oscuro, privado y sucio, que devienen en la destrucción de toda capacidad de análisis o interpretación de noticia instalada, creando una realidad paralela, en fin, esquizofrenizando al pueblo.

Adhiero a la Ley de Medios, ante todo y sobre todo por favorecer al pluralismo, al disenso, a borrar de la triste historia de la comunicación en Argentina «la información monolítica», que tantas víctimas ha cobrado en su accionar cobarde y artero y censor (me cuento entre sus víctimas), al servicio de los intereses de los sicarios de la comunicación de masas, y no puedo dejar de hacer memoria al arbitrario accionar del multimedios «Clarín», o «América» en Argentina y por qué no hacer una similitud con «El País» del Uruguay, que se prestan a los intereses de las oligarquías locales, que siguen accionando en ambas márgenes del Plata, sumado a los empresarios de nuevo cuño, neoburguesías ultraliberales, que guiñan su ojo a las paleoburguesías, esperando entrar en el Nirvana de las caras de los ricos y famosos, donde conviven desde una modelo devenida en periodista, hasta un escritor espontáneo de fast-food a la carte, posando con algún político con su última adquisición en las pasarelas de la moda, a modo de broche sentimental, un mundo donde pareciera ser lo que debiera, pero a no engañarse, la vida por suerte camina por otros senderos, donde la libertad y la verdad tienen una contracara, tal vez con menos sonrisas, pero con una cuota de placer legítima y muy gozosa.

Nunca como ahora se han dedicado tantas líneas a los medios masivos de información en tanto productores y reproductores de la realidad, ya sea a través de la literatura o el periodismo, productos ambos del trabajo de especialistas en estas tareas, cuyo final que se convierte en principio es el establecimiento de la comunicación de quienes les siguen.

Corroborar lo anterior es tarea sencilla si pensamos en el marco bajo el cual surge este texto o si revisamos el acontecer nacional: los medios y sus especialistas hablando cada vez con mayor preocupación y seriedad de nosotros mismos.

La discusión, desde quienes a través de la academia o de la profesión nos involucramos en su análisis, siempre ha tenido como punto de partida y tesis final la crítica institucional: ellos nos dominan, ellos nos dicen qué hacer, ellos nos dicen cómo debemos portarnos, ellos nos dicen lo que es correcto y lo que no; en síntesis: ellos, los medios masivos de información, nos dicen cómo debemos pensar y acerca de qué.

Pero hoy, desde el pensamiento relativista hasta el absolutista, se reconoce a la ética como principio clave en el desarrollo de nuestras acciones, incluidas y obligadas las comunicativas.

Mentir, engañar, deformar, ocultar, cambiar, alterar, convierten a lo comunicativo en acción antiética. ¿Mienten, engañan, deforman, ocultan, cambian, alteran los hechos aquellos que hacen periodismo? ¿Son seres antiéticos per se? Hace tiempo millones de seres humanos dejaron de creer que el mundo es dicotómico, aunque suman otros tantos millones los que aún lo perciben así.

Nunca un todos pero jamás un ninguno.

Periodismo antiético lo hacen los hombres y mujeres de la profesión con objetivos inocultables en su afán arribista, quienes obtienen prebendas políticas o económicas, unos cuántos que utilizan la pluma simplemente para tomar dictado de aquello que se les indica, los que esperan recibir una mejor posición en su diminuta esfera de poder, los que han dejado de creer en el concepto de público, aquellos a los que el lector no inspira respeto alguno. Se sabe quiénes son, el rumor los atrapa y la duda sobre sus dichos permanece.

Creemos que son necesarios para validar el trabajo de los otros, muchos, que son ajenos a juegos como los descritos.

El conflicto radica en aquellos desconocedores de la relevancia de su rol, a los que nunca podríamos calificar de antiéticos sino de ignorantes de la Verdad: Es en estos hombres y mujeres en donde se anidan los más grandes problemas. Muchos de ellos, periodistas muy conocidos, no han hecho consciente su papel de constructores de la realidad del espectador.

Las razones: necesidad de un salario, velocidad de una profesión: Este tipo de periodista desconoce ­por una historia personal­ a la sociedad a la que pertenece, a la que «sirve» e «informa».

Si no está cerca de su lector, en un ejercicio real de atención a sus preocupaciones, ¿cómo trasmitir la realidad del espectador desconocido? Cientos de voces apelan a la normatividad desde la ética de la labor periodística pero antes sería necesaria una formación integral dentro de la cual está la ética.

Es tiempo de formar en el lector, espectador una percepción ético crítica respecto a su realidad primero para luego aterrizarlo en la realidad mediática.

Retomar la agenda de medios asimilándola a la realidad de la que parece estar divorciada, pero con la intención de ampliarla y hacerla más compleja, menos reduccionista de los tres o cuatro temas que dominan la discusión doméstica nacional.

El ejercicio arranca en cuestionar al lector con asuntos como ¿se parece eso que ves en los medios a aquello que te sucede en el día a día? No se trata de orillar a nadie a dejar de consumir las realidades mediáticas en tanto ofertantes de un entretenimiento a veces único en sociedades sin amplias posibilidades, por cuestiones financieras o simple desconocimiento.

Bienvenida la Ley de Medios, bienvenida en su afán de reconocer derechos y deberes en la difusión de la información, en libertad de opinión, pugnando en que no se obstaculice la relación esencial del medio emisor y del sujeto receptor de la noticia, una imagen ética en espacio de convivencia de lo que siempre debe haber sido, un encuentro de una esperanza forjada sobre los valores imperecederos de todo lo que implica comunicar.

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