EDITORIAL

Un pueblo que recuperó la alegría

En los últimos tiempos de la dictadura cívico-militar -pero aún bajo sus nefastos efectos- una canción del grupo Rumbo se convirtió en un himno de esperanza para la resistencia. «A redoblar» empezaba anunciando nada menos que el retorno de la alegría cuando llevábamos casi un decenio de grisura amarga, soportando como podíamos la prepotencia, la chatura y la ineptitud criminal de los gobernantes de facto.

La performance futbolística de nuestras selecciones de aquellos tiempos acompañó puntualmente la mediocridad en que los motineros habían hundido al país. En el Mundial de Alemania de 1974 el seleccionado uruguayo cumplió un triste papel con un empate y dos derrotas que nos dejaron afuera de la competición en la primera fase. El fugaz relumbrón del Mundialito de 1980 se apagó prontamente cuando la selección no se clasificó para el Mundial de España de 1982. Para la siguiente copa en México, se eligió a un oscuro entrenador que mereció de Wilson Ferreira -con su proverbial ingenio- la comparación con el Rey Midas pero al revés. Se sucedieron luego actuaciones más o menos deplorables o, por lo menos, dentro de los límites de una mediocridad descorazonadora.

La vida política del país, una vez recuperada la normalidad institucional, también transitó por caminos mediocres cuando no francamente regresivos que profundizaron aun más el escepticismo y la amargura de un pueblo que sentía que no merecía un destino tan triste; ni en lo político, ni en lo económico ni en lo futbolístico.

Pero los años noventa mostraron una saludable rebeldía de los uruguayos. La última década del siglo pasado fue la del crecimiento exponencial de la izquierda nucleada en el Frente Amplio, algo que presagiaba ya el triunfo de las propuestas de cambio en las primeras elecciones del presente siglo. El pueblo uruguayo empezaba a recuperar la alegría, a sacudirse la resignación, a superar el malhumor, a redoblar la esperanza. Las manifestaciones espontáneas para celebrar los triunfos electorales de la izquierda en 2004 y 2009 fueron una demostración cabal de ese optimismo que nos iba ganando poco a poco.

El crecimiento económico, la recuperación salarial, las políticas sociales implementadas por el primer gobierno de izquierda permitieron al pueblo uruguayo recobrar confianza en sí mismo. Y esa confianza en una patria que alcanzaba el ideal saravista de «Dignidad arriba y regocijo abajo» pudo derramarse a una de las actividades más arraigadas en la sociedad: el fútbol. A pesar de la eliminación a manos de Australia para el Campeonato de Alemania 2006, el cuerpo técnico elegido para dirigir a la Celeste fue desarrollando un trabajo minucioso, responsable e inteligente, que nos ha llevado a estar entre los cuatro mejores equipos de fútbol del mundo.

El maestro Tabárez logró conformar un grupo sólido, cohesionado, con un equilibrio perfecto de destreza, de potencia física y de entrega. Una selección en la que no tuvieron injerencia alguna elementos ajenos a la estrategia y la táctica ideadas por el cuerpo técnico. Desde el propio entrenador hasta el último de los suplentes, todos los responsables de la excelente performance del seleccionado nacional exhiben humildad y ganas, conciencia plena de sus limitaciones y, al mismo tiempo, confianza en sí mismos.

El desempeño de la selección celeste viene a ser casi el espejo donde se refleja una nueva realidad, la de un país que vuelve a creer en sí mismo.

Así como el país va cambiando paulatinamente y dejando atrás el «no se puede», el fútbol uruguayo parece haberse encaminado por el sendero correcto que puede llevarlo a conquistas inimaginables poco tiempo atrás.

Que así sea. Nos lo merecemos.

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