El ser palestino, el historiador y el Hotel Rey David

En el segundo párrafo de mi artículo ‘El ser palestino’ publicado en el Diario La República, el pasado 19 de julio, escribí: «Algunos clérigos de esas plumas, con un seudo intelecto pretendieron alterar la existencia de un pueblo milenario. Negaron su antigua tradición, humillando y deshumanizando la esencia palestina».

Esa pluma cargada con la sangre de mi pueblo palestino no se hizo esperar. Un historiador, cuarenta y ocho horas después, nervioso, escribe un artículo intitulado «La falsificación de la historia». Con una fuerte carga de ofensas, falta de respeto e intelectuales insultos ­ que lo aleja de su título de historiador- trata de descalificar mi sentimiento palestino y mi sufrimiento como refugiado de 1948 y el de mi milenaria tierra y mi pueblo.

No resulta importante. Su contenido es una abultada cantidad de palabras y frases con poca historia. La paradójica actitud de este excitable hombre de historia, es que publica su agraviante artículo un día antes en el que el real terrorismo internacional festeja una de sus más importantes acciones criminales contra la libertad y la dignidad de los pueblos.

Me refiero que un 22 de julio de 1946, el grupo sionista judío Irgún Tzvai Leumi, comandado por quien sería el futuro primer ministro de Israel y Premio Nobel de la Paz en 1978, Menahem Beguin (1913-1992), volaron el Hotel Rey David de Jerusalén, en ese momento, capital de Palestina ocupada por los británicos.

Beguin, con sus terroristas sionistas a las 11:30 de la mañana, ingresaron disfrazados de lecheros y descargaron en el sótano del edificio varios tambos -supuestamente de leche- pero cargados con más de 350 kilos de explosivos. Casi a las 12 del mediodía, la operación MalonChik, concretó su objetivo. Voló el ala lateral sur del Hotel, matando a 92 personas, 29 funcionarios administrativos británicos, 58 palestinos, entre ellos 17 de fe judía y 5 extranjeros, con casi un centenar de heridos, todos ellos civiles.

El atentado contra el Hotel Rey David, en cuya ala lateral estaban las oficinas administrativas de la ocupación militar británica y una pequeña oficina de la ONU, sería determinante para forzar a los británicos y acelerar la evacuación del personal británico destinado en Palestina. De hecho se retiraron en mayo de 1948, nueve horas antes de la creación de Israel sobre la tierra palestina.

Esta actitud terrorista se multiplico en 418 aldeas y ciudades palestinas destruidas por el terrorismo sionista, acelerando la caída de Palestina, parte de su capital Jerusalén y el exilio de su pueblo.

Quizás, los historiadores sionistas no recuerden este atentado y toda la crueldad desatada contra la población palestina para crear el Estado israelí. Tal como lo señaló Yitzhak Shamir premier israelí en la década del ’90, «gracias al terror utilizado por nosotros creamos el Estado judío» (Reuters, 4/9/1991).

Quizás, fue un pecado por omisión el nombre con el que el historiador llamó a su artículo «La falsificación de la historia». Titulo más cercano a nuestra tragedia palestina que a la que intentó mostrar. Recuerdo que comencé mi nota ‘El ser palestino’, con una frase de Gebels, perdón Geobbels, «Miente, miente siempre que seguro algo quedará». Desde la raíz del arte filosófico de los geniales dichos populares de estas latitudes, ‘Al que le quepa el sayo que se lo ponga’.

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