EDITORIAL

Redignificar la tarea docente

En estos tiempos de discusión del Presupuesto, hablar de educación implica inevitablemente hacer mención a los reclamos de los gremios de funcionarios docentes y no docentes de la Enseñanza Pública.

Más allá de los porcentajes que esas corporaciones exigen, y de las necesidades materiales y de infraestructura que la educación estatal exhibe, lo que está verdaderamente en juego es el aspecto salarial.

Conocida es nuestra postura al respecto: consideramos una insensatez, una irresponsabilidad fiscal, atar el presupuesto a un porcentaje del PBI; pero al mismo tiempo, entendemos que la justicia de los reclamos está fuera de discusión.

Se ha hecho público un mensaje de Afutu -el gremio que representa a los funcionarios de la Universidad del Trabajo- dirigido a los parlamentarios, que resume de manera clara las preocupaciones de esos funcionarios con la intención de pedir un mensaje complementario para satisfacer las aspiraciones del gremio; aunque se trate de uno de los distintos sindicatos de la enseñanza pública, el planteo, el diagnóstico y las aspiraciones son comunes a todos.

El nivel salarial de los funcionarios -docentes y no docentes- es de los más bajos de la administración; es un dato de la realidad que nadie discute. Ahora bien, independientemente de la incuestionable legitimidad de aspirar a una mejora salarial, algo a lo que todo asalariado tiene derecho (a un mínimo bienestar material, vivienda digna, alimentación adecuada -corporal y espiritual-, distracciones, etcétera), en el caso particular de los docentes de todas las ramas de la educación, el bajo nivel de ingresos tiene un efecto nefasto: el multiempleo y el excesivo horario de trabajo.

Con razón se afirma en el mensaje a que aludimos que está reconocido mundialmente que los docentes no pueden tener más de 20 horas aula por semana para cumplir seriamente con una enseñanza calificada y crítica. Pero ocurre que el salario básico para 20 horas docentes semanales se ubica en los 9.500 pesos. «Eso conlleva una desvalorización de la profesión docente, bajo nivel de profesionalización, multiempleo, ausentismo, con los consiguientes malos resultados educativos», se dice en el mensaje.

En el siglo pasado y hasta fines de los años sesenta, los profesores de Enseñanza Secundaria tenían un tope horario de 21 horas semanales; y a medida que iban adquiriendo antigüedad y pasando de categoría, ese tope iba bajando hasta 12 horas al tiempo que aumentaba considerablemente el valor de la hora semanal. De ese modo, se garantizaba al docente no sólo un salario digno sino que se tenía en cuenta el desgaste inevitable que causa esa profesión en quien la ejerce.

Pues bien, hoy tenemos una realidad totalmente distinta, en la que el funcionario puede tomar clases prácticamente sin límites; y como los salarios no son suficientemente dignos, se ve obligado a dictar clases en varios institutos públicos y privados; los maestros, por su parte, trabajan en doble turno o en un turno en una escuela pública y en otro en un colegio privado. Esta realidad es un verdadero atentado contra la salud física y mental del docente y conspira directamente contra la calidad de la educación que se imparte. No suele tenerse en cuenta, por otra parte, que la tarea docente no se limita al tiempo que se está frente a una clase; por el contrario, el educador tiene que preparar cada clase y debe corregir los trabajos que ha propuesto a sus educandos.

Es imperioso revisar y corregir esta realidad de modo de redignificar la tarea docente.

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