De la oreja de Jenkis a la cabeza de Kadafi

Las guerras de sucesión al trono de España, siglo XVIII, dieron lugar a los avances sobre territorio americano de los ingleses, caso de la famosa «Guerra de la oreja de Jenkis», que a raíz de un incidente de la guardia costera española y un contrabandistas inglés, Jenkis, al cual se le apresó el buque y se lo liberó con una oreja de menos como advertencia al rey británico. Las cosas estaban maduras en Inglaterra para lanzar una expedición punitiva al Caribe y las quejas del pirata inglés, que dicen se presentó ante el Parlamento con su oreja en la mano, dieron aliento a un gran operativo de conquista, que comenzaría con este incidente y en tres oleadas invasoras se prolongaría hasta 1748.

La importancia que tuvo esta expedición colonial inglesa, 126 naves y más de 27.000 hombres, que pareció ser el inicio del imperialismo anglosajón mundial, convocando tropas británicas y de colonos de Virginia sedientos de expandir sus intereses sobre el sur. Estos colonos virginianos eran comandados por Lawrence Washington, hermanastro de George. Esta prolongada guerra dio origen a una pieza musical que se convertiría en el himno nacional británico legado a nuestros días. Lo interesante de esto es que la derrota inglesa a manos de las fuerzas leales americanas, fue tal que no habría una nueva expedición al continente, de esa envergadura, hasta las invasiones al Río de la Plata en 1806/07. Esta aplastante derrota británica en el Caribe llevó al rey Jorge II a prohibir a sus historiadores escribir sobre estos sucesos. Prohibición que alcanzó a los posteriores historiadores anglófilos que hicieron nuestra historia oficial en el siglo XIX. Como consecuencia de esta victoria americana, Cuba y Centro América aún pertenecen a la nación hispanoamericana .

Igual suerte correrían los ingleses en el Río de La Plata quedando demostrado que la conquista directa de estos territorios por los angloparlantes era misión imposible.

Lo que no pudieron las armas reales lo pudo el comercio. Así nuestra América sería atomizada por las fuerzas mercantiles de los puertos. El comercio inglés y sus asociados locales lograrían lo que las marinerías no podrían, es decir, el control económico del continente. «Inglaterra no necesita súbditos sino clientes», dijo el ministro Canning ante los ruegos de protectorado de los agentes criollos del puerto. Y aquí comienza nuestro drama nacional americano. Tempranamente en América se perfilan dos facciones a saber: el partido americano, convocado por sus caudillos populares, y el partido europeo, en el cual militaban las clases mercantiles de los puertos. Artigas define a su sistema federal como «sistema americano». Por otra parte, los directoriales de la denominada Junta Grande, se ofrecen a todas las cortes europeas en búsqueda de un protectorado, que los salve del partido americano. Y en esta dialéctica se enmascararán como guerras civiles, las operaciones de conquista mercantil europeas en nuestros territorios. Es al llamado de la intervención portuguesa por parte de los directoriales porteños, las misiones ante las cortes de Portugal y británicas de B.Rivadavia, Manuel García o Nicolás Herrera, jalonan todo un proceso de gestiones intervencionistas en los asuntos locales por parte del partido directorial, el partido europeo, luego denominado unitario o liberal.

El terror oligárquico de las elites porteñas, de ambas riveras, lleva a diversas alianzas entre las potencias imperialistas mundiales y los partidos locales. Así pues, la revolución federal artiguista termina con el llamado a la invasión portuguesa de 1816, que nos traería la ocupación de la Cisplatina hasta el año 1825. La revolución federal que liberaría a la Banda Oriental de la ocupación lusitana, terminaría en la separación de la Banda Oriental, forma de transacción inglesa entre la ocupación y la reincorporación al conjunto de la federación, tal como lo planteaba el artículo cuarto de la Declaración de la Florida de 1825.

En 1836, durante el segundo gobierno constitucional oriental, se sublevan los generales. Rivera y Lavalle contra este gobierno, derrotados se refugian en Brasil de donde vuelven con auxilios, reiniciando la guerra civil. El Partido Colorado debe sus cintillos de los farrapos enrolados con Rivera que agitaban pendones colorados… derrotados nuevamente, recurren al auxilio de las marinería francesa que bloqueaba el puerto de Buenos Aires, en una operación de piratería mercantil regional. En 1838 los franceses usan a Rivera para lograr hacerse de un punto de atraque en América y poder vender los frutos de sus actos de piratería. Porque, siendo el bloqueo un acto beligerante, nunca Francia le declaró la guerra a la Confederación, ni siquiera al gobierno oriental de Manuel Oribe, al cual su marinería desalojó del gobierno.

Y, como nada mejor que saber de la opinión que tienen los imperialistas de sus sirvientes cipayos, transcribimos las confesiones de un diputado francés en su Parlamento en 1845, sobre la intervención: Dice el diputado Corne: «Entonces, digo, no se podrá admitir que esos desgraciados montevideanos, arrastrados tras nosotros, debieran ser abandonados a las venganzas del enemigo común. Para excitarlos a la guerra, habíais gastado 1.500.000 francos. Sí, 1.500.000, y vos, Cámara de Diputados, habéis ratificado ese gasto, en virtud del informe del señor Ducós. Esos fondos fueron empleados en sublevar a Montevideo, porque se tenía necesidad de Montevideo para que tuviera buen éxito el bloqueo de Buenos Aires»*… Así comienza «Guerra Grande», con Montevideo convertido en apostadero naval francés y los pueblos federales reagrupándose para restaurar la independencia y la ley desde la banda occidental.

Esta guerra de conquista interior terminará en el holocausto paraguayo, con la decapitación de Francisco Solano López en Cerro Corá, el primero de marzo de 1870, puede decirse que quedamos inscriptos en el Imperio Británico. Si la unidad generó victorias en el siglo XVIII, la desunión nos traerá la derrota de la nación hispanoamericana en el siguiente. Y, en tiempos de intervenciones colonialistas, de rebeliones secesionistas, de particiones de territorios por cuenta de extraños, debemos tener presente la máxima de Maquiavelo que opinaba que las llamadas «fuerzas auxiliares son infaustas siempre para el que las llama. Porque si pierdes la batalla, quedas derrotado, y si ganas, te haces prisionero suyo en algún modo». Por eso no es posible nunca que patriotas osen llamar en su auxilio fuerzas extranjeras para acceder a los gobiernos diezmando a sus propios pueblos. Sólo aventureros dispuestos a enriquecerse a costa de la miseria y ruina nacionales pueden prestarse a estas felonías. Nuestra América tiene, en nuestras fronteras, las cicatrices de las particiones imperialistas a que dieron lugar las guerras de partidos del siglo XIX. Las pujas de las facciones asociadas a los intereses mercantiles foráneos, atomizaron la unidad americana principal heredad de los tiempos iniciáticos del mundo castellano en el continente. Los americanos del sur nos vemos en el espejo de esas intervenciones imperialistas en Africa. De ahí nuestra natural aversión a la vocinglería demagógica de los que se prestan a ser usados para el saqueo de sus pueblos. Los imperios son universalistas y por ello totalitarios, derramando toda una verborragia engañosamente humanitaria. La humanidad tiene siempre un sentido restrictivo: son ellos. No son la humanidad los pueblos saqueados y exterminados en aras de su prosperidad, a eso que llaman civilización occidental.

Bien, y gracias a la memoria y la dialéctica de la historia, hemos unido a la oreja de Jenkis con la suerte de la cabeza de Kadafi.

*Luis A. de Herrera, «La pseudo historia para el Delfín»

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