INQUIETUD

La batalla por Chávez

Antes de que se conociera la gravedad de la enfermedad del presidente Hugo Chávez, estuvimos con distintos amigos observando sus fotos junto a Fidel y Raúl Castro. En todas ellas la cara de Chávez, no era de lo mejor. Incluso Fidel parecía mucho mas animado.

En los ojos de Chávez había tristeza, aunque no temor. Días después nos enteramos, por sus propias palabras, de que sufre de un cáncer que le fue descubierto en Cuba.

Por cierto que pusimos mucha atención en su informe al mundo, que conocimos por un video que recogió Radio Nacional de Venezuela. Allí encontramos a un hombre firme, sabiendo de lo que hablaba, emocionado por momentos cuando se refería a su pueblo y a su familia.

No faltaron permanentes referencias a su Dios y a la formación cristiana que nunca ocultó. Pero en ningún momento su intervención tuvo características de despedida. Muy por el contrario desde La Habana manifestó: «Quería hablarles desde este camino empinado por donde siento que voy saliendo ya de otro abismo. Ahora quería hablarles con el sol del amanecer que siento me ilumina. Creo que lo hemos logrado. ¡Gracias, Dios mío!». Y finalmente agregó: «¡Por ahora y para siempre viviremos y venceremos! ¡Muchas gracias! ¡Hasta el retorno!».

Por encima del drama humano ante tan cruel enfermedad, si es que se puede eludir, todos sabemos que la enfermedad de Hugo Chávez tiene connotaciones políticas, más para un país como Venezuela que vive políticamente tensionada.

No soy de los que se ha sentido identificado con el tipo de liderazgo de Hugo Chávez, ni con su proyecto del socialismo del Siglo XXI, ni con sus propuestas programáticas y quizás lo sea así porque la historia de la izquierda uruguaya y venezolana, a pesar de ser latinoamericanas las dos, no son lo mismo, porque no es lo mismo la historia política de los dos países, ni la influencia de las distintas corrientes progresistas del pensamiento mundial.

Pero las diferencias no impiden reconocer que el proceso venezolano, desde que Chávez encabeza los cambios, ha sido parte sustancial del torrente progresista que le ha cambiado la cara y el alma a Latinoamérica y el Caribe.

A su estilo, con su impronta, con sus discursos y actitudes quizás un poco agresivas, el presidente de Venezuela es parte de las grandes movilizaciones de pueblos que llegaron a los gobiernos para tener más independencia, más soberanía, más libertades y más justicia social e integración.

A Chávez solamente le estreché la mano dos veces y solo intercambiamos saludos. La última vez fue en su reciente visita, cuando Federico Fasano lo entrevistó. Allí descubrí a un hombre serio, sereno, convencido de lo que estaba haciendo, con una cultura muy superior a la que a veces muestra en su cotidianeidad.

También descubrí a una personalidad que domina el pensamiento independentista latinoamericano, y que sus citas de aquellos grandes próceres de hace 200 años no son un simple recurso para darse lustro de pensador arraigado en lo mejor de nuestra historia.

Chávez es odiado por las derechas de este continente, por múltiples razones. Primero porque esos grupos dominantes de antaño no soportan que desde el seno de los cuarteles haya salido un hombre humilde, que desde la Presidencia de la República, a la que llegó por vía electoral, haya roto el matrimonio histórico de las fuerzas armadas con los intereses políticos y económicos de quienes nunca contemplan en sus sueños y realizaciones a los más humildes.

A la vez Chávez es odiado porque es «pardito», como me dijo una vez un uruguayo de las altas capas medias, en tanto los representantes de los grandes grupos económicos nacionales e internacionales se regodean de ser «blanquitos», aunque no lo sean (racismo puro).

Si la enfermedad de Chávez es utilizada por la oposición de su país y aliados externos con fines desestabilizadores, no solo estará en peligro la democracia de Venezuela, sino también las otras democracias latinoamericanas. Por eso, desde cada rincón de nuestra América hay que impedir que las derechas retomen la ofensiva, porque el retroceso del progresismo puede ser mucho más rápido de lo que estamos imaginando.

Al cáncer no se le vence con estrategias políticas, pero las consecuencias de una grave enfermedad de un presidente, sea del país que sea, debe ser una cuestión de carácter político, que ponga por encima de todo la estabilidad democrática de la región.

Ya vendrán las campañas mediáticas poniendo en ascuas a todo su pueblo, día a día. Ya vendrán las conspiraciones y los intentos de separar a las fuerzas armadas venezolanas del proceso de cambio. Ya vendrán las movilizaciones de la oposición con el fin de neurotizar la gestión de gobierno y la vida diaria de la gente.

Para enfrentar todo este operativo, para el que nadie estaba preparado, se requerirá un fuerte apoyo del Mercosur y de la Unasur al gobierno de Hugo Chávez, en sus diversas expresiones.

Sabemos que Chávez está dispuesto a dar la gran batalla por su vida, la que seguramente contará con el apoyo de la ciencia, de los médicos y de los especialistas. Pero la batalla política es de gobiernos, partidos y pueblos, en clave de unidad latinoamericana.

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