EDITORIAL

El fútbol, la religión laica

Seamos sinceros: estamos atrapados por el fútbol porque nos va bien y el domingo estaremos en las finales de la Copa América. Si hubiéramos perdido con Argentina, las conversaciones serían otras y de noche, cuando nos estamos por dormir, también las preocupaciones serían otras y no las que tenemos hoy: si el «Ruso» tiene que entrar o no por Gargano, si a la «Joya» Hernández no hay que ponerlo en el segundo tiempo, aunque no sepamos a quién sustituir, por decir algo.

Mientras vivimos esta realidad que no sabemos quién inventó, volvemos a la biblioteca y con Eduardo Galeano nos preguntamos: «¿En qué se parece el fútbol a Dios?», y también con Galeano nos respondemos: «En la devoción que le tienen muchos creyentes y en la desconfianza que de él tienen muchos intelectuales».

«Muchos intelectuales de izquierda ­agrega el autor de «Las venas abiertas de América Latina»­ descalifican al fútbol porque castra a las masas y desvía su energía revolucionaria. Pan y circo, circo sin pan: hipnotizados por la pelota, que ejerce una perversa fascinación, los obreros atrofian su conciencia y se dejan llevar como un rebaño por sus enemigos de clase».

«Cuando el fútbol dejó de ser cosa de ingleses y de ricos ­añade nuestro compatriota­, en el Río de la Plata nacieron los primeros clubes populares, organizados en los talleres de los ferrocarriles y en los astilleros de los puertos. En aquel entonces, algunos dirigentes anarquistas y socialistas denunciaron esta maquinación de la burguesía destinada a evitar las huelgas y enmascarar las contradicciones sociales. La difusión del fútbol en el mundo era el resultado de una maniobra imperialista para mantener en la edad infantil a los pueblos oprimidos.

Sin embargo, el club Argentinos Juniors nació llamándose Mártires de Chicago, en homenaje a los obreros anarquistas ahorcados un 1º de mayo, y fue un 1º de mayo el día elegido para dar nacimiento al club Chacarita, bautizado en una biblioteca anarquista de Buenos Aires. En aquellos primeros años del siglo no faltaron intelectuales de izquierda que celebraron al fútbol en lugar de repudiarlo como anestesia de la conciencia. Entre ellos, el marxista italiano Antonio Gramsci, que elogió ‘este reino de la lealtad humana'».

Sin irnos tan lejos y con Gramsci, podemos recurrir a otros pensadores, que quizá no sean aspirantes a integrar los planes de estudio de filosofía. Por ejemplo, recurrimos a Mario Vargas Llosa, quien definió al fútbol en 1982, durante la Copa del Mundo en España, como «un fenómeno elevado a la categoría de religión laica».

Por su parte el antropólogo brasileño Roberto de Mata dijo que en el fútbol el público ve representada una sociedad modelo, a la que gobiernan leyes claras y sencillas, que todos comprenden y acatan y que, al violarlas, entrañan para el culpable castigo inmediato.

Esto es lo que, en el fondo, provocaría el fervor de esas multitudes que, a lo ancho y a lo largo del mundo, se vuelcan a los estadios, siguen hipnóticamente los partidos en la televisión y discuten y se dan de trompadas por sus ídolos futbolísticos: la secreta envidia, la inconsciente nostalgia de un mundo que, a diferencia de aquel en el que viven, roído por las desigualdades, la injusticia, la corrupción, presa de la ilegalidad y la violencia, es un mundo de convivencia, de imperio de la ley, y equitativo.

Después de toda esta cháchara, el domingo nos encontraremos todos ante el televisor para gritar «Vamos Uruguay» y que vayan pelando las chauchas.

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