El homenaje a Fernando Oliú

Pablo Otero Visca

 

La Junta Departamental de Montevideo acaba de aprobar una forma de homenaje a una personalidad de la más alta fibra que tuvo, en los últimos tiempos, el Partido Nacional; Y especialmente, el Movimiento Por la Patria; el de «Adelante con Fe».

Se trata del doctor Fernando Oliú, personalidad política que siempre concitó –y como se ve, hoy concita– aprecios, adhesiones y unanimidades.

La resolución fue votada por todas las bancadas; se decidió designar con su nombre a la plaza que, frente al Hotel Carrasco, da su cara al mar. La ceremonia oficial está prevista para el próximo 2 de diciembre, aniversario de su muerte.

Quienes fuimos sus amigos –no dudo en invocar aquí a aquellos que en verdad lo fueron– reconocemos con gratitud el homenaje. Así como reconocemos también la carencia de uno que aún le está debiendo su colectividad política. A la cual –aparte de razones de justicia– bien oportunamente le vendría hacerlo ahora. Pues prototipo de político de rancia y sana estirpe lo fue Fernando. De esos que en este momento se añoran y necesitan.

Un biógrafo escrupuloso se vería envuelto en vericuetos de dificultades para descubrir –y clasificar– las múltiples disciplinas y ocupaciones que llenaron el proyecto vital de Oliú.

Teología, filosofía, historia, ciencias sociales y políticas. Su predilección por la gran tragedia griega le hacía confeccionar las prioridades de sus ocios veraniegos. Una vocación humanista al servicio del quehacer político. Un servicio político fundamentalmente de trastienda –muchas veces en oficio de apuntador– esencialmente desprovisto de tentaciones de poder inmediato y personal.

Su estilo patriarcal de vida estaba real y verdaderamente fundado en su ser y en su sentido de relacionamiento.

Dijimos al comienzo de nuestra gratitud por el homenaje que la Junta Departamental le tributa, y dijimos también del que se le debe.

Puede que este último tenga sus dificultades de realización; es que la, o las virtudes esenciales que insufló Fernando en su vida privada y en el fecundo proyecto político que diseminó no son de abundancia en el presente. Sabemos que están semiocultas, pero parecen remisas a aparecer a pleno en la verba y en las prácticas al uso. Confiemos: la salud siempre triunfa en los cuerpos jóvenes; y nuestra sociedad lo es. Un día vendrá –no lejano– en el cual aquellas virtudes reaparezcan, y por sí solas tributarán ese otro homenaje que nos está faltando. *

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