Educación sexual formal: entre la frustración y el empecinamiento

El filósofo Edmundo Husserl (por otra parte, un eminente hombre de ciencia) definió el conocimiento filosófico como «la problematización de las trivialidades», como «el cuestionamiento de lo obvio«. Y otro pensador de nota, Eduardo Spranger, observaba «que nada solía resultar menos comprendido que aquello que se volvía naturalmente comprensible».

Pues bien: nosotros vamos ahora  a propósito de la «educación sexual formal» y sus confusas vicisitudes  a intentar hacer justamente eso: cuestionar lo obvio, lo que  para la mayoría de la gente (y también para la mayoría de los especialistas y de los expertos)  resulta «naturalmente comprensible».

 

PROBLEMATIZACION DE LO OBVIO

Empecemos por ubicar el problema en su «natural obviedad». Desde hace ya varios años, se está haciendo cada vez más generalizado e insistente el reclamo de que la escuela y el liceo asuman tareas concretas en materia de orientación sexual de niños, niñas, adolescentes y jóvenes. En forma periódica esta necesidad adquiere mayor énfasis y entonces se entran a formular promesas y anuncios al respecto e, incluso, se llegan a concretar en el papel proyectos, planes y programas (eso que algunos han llamado «progreso manuscrito»). Sin embargo, todas esas buenas intenciones no han logrado, hasta ahora, pasar de la condición de tales. Y, consecuentemente, sigue sin poder incorporarse la educación sexual a los programas formales de enseñanza primaria, secundaria e industrial.

Es decir: parece llegada la hora de enfrentarnos, crítica y autocríticamente, al hecho irrefutable (curiosamente ignorado o desvirtuado por los especialistas) de que el problema central de los educadores sexuales es el de «querer y no poder».

Es hora de reconocer que la historia de la educación sexual es la historia de las meras «buenas intenciones». De las buenas intenciones sistemáticamente fracasadas. Tanto que podríamos decir que la frustración es el común denominador que mejor identifica a los educadores sexuales. Pero es sólo el primer común denominador, porque el segundo lo constituye el empecinamiento.

En efecto, a pesar de los fracasos, a pesar de las frustraciones, los educadores sexuales no se dan por vencidos y vuelven a iniciar, por enésima vez, los mismos intentos tantas veces fallidos.

Nosotros entendemos que, ante tantas frustraciones y tantos empecinamientos, es hora de intentar plantearnos e intentar responder algunas preguntas insoslayables:

1) ¿Es que la educación sexual formal será posible?

2) Y si es posible, ¿por qué no se hace, por qué no se logra hacer?

3) ¿Qué obstáculos y qué resistencias la impiden o la dificultan?

4) ¿Cómo ordenar más críticamente la problemática sexual para poder orientarnos más pragmáticamente en ella?

5) ¿No se estarán empecinando los educadores sexuales en un sueño irrealizable?

Para poder contestar críticamente estas preguntas, otras nos pueden servir de guías:

1) ¿Cabe educar sexualmente sin comprometerse con un determinado sistema de valores?

2) ¿Existe algún sistema de valores sexuales unánimemente aceptado?

3) ¿Existe una sexología «científica» que autorice juicios de una validez tan general que puedan fundamentar una educación sexual universal y obligatoria?

4) ¿Es posible una «información» sexual tan neutral y tan objetiva que no esté contaminada por valoraciones de carácter moral o religioso?

 

INICIATIVA SIN PRECEDENTES

Antes de intentar responder a estas preguntas clave, sería oportuno que nos formuláramos otra pregunta previa, elemental y que, curiosamente, a ningún especialista se le ha ocurrido formularse: ¿en qué países existe la educación sexual «formal», de modo que nos pudiera servir de modelo a tener en cuenta?; ¿cuáles son sus características y cuáles los resultados obtenidos?

Pues bien: esta pregunta, mucho más fácil de contestar que las otras por referirse a hechos concretos y comprobables, tiene una sola y asombrosa contestación: de hecho, no existe educación sexual formal en ningún país.

Es decir: en esta materia carecemos de precedentes. O dicho de otro modo: modestia aparte, nos estamos proponiendo empecinadamente, sin ninguna duda y sin ningún rubor, llevar adelante una inciativa que no ha logrado concretarse en ninguna parte del mundo.

La contundencia de este hecho se hará comprensible en sus propios fundamentos cuando entremos a responder a las preguntas clave que nos formuláramos más arriba.

 

TOTALITARISMO VS. PLURALISMO ETICO

Para nosotros, las respuestas a estas preguntas definen perfectamente el problema. Y, además, aportan su solución.

Es más: estas preguntas, pensándolo bien, resultan puramente retóricas pues no admiten sino una única contestación. Es decir, las respuestas no pueden ser otras que las siguientes:

– sólo es posible educar sexualmente en referencia comprometida a un particular sistema de valores.

– no existe ningún sistema de valores sexuales de validez y de aceptación universales.

– en materia de educación sexual (como también en materia de educación política) rige y debe regir lo que nosotros llamamos «el pluralismo ético», que sostiene que cada uno debe educar y debe ser educado de acuerdo a sus particulares ideas filosóficas, morales o religiosas.

Cuando decimos que las respuestas no pueden ser otras que éstas es porque tenemos claro que lo contrario implicaría aceptar que se debería promover, desde los órganos de enseñanza del Estado, una especie de monolitismo o totalitarismo ético sexual en frontal contradicción con toda una tradición de enseñanza democrática y libertaria.

 

PRIORITARIA PERO IMPOSIBLE

Este breve pero decisivo análisis permite extraer algunas conclusiones bien concretas y bien prácticas:

1) la educación sexual es una necesidad prioritaria y de urgente atención en una sociedad sexualmente cada día más profundamente desorientada.

2) la educación sexual formal, como parte del sistema de enseñanza, se muestra en principio como imposible.

3) esto explica, sin más, porqué ha resultado imposible de hecho.

4) la tarea a realizar tendrá que hacerse, pues, donde resulta posible hacerla: en el ámbito de la educación sexual no formal.

5) si esta tarea se asumiera, ella se traduciría en la decisión de cada grupo, de cada comunidad y de cada colectividad de organizar sistemáticamente la orientación sexual de quienes la integran (niños, jóvenes, adultos, docentes, educadores), de acuerdo a los particulares principios éticos que las definen.

Finalizamos este primer aporte, por demás crítico y polémico, destacando el hecho evidente y prácticamente decisivo de que seguir insistiendo en querer hacer una misma educación sexual «para todo el mundo» se ha convertido y se seguirá convirtiendo en la mejor manera de terminar no haciendo educación sexual «para nadie».

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