El Premio Nobel de Economía no existe

El ampliamente pregonado «Premio Nobel de Economía» no es un verdadero Premio Nobel. Desde hace muchos años, yo y otros hemos buscado corregir este extendido error haciendo recordar a la gente cuál es el nombre real de esa distinción: «Premio del Banco de Suecia de Ciencia Económica en Memoria de Alfred Nobel». Ese banco estableció este premio de un millón de dólares en 1969 a fin de legitimar a la economía como una ciencia.

Desde entonces, los economistas, con su pretensión de saber cómo manejar las economías nacionales, han causado incalculables daños, desde el «tratamiento de choque» que recomendaron para Rusia, hasta sus fórmulas del «Consenso de Washington» para el crecimiento económico (libre comercio, privatización, flotación de las monedas, apertura a los flujos globales de capital, etcétera) que contribuyeron a la inestabilidad financiera y al endeudamiento excesivo. En una reciente entrevista conmigo, Peter Nobel, descendiente de Alfred Nobel, subrayó que «no hay mención alguna en las cartas de Alfred Nobel de que hubiera previsto la concesión de premios en economía. Lo que el Banco de Suecia hizo fue similar a una infracción contra una marca registrada, lo que significa un inaceptable robo a los verdaderos Premios Nobel. Dos tercios de esos premios fueron a economistas de Estados Unidos, a gente que especula en mercados de valores. Éstos no tienen nada que ver con el objetivo de Alfred Nobel de mejorar la condición humana y de propiciar nuestra supervivencia, ellos son exactamente lo opuesto.»

Cuando se concedieron este año los Premios Nobel, varios científicos criticaron públicamente los mal etiquetados Premios en Economía y señalaron que éstos constituyen una confusión que disminuye el valor de otros Premios Nobel. Los matemáticos Mans Lonnroth y Peter Jagers propusieron el 10 de diciembre en el principal diario de Suecia, Dagens Nyheter, que el premio en economía sea ampliado en su campo de aplicación o de lo contrario abolido. Lonnroth y Jagers reiteraron críticas similares en el sentido de que el premio a menudo es otorgado a economistas que hacen un mal uso de las matemáticas al afirmar que tienen métodos óptimos para organizar a las sociedades. Los dos matemáticos citaron a los ganadores del premio de economía 2004, Finn E. Kydland y Edward C. Prescott, como un ejemplo típico del mal uso de las matemáticas. En un artículo de 1977 Prescott y Kydland describieron un modelo matemático que ellos pretenden que puede ser usado para guiar a economías enteras (y por ende a sociedades). La cuestión es que señalan que tal guía es mejor dejársela a los economistas que a los políticos elegidos por el pueblo. La declaración de la Real Academia de Ciencias de Suecia, que seleccionó a Kydland y Prescott, argumenta que «su artículo de 1977 tuvo un impacto de largo alcance en las reformas llevadas a cabo en muchos lugares (como Nueva Zelanda, Suecia, Gran Bretaña y el área del euro) cuyo objetivo es de delegar por ley las decisiones de política monetaria a banqueros centrales independientes.»

Esto es exactamente a lo que muchos legisladores elegidos democráticamente se oponen. Al conceder el premio en economía, el banco sueco, en su contínua y sutil campaña para legitimar a la economía como una «ciencia», aún espera caracterizar al sector económico como políticamente neutral. Precisamente, esas pretensiones de que la economía comparte con la ciencia los valores de la objetividad y de la precisión matemática, han dado a los economistas su mística y su papel predominante en la elaboración de políticas en todo el mundo.

En mi libro Politics of the Solar Age (1982), mostré cómo las teorías de los economistas eran en gran parte hipótesis indemostrables, muy al contrario de lo que sucede en otras ciencias sólidas, que pueden ser verificadas o refutadas empíricamente. Por ejemplo, las ecuaciones que guían a las naves espaciales a la luna o las utilizadas para construir un puente deben ser correctas pues de lo contrario la nave espacial se destruirá y el puente se derrumbará.

Por otro lado, los llamados principios de los economistas son meros conceptos, que a menudo ocultan ideologías políticas o sociales detrás de cortinas de humo de matemáticas de fantasía.

El psicólogo David Loye, autor de Darwin’s Lost Theory of Love muestra cómo se apropiaron en la Gran Bretaña de la época victoriana de la obra de Charles Darwin para subrayar en especial lo de «la supervivencia de los más aptos» y justificar así las divisiones de clases y la competencia entre los seres humanos, pese a que Darwin había sólo mencionado brevemente tal cuestión. Este modelo de naturaleza humana fue adoptado por los economistas como el de su «hombre económico racional» que llevaba al máximo su propio interés en competencia con todos los demás, un concepto que aún se enseña en economía. En cambio, Darwin había puesto el acento en la evolución del altruismo, de la cooperación, de la vinculación, de la participación y de la confianza entre los seres humanos como una de las bases del éxito de nuestra especie. Parece que un gran escándalo científico se está preparando, con los historiadores de la ciencia uniéndose a la polémica. Entre esos historiadores se incluye Robert Nadeau, autor de The Non-Local Universe, con su contundente rechazo a la economía, a la que considera manchada por presunciones que tienen poca base en la realidad. Es preciso seguir con atención la evolución de esta polémica.

(*) Hazel Henderson, economista estadounidense (IPS).

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