Opinion Internacional

La resistible ascensión de Alberto Fujimori

Escribe: Niko Schvartz

Con este signo nace el gobierno continuista: surgido del fraude, se asienta en la fuerza militar y policial para reprimir a una oposición que abarca medio país. A esto se agrega la provocación en gran escala, análoga a la utilizada por los regímenes fascistas para asaltar el poder.

La marcha de los 4 suyos

La magnitud y el poderío de las fuerzas opositoras, expresada en la «marcha de los cuatro suyos», caracterizan la nueva situación. La marcha revivió los cuatro «suyos» del imperio arcaico (Antisuyo, Collasuyo, Chinchaisuyo y Contisuyo) con el paso de las multitudes venidas desde los más alejados puntos del territorio. Demostración de combatividad y participación militante en la América Latina de hoy, desbarataron las maniobras del gobierno para impedir su paso a la capital (sus destartalados camiones fueron detenidos decenas de veces, e incluso dinamitadas las rutas de acceso), y chocaron con las fuerzas represivas al grito de: ¡Abajo la dictadura! Junto a los estudiantes, tuvieron capacidad de organizar los «tambos» –otra tradición incaica– que durante tres días proveyeron alimentos, abrigo y atención médica a los manifestantes venidos del Perú profundo.

Durante la ceremonia de juramento en el Congreso, Fujimori fue abucheado cuando afirmó con rostro pétreo que su objetivo era «fortalecer la institucionalidad democrática». Cartelones exhibidos por legisladores opositores reclamaban ¡Elecciones ya! y aludían a la mayoría comprada que votó su investidura. En efecto, en la elección Fujimori logró apenas 52 legisladores en el Congreso unicameral de 120 miembros, pero compró al número necesario para llegar a 70 votos favorables.

«Esta marcha no se detendrá hasta que caiga la dictadura», señaló Alejandro Toledo, llamando a unir en un frente común a toda la oposición. Está a debate la iniciativa de convocar a un referéndum que obligue a una nueva elección.

La gran provocación

El gobierno continuista desencadenó provocaciones en serie, a cargo de los servicios de inteligencia de Vladimiro Montesinos. Al respecto, Alvaro Vargas Llosa recordó como antecedente la masacre en la Universidad de la Catucha, urdida por dichos servicios. Empezaron por crear el clima mediante la prensa «chicha» y los canales de TV, enteramente a su servicio (y el único que no lo estaba fue arrebatado a su propietario, Baruch Ivcher). «Toledo prepara saqueo de Lima», titulaban dichos diarios. Los manifestantes fueron recibidos a machetazo limpio, con gases lacrimógenos, cañones de agua y perros. Vimos episodio de represión desalmada.

Grupos de jóvenes hicieron frente a los tanques policiales, en escenas que recordaban la demostración del 9 de julio de 1973 contra la naciente dictadura uruguaya. Fueron infiltrados provocadores armados en los «tambos» y en las marchas. A varios de ellos se les incautaron armas, según el Defensor del Pueblo, y por ahí hay que buscar a los responsables de las varias muertes y de los edificios incendiados al estilo del Reichstag alemán en el ascenso de Hitler. Se electrificaron las rejas del Palacio presidencial. Tres aviones de guerra volaron permanentemente sobre los manifestantes, mientras se prohibió que dos helicópteros contratados por la oposición filmaran la concentración popular para mostrar al mundo su magnitud (por cierto no exhibida por los canales internacionales, que flecharon la información en forma indecorosa, y menos por los canales nacionales). A las ambulancias con heridos, incluso graves (y hay varios al borde de la muerte) se les negó el acceso a los hospitales, y algunos fueron llevados con destino desconocido. La Coordinadora de Derechos Humanos señaló que la mayor parte de las heridas se originó en bombas lacrimógenas disparadas directamente al cuerpo.

Esto confirma que el operativo fue concertado en todos sus detalles. Hay varios desaparecidos y centenares de detenidos. La gente no se arredró y se defendió incluso con máscaras antigás caseras, que se conseguían por medio dólar.

Rechazo internacional

Solamente el golpista boliviano Hugo Bánzer y el ecuatoriano Gustavo Noboa (conducido a la presidencia por los mandos militares luego de la expulsión de Mahuad), acompañaron al dictador peruano. Los demás presidentes del continente y del mundo se negaron a comparecer, en decisión política generalizada.

Ningún organismo internacional avaló la farsa electoral. La misión de la OEA encabezada por Eduardo Stein se retiró en protesta antes del 28 de mayo. Después se envió otra misión presidida por el actual secretario general César Gaviria, que mantuvo una actitud crítica. Despreciado por Fujimori, fue otro ausente notorio el viernes pasado.

Todos los fraudes

El largo proceso que condujo a la re-reelección estuvo sellado por el fraude. A esa luz un comentarista argentino señaló a qué extremos hubiera podido llevar a su país un intento similar por parte de Menem. Fujimori dio un golpe de Estado el 5 de abril de 1992, clausuró el Parlamento, destituyó a los integrantes del Poder Judicial, derogó la Constitución y fraguó otra para hacerse reelegir en 1995. Con una mayoría servil en el Congreso la «interpretó luego para presentarse a un tercer mandato, a pesar de estar prohibido a texto expreso. Así lo estableció el Tribunal Constitucional, y Fujimori lo disolvió. Se planteó un referéndum al respecto, y el gobierno lo prohibió. En la campaña electoral de este año, un grupo oficialista falsificó un millón de firmas. En el primer turno, el 9 de abril, aparecieron 1:200.000 votos más que votantes. La autoridad electoral, mero apéndice del gobierno, se comprometió a establecer un sistema confiable para el segundo turno. No cumplió. Pese al reclamo general de posponer el segundo turno lo mantuvo, en connivencia con Fujimori, que corrió solo el 28 de mayo.

El 28 de julio se completó a sangre y fuego este proceso. Pero quizá no esté dicha la última palabra.

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