OPINION INTERNACIONAL

EL ENTORNO DEL G-20

Ayer mismo, millares de manifestantes desfilaron por la City londinense, reeditando la marcha de 25 mil participantes del sábado pasado bajo el lema «Primero la gente» (Put the people first), fustigando a los banqueros y a los dirigentes políticos culpables de la crisis financiera global y llamando al G-20 a cambiar el rumbo y a tomar en cuenta a los nuevos actores de la economía en Asia, Oriente Medio y América Latina. Demostraciones de similares características se produjeron en París y Roma (50 mil manifestantes sosteniendo que «la crisis la deben pagar los banqueros, las patronales y los evasores»), y luego en Berlín, Frankfort, Viena y otras ciudades. Cabe recordar asimismo que la Asamblea de Movimientos Sociales reunida en los marcos del Foro Social Mundial efectuado a comienzos de año en Belém do Pará, Brasil, acordó jornadas contra el capitalismo y contra la guerra en el entorno de la reunión del G-20, reclamando profundas reformas del Banco Mundial y del FMI y la inclusión en su dirección de China, Rusia, Brasil y la India.

Ayer el presidente Lula (acompañado de los ministros Celso Amorim y Guido Mantega y de Marco Aurelio García) fue recibido en el Palacio del Elíseo por su homólogo Nicolas Sarkozy. Este declaró que ambos países comparten «una total identidad de opiniones» sobre la necesidad de una regulación financiera mundial, y que en conjunto prepararon «una contribución común para una nueva coordinación global mundial». Mientras Lula viajaba en tren de París a Londres, fuentes brasileñas anunciaron que su país tenía especial interés en la reforma de las instituciones financieras e insistía en la necesidad de concluir la Ronda de Doha de la OMC para acabar con las tentaciones proteccionistas derivadas de la crisis económica. En una entrevista publicada en la edición del lunes 30 de Le Monde, el presidente brasileño afirmó que ante la crisis mundial los problemas más urgentes son el restablecimiento del crédito y la lucha contra el proteccionismo, al tiempo que expresó su esperanza de que el G-20 pudiera presentar soluciones capaces de contrarrestar los efectos devastadores de la crisis y llevar a una reformulación de la economía internacional a mediano y largo plazo.

Es lo que ha venido planteando, por otra parte, en todas las recientes reuniones internacionales. Ya lo vimos en el caso de Viña del Mar, y se reprodujo en la cumbre de Doha, Qatar, donde se retomó el diálogo pionero iniciado cuatro años atrás en Brasilia entre los países sudamericanos y los países árabes, aproximando e integrando pueblos y culturas. Allí se resolvió establecer conexiones aéreas entre los países, montar proyectos de cooperación técnica en el combate contra la desertificación, crear la biblioteca Aspa (América del Sur-Países Árabes) en Argel y un centro de investigaciones sudamericano en Tánger. El comercio entre los dos bloques saltó de 11 mil millones a 30 mil millones de dólares en cuatro años, de 2004 a 2008, un aumento de 170%. «En 2004 anunciábamos la emergencia de una nueva geografía económica y comercial del mundo, y lo que era en aquel momento una incipiente realidad, hoy, con la crisis mundial, se transforma en imperiosa necesidad», expresó Lula, agregando que el Mercosur está negociando acuerdos de libre comercio con el Consejo de Cooperación del Golfo (CCG), con Egipto, Jordania y un acuerdo de preferencias tarifarias con Marruecos.

Es en esos marcos que destacó el papel que podrían desempeñar en el G-20 Arabia Saudita, Argentina y Brasil, presentando propuestas para una reforma de los organismos internacionales y evitar que la crisis financiera «se transforme en un terremoto social y político». Defendió la conclusión de la Ronda de Doha, precisamente en esa ciudad, en rechazo a las prácticas proteccionistas y para «garantizar a los países agrícolas pobres la posibilidad de transformar el comercio en un motor de desarrollo».

Dijo también que «no podemos permanecer insensibles al sufrimiento del pueblo palestino» y abogó por la creación de un Estado palestino. En ese mismo momento Avigdor Lieberman, ya investido como canciller israelí, declaraba que Israel no estaba comprometido con los acuerdos de Annapolis, suscritos en noviembre de 2007 entre Ehud Olmert y Mahmud Abbas y que prevén la creación de un Estado palestino.

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