Bloqueo. Está impuesto por Israel y Egipto

"La Flotilla de la libertad" y los molestos antropólogos

Utilizamos el microscopio social para contemplar, mediante la visión etnográfica, las culturas de los pequeños o grandes conglomerados humanos en cuanto sistemas singulares, y recurrimos al telescopio social de la mirada etnológica para ordenar el conjunto de culturas en constelaciones significativas, comparando los rasgos, pautas y complejos que las caracterizan.

Cuando nació la antropología, como solapada espía colonialista, se procuraba conocer a los pueblos sojuzgados para dominarlos mejor. No se confesaba este propósito, inscripto en una ideología implícita, y como tal no consciente: la investigación aparecía entonces como un aventurado viaje hacia lo exótico y pintoresco. Se iba en busca de las extrañas y a veces «repugnantes costumbres» ­así se decía­ de los bárbaros y los salvajes. Los gobiernos de los imperios europeos, sin manifestarlo, aprovechaban entonces los resultados obtenidos en el trabajo de campo para aceitar los mecanismos de la dominación.

Hoy los antropólogos estamos en otra cosa y militamos en otros menesteres. Pero siempre preferimos los juicios de realidad a los de valor; en nuestro papel de científicos, distinto al de ciudadanos, no aplaudimos ni condenamos las conductas ajenas; tratamos de conocer, de entender, de interpretar a los semejantes, cuyas cosmovisiones y ergologías difieren de las nuestras. Nos proclamamos libres de etnocentrismos y, si advertimos que persisten y nos andan por dentro, como relictos de un umbilicalismo aldeano, procuramos deshacernos de ellos mediante una sistemática autocrítica. Así despojados y preparados, nos enfrentamos al mosaico de las culturas contemporáneas, protagonizadas por las sociedades «frías», devotas del pasado, poco afectas al cambio, y las sociedades «calientes», cientificistas, tecnocráticas, consumistas, de acelerado pulso histórico.

¿Por qué tan largo proemio, antes de entrar en materia? La contestación fluirá por sí sola: porque el tema sociocultural sometido a las reflexiones que siguen está maleado por la pasión, deformado por los intereses políticos, infectado por el prejuicio. Y la antropología, en estas circunstancias, debe obrar como una escoba, barriendo las migajas de la opinión y la basura de los intereses creados.

 

Libertad si, pero ¿qué libertad?

El motivo coyuntural de esta nota es modesto: está limitado a un solo aspecto de los casi infinitos que rodean al conflicto Israel­Palestina con un cerco de prejuicios, maldiciones, alabanzas y censuras que tienen en vilo a la opinión mundial. Voy a referirme a lo que se puede averiguar, al margen del parti pris y de las interesadas deformaciones o desinformaciones, sobre el antecedente inmediato que obró a modo de disparador de un suceso que hoy conmueve al mundo: el asalto de la marina israelí a un barco de la «flotilla de la libertad», cuyo corolario fue un trágico saldo de muertos y heridos. Quienes invocan dicha libertad, la eleutheria tan venerada por los griegos, y la erigen como insignia moral de su misión, ¿la practican y difunden con democrática amplitud, o solo se trata de un pasamontañas, que encubre el feo rostro de la hipocresía, cuando no el de la mentira? ¿Hay una trayectoria de libertades protegidas y minorías respetadas en la historia inmediata de los turcos embarcados en la flotilla o es preciso recordarles las despiadadas matanzas de armenios, griegos y kurdos para que la memoria de un etnocidio que no cesa ­siguen bombardeando y despanzurrando a estos últimos­ invalide su autoproclamado carácter de humanitarios defensores de los derechos humanos? ¿Y qué títulos pueden mostrar los fundamentalistas musulmanes que ya provocaron en el Sudán kafir (infiel) medio millón de muertos, nunca lamentados por los tremendistas antijudíos: que castigan (Corán, sura IV, vers.38), lapidan y mutilan sexualmente a sus mujeres; que se destrozan ferozmente entre ellos ­suníes versus chíies­; que atentan a mansalva contra las vidas y haciendas de los «infieles» en todas las latitudes; que sueñan con la fundación de una teocracia islámica mundial, ya en marcha en Europa, donde residen 52 millones de musulmanes que han transformado en un oficio el «martirio», esto es el matar y el morir, con tal de desvirgar día tras día, gozosamente, a las huríes que les brindará el anhelado paraíso? Cuanto digo no sale de mi caletre: es noticia en todo el mundo; se trata de un conjunto de hechos innegables y no de una opinión antojadiza.

 

Verum factum

Propongamos, pues, a los admiradores de estos nuevos y dizque pacíficos cruzados, que examinen previamente las credenciales democráticas y los antecedentes filantrópicos invocados por los fundamentalistas islámicos y camaradas de ruta, quizá bendecidos por las autoridades turcas, cuyo fracasado propósito era llevar «ayuda humanitaria» a una Franja de Gaza privada, según declaraciones previas al viaje, de alimentos, remedios e insumos a causa del cerco israelí.

Comienzo entonces por ofrecer los datos que he podido recoger acerca de la presunta negativa de Israel a suministrar cualquier tipo de ayuda a los integrantes del sufrido pueblo palestino que se vieron forzados, claro que a coscorrones y patadas, a vivir en «El ghetto de Gaza».

No creo que todos sepan que el bloqueo de la Franja está impuesto a la vez por Israel y Egipto. Este país islámico, jamás mencionado ni satanizado por los frustrados activistas y las sedicentes corrientes «de izquierda», se encargó de destruir los túneles por donde los palestinos recibían armas en la última contienda con el Estado judío. No he leído en la prensa antiimperialista ni escuchado en la radio o TV, donde campea la judeofobia, palabras de censura contra el bloqueo egipcio. Y sí se han volcado carradas de denuestos contra los israelíes «capitalistas», «fascistas» y «guerreristas». No invento epítetos: repito calificaciones harto conocidas.

Lo que impide pasar Israel hacia Gaza son las armas de guerra. Diariamente, según noticias no desmentidas, llegan a este enclave entre 100 y 120 camiones transportando alimentos, medicinas y otros artículos de primera necesidad. No vienen de ningún poderoso país árabe solidario con los «hambrientos» sitiados. Los envía Israel, sin cargo alguno. Otro dato de buena fuente: durante el último Ramadán, el mes sagrado de los musulmanes, entraron 11.000 cabezas de ganado donadas a los palestinos. Adivine el lector por quién y desde dónde. «Vivimos a oscuras», dicen los jefes de Hamas (Movimiento de resistencia islámica), la fuerza que gobierna en Gaza y se halla en abierta lucha ­pese a que profesan ambas facciones una misma religión regida por un Dios «grande y misericordioso»­ contra Al Fatah (Movimiento de liberación nacional palestina), el grupo que reside y manda en Cisjordania. Por lo que he podido averiguar, la Central Eléctrica de la Franja tiene una escasa producción: no llega al 20% de la energía necesaria. Egipto, el «solidario» hermano musulmán, ayuda con un escuálido 10%. El resto, el 70%, es enviado por Israel, desde donde proviene también el combustible que alimenta la minúscula Central de Gaza. Me enteré, además, de un curioso dato demográfico proveniente de las Naciones Unidas: la expectativa de vida en Gaza es de 73 años. Ello la coloca por encima de las de Bulgaria y Estonia, países miembros de la Unión Europea. Agrego una mención importante: la mortalidad infantil es más baja en Gaza que las del Líbano y Jordania. Y ello sucede en el seno de una sociedad de 1.500.000 integrantes hacinada en 380 km2 de superficie ­el departamento de Montevideo tiene 530 km2 y 1.670.00 pobladores­, lo que supone la existencia de 2.600 personas por km2. Se trata, en verdad, de una tremenda densidad de población, solamente superada por las plétoras humanas de Macao, Hong Kong y Mónaco. Es conveniente aclarar, para que no se empareje el desarrollo con el subdesarrollo, ni la prosperidad con la miseria, ni el orden con el caos, que en los dos últimos lugares se disfruta de altos niveles
de vida, muy superiores a los de la humilde gente palestina que se rehúsa, y con razón, a sentirse extranjera en su patria. Tan desdichados sucesos responden a la negativa de quienes no toleran la existencia de dos estados en una misma comarca semitoparlante, donde habitan desde hace milenios los lectores del libro de un solo Dios, desdoblado en el Yahvé del Tanaj hebreo y el Alá del Corán mahometano. Ambos pueblos, el judío y el palestino, merecen convivir en paz bajo un mismo cielo y sobre una compartida tierra. Como decía Vico: verum factum. La verdad está en las cosas reales, en los hechos objetivos, y no en las flechadas opiniones de las partes en conflicto y de los que desde afuera atizan las llamas del odio y el desencuentro entre los descendientes de un mismo patriarca: el Abraham hebreo, llamado Ibrahim por los árabes.

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