OPINION INTERNACIONAL

EL TSUNAMI EGIPCIO Y EL PELIGRO GATOPARDISTA

A eso sigue apostando el dictador Hosni Mubarak, que tras 30 años de ejercer el poder dictatorial sigue aferrado al cargo, a pesar de que multitudes nunca vistas en el país reclaman que se vaya de una buena vez, como lo proclamaba un cartel en la céntrica plaza Tahrir (Liberación) en un juego de palabras en inglés: «Leave, and let us live» (vete, y déjanos vivir). De alguna manera, esa es la salida que a casi dos semanas del estallido popular inicial del 25 de enero están propiciando EEUU y la Unión Europea, así como Israel. Para EEUU, Egipto es la base de su política exterior para el mundo árabe, y contó con su apoyo en 1991 para el primer asalto y la invasión a Irak. EEUU le proporciona una cuantiosa ayuda de 1.500 millones de dólares anuales, en su mayor parte (mil millones) destinada a fines militares, que se mantiene inconmovible. Otro tanto ocurre con Israel, ligado a Egipto por un tratado de paz (al igual que Jordania, donde ahora el rey Abdalá II debió remover el gabinete Rifai ante las protestas populares), en virtud del cual Egipto le custodia la frontera sur de la Franja de Gaza, bloqueada durante los últimos 4 años. En cuanto a la Unión Europea, que ha apoyado siempre al régimen de Mubarak (se recuerdan los encendidos elogios que pronunció a su respecto el presidente galo Nicolas Sarkozy en su oportunidad), aboga por una «transición ordenada», que en los hechos deje todo como está, con algún mínimo retoque, como adelantar las elecciones de setiembre por un mes.

El gobierno de Israel se ha lanzado de lleno a la defensa del dictador. El presidente Shimon Peres declaró el 31 de enero que «una oligarquía fanática religiosa no es mejor que la falta de democracia». Temen que los islamistas de la Hermandad Musulmana ocupen posiciones en el nuevo gobierno a crearse. La cancillería israelí, a cargo de Avigdor Lieberman, envió un comunicado a los embajadores ante los principales países instándolos a destacar ante los gobiernos locales la importancia que reviste para su país la estabilidad de Egipto, al cual está ligado por los acuerdos de Camp David de 1978 y la posterior suscripción del tratado de paz al año siguiente. Lo que sucede en Egipto recuerda la caída del sha de Persia Reza Pahlevi en 1979. Las manifestaciones que exigían su dimisión se sucedieron un día tras otro al retorno del ayatolah Jomeini y fueron reprimidas en forma sangrienta, pero persistieron hasta que el sha no tuvo más remedio que huir, y Kissinger penó hasta encontrar un lugar donde albergarlo. Ahora, en cambio, Mubarak se niega empecinadamente a irse, promete no presentarse a una nueva reelección y quedó descartado su hijo Gamal, que ya está en Londres. En los hechos, sigue apostando a la represión y a que las movilizaciones decaigan. La represión se ejerce en forma embozada. Los partidarios de Mubarak, que se reclutan entre funcionarios del régimen, la canalla lumpen (como en el nazismo), presos comunes que se liberan a esos efectos y agentes encubiertos infiltrados entre los manifestantes, atacan a estos con armas de fuego, palos y piedras, en enfrentamientos que han durado horas y han dejado un saldo estimado en 200 muertos y 5 mil heridos hasta el «día de la partida» (viernes 4 de febrero). El ejército no ha reprimido, y entre sus miembros se encuentran no pocos que comparten las aspiraciones del pueblo. La represión se ha concentrado particularmente contra los periodistas y camarógrafos que están cubriendo los acontecimientos. Amnistía Internacional y el Consejo Mundial de la Paz han denunciado la represión, y Telesur la detención de su equipo de filmación, como parte de la represión contra la prensa internacional. Al analizar los antecedentes de la situación actual, se ha recordado que al término de la II Guerra Mundial Egipto estaba bajo la brillante dirección de Gamal Abdel Nasser, quien junto a Jawaharlal Nehru (el sucesor del Gandhi), los líderes africanos Kwame N’krumah y Sékou Touré, y Sukarno, líder de la recién liberada Indonesia, crearon el Movimiento de Países No Alineados (NOAL) e impulsaron la lucha por la independencia de las antiguas colonias de Francia, Inglaterra, Bélgica y Portugal, a la cual se sumó Cuba tras el triunfo revolucionario. Egipto nacionalizó el Canal de Suez (que es un punto de mira muy importante en la actual situación) y en 1956 Gran Bretaña, Francia e Israel lo atacaron por sorpresa para revertir esa situación. En su análisis de estos hechos, dice Fidel Castro que «la audaz y solidaria acción de la URSS, que incluso amenazó con el empleo de su cohetería estratégica, paralizó a los agresores». El 28 de setiembre de 1970 falleció Nasser y eso significó, según la misma opinión, «un golpe irreparable para Egipto». ¿Quién vendrá después de Mubarak, cuya suerte de todos modos está echada? La candidatura de Mohamed El Baradei, ex premio Nobel de la paz y titular de la Agencia Internacional de la Energía Atómica (AIEA), con sede en Viena, es poco probable. Los defensores del statu quo apuestan decididamente a Omar Suleiman, hasta ahora jefe de los servicios de espionaje egipcios y encargado en particular de la supervisión del bloqueo a Gaza, y que acaba de ser designado por Mubarak en el cargo de vicepresidente, que antes no existía. Suleiman era el enlace de la CIA en Egipto y a la vez de los servicios de inteligencia israelíes. Desde 1993 dirigió los servicios de inteligencia egipcios y según la periodista Jane Meyer, era el hombre clave en Egipto de la CIA, que secuestraba sospechosos de terrorismo por todo el mundo y los entregaba, entre otros países, a Egipto para someterlos a interrogatorios bajo brutales torturas. Para los partidarios de que nada cambie, es el hombre para el puesto. Mientras estas maniobras se traman a la sordina, la movilización del pueblo es el rayo que no cesa. El viernes fue el multitudinario «día de la partida» (de Mubarak) y ayer salieron a la calle otra vez. Seguiremos con los ojos puestos allí.

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