OPINION INTERNACIONAL

EL ASESINATO DEL PRESIDENTE ALLENDE

He aquí un relato de los acontecimientos en las horas decisivas de aquel día aciago, publicado bajo el título de «Oficiales de la Escuela de Infantería acribillaron al presidente Salvador Allende»: «El grupo del capitán Garrido logra llegar al segundo piso, al Salón Rojo. Allí encuentra a cinco civiles que disparan entre los escombros, entre el humo, el calor. Uno de los civiles es el presidente Salvador Allende junto a cuatro miembros de su escolta personal, los GAP. Llegan otros militares a apoyar al grupo del capitán Garrido, pues allí es el único lugar donde se combate. Un militar de ese grupo dispara sobre uno de los civiles, es el Presidente Allende. Pero no logra alcanzarlo. El capitán Garrido, que está tendido en el suelo protegiéndose de los impactos del Presidente y sus escoltas dispara en ráfagas e impacta al Presidente Allende. Una de las balas penetra en el lado derecho de la cara, cerca de la nariz y bajo el ojo, otras dan en el pecho y estómago del Presidente. Allende se dobla, trata de afirmarse y cae cerca de la puerta de un salón. El teniente de la Escuela de Infantería René Riveros se acerca al cuerpo del Presidente Allende y lo remata. El Presidente tiene más de cinco impactos de bala.»

Eugene Propper, fiscal norteamericano en el caso del doble asesinato en Washington de Orlando Letelier (ministro de Allende) y su secretaria norteamericana Ronnie Moffit, y que interrogó en EEUU al ex teniente de la Escuela de Infantería Armando Fernández Larios, quien era parte del grupo de militares que acribilló al Presidente Allende, escribe en su libro Laberinto: «Poco después de las 2 pm las compañías de infantería penetran en La Moneda. Algunos grupos corren al piso superior en medio del humo y cubriéndose con ráfagas de ametralladora. René Riveros, un teniente de pelo rubio, repentinamente se ve enfrentado a un civil armado que viste un sweater de cuello alto. Riveros vacía la mitad de su cargador en el Presidente de Chile, matándolo instantáneamente con heridas que van desde la ingle a la garganta».

Prosigue el relato «El general Palacios llega a la entrada del Salón Rojo a las 14.45. En el suelo yace muerto el Presidente de la República de Chile, Salvador Allende. Palacios reconoce a Allende por el reloj que éste llevaba. Es lo primero que le llama la atención. El reloj se lo había visto en diversas reuniones. La cara de Allende estaba protegida, al momento de ser acribillado, por una máscara antigas y llevaba puesto un casco de guerra».

El propio general Javier Palacios Ruhman, encargado de asaltar el palacio presidencial de La Moneda, amplió este relato, ya siendo mayor general en retiro, en declaraciones formuladas en setiembre de 1999 en su residencia de Viña del Mar. Dice: «Nos recibieron a balazos los miembros de la guardia personal de Allende. No veíamos casi nada por el humo, pero dominamos la resistencia». Un capitán del regimiento Tacna muere por los disparos del grupo de Allende. «Cuando entramos a una oficina, emergió un muchacho de rasgos araucanos, quien con una metralleta en la mano nos chorreó a balazos. Una de las balas rebotó y me pegó en la mano». En el grupo estaban los tenientes René Riveros, Armando Fernández Larios y los capitanes Roberto Garrido, Mosquera, Rigoberto Rubio, todos de la Escuela de Infantería de San Bernardo, que después pasarían a ser miembros fundadores de la siniestra DINA (remember el caso Berríos). Se dividen en grupos. El grupo del capitán Garrido llega al segundo piso, y allí el relato se entronca con la versión antes citada del asesinato de Allende a manos del capitán Roberto Garrido y el teniente René Riveros.

Sobre los acontecimientos previos al desenlace, hay documentos conmovedores, por ejemplo sobre el pedido de Allende a las mujeres para que se retiren de La Moneda. Expresa el entonces subsecretario del Interior, Daniel Vergara: «Allende suplicaba a sus hijas para que se retiraran en una actitud que era tan extraordinariamente paternal, de un cariño tan estremecedor que todos nos sentimos sacudidos. Las hijas obstinadamente se negaban a abandonar a su padre. En ese instante él ya tenía la convicción de que nos estábamos despidiendo en forma definitiva». Esto afectaba a sus hijas Beatriz (Tati) e Isabel, a la periodista Frida Modak (con quien trabajamos en México), a esposas de ministros y a una enfermera. Todos los testimonios coinciden, además, en la entereza y serenidad que demostró Allende, y su decisión de combatir hasta el último momento.

En la parte final de la documentación reunida se revelan todas las maniobras realizadas (desde las autopsias fraguadas hasta las versiones amañadas en El Mercurio) para urdir la tesis del suicidio, que ahora ha quedado definitivamente descartada. Ya se conoce a los asesinos, con nombre y apellido.

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