HISTORIA. LOS ENTRETELONES DE LA MUERTE DEL LIDER PALESTINO

"Así asesinaron a Arafat", relata la periodista Isabel Pisano

Gaza, 13 de julio de 2003. Al ministro de Defensa de Israel Shaul Mofaz.

Estimado señor ministro: «…Puede Usted estar seguro que los días de Arafat están contados pero permítanos terminarlo a nuestra manera y no a la suya.

…Y puede estar seguro también… que daré mi vida para mantener las promesas que hice frente al presidente Bush». Recibí esa carta en el 2005. Sonaba el teléfono. Era Maie Sarraf, asistente personal de Arafat. Con voz autoritaria, me empujaba a denunciar el asesinato de Abu Ammar, verdadero nombre del líder palestino. No quería escucharla, ni creerle. Ella insistía:

–Vuestra historia fue hace tanto tiempo, reacciona, denuncia el crimen en tu libro: ¡Lo debes a su memoria!

Grité: «Ca suffit! No quiero escucharte más», y colgué. No. Un no enorme se insinuaba en mi mente ante el hecho monstruoso que esa carta proclamaba (el asesinato de mi amado Arafat por alguien de su familia). Las relaciones entre Abu Ammar y Mohamed nunca habían sido idílicas por la ambición de este último. El tiempo es caballero, y el informe de 118 páginas de Al Fatah, la organización creada por Arafat presenta infinidad de pruebas de que el líder fue envenenado. Un guardaespaldas recibió la orden de quemar todos los frascos de medicinas que le habían suministrado. El célebre Amnon Kapeliuk, fallecido, obtuvo de Amon Harel y Avi Issacharoff (autores del libro «La séptima guerra de Israel») la noticia de que había sido envenenado de forma paulatina a través de los medicamentos. Reconocieron que en su libro declararon que el líder había muerto de sida para obligar a sus seguidores a acabar con su leyenda. Yoram Binur, corresponsal de la 2ª cadena de Israel, así como Rony Daniel también corresponsal de la 2ª, sostuvieron lo mismo.

Contacto con Maie en Dinamarca, embajadora de Palestina: intenta disuadirme de que aquella carta que me envió, es una conjura contra Dahlan. Me quedo de piedra. ¿Qué significa ese cambio? Los folios de Mohammed habían sido recuperados del disco duro de su ordenador cuando la disputa entre Abbas y Arafat provocó la expulsión del primero. Dahlan siguió a Abbas. Aunque manuscrita, una copia quedó guardada. Cuando la recibí, no tenía forma de certificar que aquella fuese la letra de Dahlan. Las preguntas sobre la muerte de Arafat en el hospital Carmant de Pearsy, en París, seguían abiertas.

Evoqué el principio: Había conocido a Abu Ammar en Bagdad, durante una conferencia de prensa en la casa de un notable del régimen en las orillas del Tigris. Él hizo su aparición y los periodistas de una TV americana se llevaron por delante una araña de caireles gigantesca. Intentando esquivar los vidrios me senté en el suelo cerca de Arafat. Me miró fijamente y se le llenaron los ojos de lágrimas. Pensé: ¡Pobre, tiene conjuntivitis! Supe más tarde que me parecía a su amada Nada Yashrouti, asesinada por el Mossad al salir de su casa en el Boulevard de Beirut.

Al empezar la guerra del Golfo, Arafat me concedió, en su residencia de El Menzah, en Túnez, una entrevista exclusiva para el Canale Cinque italiano. Había soldados apostados en cada árbol. Me saludó efusivo, recordaba nuestros anteriores encuentros en Bagdad. Todo iba bien. Empecé con las preguntas que el director Fede me había dado. A la tercera, Abu Ammar se puso en pie y mirándome, dijo: –Usted ha tenido más tiempo del que se merece. The interview is finished!

Miré a la troupe desolada, le vi alejarse y grité a su espalda:

— ¡Te quiero! (Se decía en Madrid para subrayar la simpatía que alguien te despierta.)

El traductor dijo Ahebu; en árabe «Te amo». Él se volvió sonriente: « ¿Y si usted me ama por qué no se casa conmigo?».

–Eso está hecho –respondí–, ahora, mañana, pero primero terminemos la entrevista.

Otro recuerdo imborrable… Acabábamos de volver de Argelia, en el avión Antonov AN26 matriculado en Guinea Bissau, regalo de los rusos y que terminaría cayendo durante una tormenta en el desierto de Libia. Viajaba en él también Amy Carter, hija del presidente americano. Él acababa de reconocer el Estado de Israel, yo ya tenía la exclusiva. ¿Puedo regresar a Roma? pregunté.

–No, debes quedarte- respondió. For ever. [Para siempre].

–Si me quedo, es un para siempre para siempre.

Se incorporó y vino hacia mí. «Yo también», dijo abrazándome. Nunca había respetado ni las buenas, ni las malas costumbres; sentí una enorme emoción y la certeza de que era esa la primera vez que un hombre unía sus labios con los míos.

Ninguno de los dos sabía que ambos estábamos mintiendo.

 

El Plan de los 100 días, los asesinatos selectivos y el plan infernal.

Aquel enero del 2001 llegó al poder George W Bush; en marzo lo hizo Ariel Sharon, Palestina está en plena Intifada, los mandatarios quieren parar las hostilidades. George Tenet, director de la CIA, elabora un documento para lograr el cese el fuego. Bush designa a William Burns enviado de USA en Medio Oriente.

Se producen los atentados del 11 de setiembre, excusa para ‘la guerra contra el terrorismo’. La prensa divulga la noticia de que un grupo de palestinos ha cometido el atentado. Imágenes de 15 hombres gritando de alegría dan la vuelta al mundo. La responsabilidad palestina es desmentida en el día, los agentes del Mossad con keffie y disfrazados de árabes, serán acompañados al aeropuerto. ¿Tenían ellos algo que festejar? ¿Tal vez el éxito del operativo? Los asesinos del 11 de setiembre dejaron más pruebas que un elefante en una cristalería; ellas no coinciden con la versión oficial.

La paz con Palestina es un paripé. Las medidas represivas en los territorios ocupados persisten, quieren la rendición sin condiciones de Palestina. La comunidad internacional intenta parar la matanza, Israel bombardea aeropuertos, puertos, destruye todo lo creado por la ONU. Para quienes conocimos y amamos a Yaseer fueron momentos duros, era casi imposible comunicar, Maie lo lograba con el satélite: ¡Están aquí, en La Muqata! (residencia presidencial en Ramallah y ex prisión otomana.) ¡Siete soldados de Fuerza 17 han muerto y no podemos recoger sus cuerpos! Han destrozado todo a su paso.

Mayo 2002, Palestina estaba bajo asedio y yo no paraba de rezar por Arafat y por verle aún, comprobar que había perdonado mis errores. Estaba de viaje con Carmen Romero, diputada por Cádiz, esa gran mujer que trabaja para las mujeres en silencio y con Carmen Chico del PSOE de Andalucía. Llevaban agua a las bereberes del desierto en las montañas del Rif. Un hombre vestido de blanco detuvo la caravana: «Madame Pisanó- Madame Pisanó», llamaba. Era extraño, no conocía a nadie allí, bajé del coche: -Ce moi, dije. «-Vous avez un appel de la Presidence de Palestine». Nunca una montaña habrá visto un descenso tan rápido; una cabina. Era Sanad Salieh, el fotógrafo oficial de Arafat: – Israel ha aflojado el asedio, los tanques se han retirado en los alrededores. El presidente te espera mañana.

¡Dios me había escuchado! Tel Aviv, Jerusalén, el Chek Point de Kalandia, Palestina… ¡Por fin!

Al verle tan envejecido mi corazón tuvo un vuelco. -¡Ha pasado tanto tiempo! Dijo. ­Ha sido un tiempo muy largo…

Arafat dijo a Bassam Abu Sharief, su vicepresidente: Isabel lloró todo el tiempo. -Me dijeron que tú también, respondió Bassam. -Sí, reconoció Abu Ammar, pero se me notó menos.

Dejé Palestina reconciliada con Dios. Ahora una muralla separaba a los palestinos, ellos vivían en la más grande prisión a cielo abierto del mundo. El ejército israelí arrasó Yenin, asedió Belén y atacó la Basílica de la Natividad donde se habían refugiado miembros de la resistencia.

En el 2004 Sharon se decanta por los asesinatos selectivos. El primero en morir es Alí Mustafá jefe de la OLP.

El 14 de abril de 2004 Sharon llamó al periodista y realizador Ury Dan para darle una noticia que haría mucho ruido. Éste se precipita y Ariel le cuenta un diálogo
que queda reflejado en su libro: «Ariel Sharon, conversaciones íntimas con Ury Dan». En Francia desapareció de las librerías de inmediato. Al teléfono Ariel comunica al presidente Bush. ­No puedo mantener la promesa que te hice de no asesinar a Arafat.

Bush respondió: -Dejemos la vida de Arafat en manos de Dios.

Y Sharon -A lo mejor Dios necesita una mano.

Bush guardó silencio. En las páginas 402 y 403 del libro, el lector puede leer que ¡un jefe de Estado confía a otro jefe de Estado la programación de un asesinato! Y se tiene la impresión de que está en Sicilia escuchando a don Corleone.

El 17 de abril de 2004 cayó Abdel Aziz Rantissi. Nuevo dolor, provocación, humillación y sometimiento. Quejas inútiles de la Comunidad Europea. Los asesinos siguen imperturbables por la senda elegida, ostentando una flagrante contradicción entre los derechos y ventajas de un estado democrático pero adoptando la técnica terrorista.

Llamada de Maie: sostiene que Abu Ammar está muy mal y me necesita. Viajo en autobús desde El Cairo hasta la frontera con Taba.

Llego a Ramallah, me dirijo a la Muqata, digo a los soldados en la entrada que quiero ver a Arafat. Espero en la enfermería, donde lo tratan. Viene un hombre que reconozco. Alí, era adolescente cuando su madre le pidió a Abu Ammar que se lo llevase con él. Me dice:

– Usted no puede ver al presidente. -Vale Alí. Respondo y emprendo el camino de regreso, en un estado de ánimo indescriptible. Pero antes hago entrar a Sanad y me cuenta que él estaba como adormecido en una silla. Y este dice al soldado: -Así no puedo fotografiarlo. El hombre da un grito: Ehi, ¡alza la cabeza!

No era más el mismo. Maie volvió a llamarme; no regresé a Palestina.

¿Y Dios? ¿Es posible que se haya ofendido de que Sharon se ofreciese a darle una mano? Sí, mucho. El 4 de enero de 2006 sufrió un ataque cerebral. Lleva cinco años y medio en el centro médico en Haim Sheba del Hospital Tec Hachomer de Tel Aviv. Ni vivo ni muerto sino hibernado. ¿Se encontrará con las víctimas de Deir Yasin? Ariel tenía 20 años, clavó las puertas de las casas de todo el poblado con hombres, mujeres y niños y les prendió fuego. Responsable de la muerte de seis mil personas en Sabra y Chatila, no puede expiar sus crímenes en la muerte, ni pagarlos en vida.

El Tribunal Penal Internacional no logró juzgarlo. Elie Hobeika, el último testigo, explotó junto a su coche el día antes del juicio. La bandera israelí se ha retirado de su casa. Y él desde el limbo contempla su obra.

¡Allah ackbar! Alá es grande.

Y tú Abu Ammar, que no tuviste aliados ni en el cielo ni en la Tierra, descansa en paz en el paraíso de los buenos, el de los que persiguieron el loco sueño de la libertad y de justicia. Ahebu, Inshallah! (Te amo, hágase la voluntad de Dios).

 

Padecía síndrome  digestivo

En el informe se especifica que Arafat padeció un síndrome digestivo aparecido treinta días antes, una enterocolitis, un síndrome de hematogocitosis medular isolado sin síndrome de activación macrofágica sistémica, un síndrome neurológico en estado supurante, fluctuante, luego el coma. Es intencionalmente ambiguo: «No hemos detectado ningún veneno conocido en medicina.» ¿Y qué pasa con los desconocidos como el curare? «Si a un enfermo se le administran los retrovirus del sida estos harán ilegibles todos los análisis».

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