Ariel Caggiani. Escapó de dos dictaduras y se exilió en Suecia

"Yo estuve en la lista del Escuadrón"

Amigo de la infancia de Ibero Gutiérrez, recuerda cómo se enteró de su muerte y las razones por las que debió exiliarse en Chile.

Estuvo detenido 20 días en el Estadio Nacional de Santiago donde fue «interrogado». Gracias a la colaboración del embajador sueco y las coimas «escapó» de la muerte y se exilió en Suecia. Desde allí trabajó en la solidaridad con Chile y Uruguay, y redactó la primera declaración de líderes socialistas y socialdemócratas europeos con nuestro país, que pedía la libertad del general Líber Seregni y de todos los presos políticos.

Ariel Caggiani, quien vive en Suecia y quiere «pegar la vuelta», habló con LA REPUBLICA y dejó parte de su historia.

 

– Ser militante en esa época tenía sus riesgos. Estaba todo el tema de la guerrilla, de los Tupamos y del «26». Por ejemplo, se encontró el cadáver de Ibero Gutiérrez, que había sido amigo mío de la infancia. Vivía en la misma manzana, jugábamos a la bolita, fuimos juntos a la escuela, yo lo visitaba en la casa, y después lo encuentran, ahí, masacrado. El era del «26 de Marzo», yo me había definido por el Partido Socialista. Enterarme de su muerte fue como un escalofrío, una cuestión un poco «irreal». Leí en los diarios esa noticia, algo muy cobarde, muy sucio.

 

–¿Qué recuerdos le quedan de Ibero Gutiérrez?

– Él era más bien callado, pero tenía su veta artística. Pintaba, escribía poemas y pensaba mucho las cosas. Mucho de lo que él hizo, la parte literaria, lo conocí después. Recuerdo que era un gran jugador de bolita. Una vez me ganó todas las bolitas, y me puse a llorar (risas). Después la mamá le dijo que me las devolviera y él me las devolvió.

 

–¿Y de la militancia? ¿Cómo se vincula al Partido Socialista?

–Vi al PS como un partido más democrático que el Partido Comunista (PCU). Además tampoco creí en una revolución armada en Uruguay, que era un poco la línea que apoyaba el «26», que estaba indirectamente apoyando al MLN-T. Pensé más en una vía de reformas, inspirado en el triunfo de la Unión Popular en Chile, que si bien en ese entonces se consideraba reformista era un programa muy avanzado, muy revolucionario. Tuve la influencia de mi tío, que había sido un viejo abogado laboralista, socialista, que defendía a los gremios, y de mi padre, que había sido un viejo afiliado al PS. Además, cuando estuvo prohibido el PS, en la época de Pacheco, ibas en los ómnibus y veías graffities que decían «PS: ¡Vive y Lucha!». Como que se seguía luchando, como que las ideas no se pueden prohibir.

 

–¿Por qué debe exiliarse en Chile?

–El exilio se da porque se descubre que aparezco en una lista del «Escuadrón de la Muerte», que había matado a Ibero. Estaba el nombre de Ibero, el mío, y había otros más. Incluso mi casa estaba siendo vigilada.

 

–¿Quién tenía la lista?

–El nombre prefiero no darlo, pero era un conocido dirigente de la JUP y miembro del «Escuadrón». Durante la dictadura el Ejército uruguayo lo mandó a EEUU y de ahí lo expulsaron porque lo encontraron robando un negocio. Tengo información de que estuvo vinculado al Consulado uruguayo en Noruega donde decidía a quiénes le iban a dar pasaporte y a quiénes no. Después Sanguinetti, cuando llegó al gobierno, le dio la concesión de ondas de radio en Colonia. Últimamente trató de conseguir la concesión de ondas de televisión por cable y por esto le hizo un juicio al Estado.

 

–¿Cómo fue el exilio en Chile?

–Me detuvieron después del golpe cuando trataba de salir. Me había quedado para apoyar la resistencia. Cuando estaba por pedir «salvoconducto» me reconoció un soldado. Dijo que yo había estado entrando al Palacio de la Moneda, y que había sido asesor de la señora Allende, cosa que no era cierto. También dijo que los uruguayos sabíamos manejar armas. Me llevaron a la Comisaría y me dieron una primera paliza, me robaron el reloj y después al Estadio Nacional de Santiago.

 

–¿Estaba con otros uruguayos?

–En ese entonces no. Pero después me pasé con otros que estaban siendo tratados «mejor». Les habían hecho un interrogatorio formal y después los habían llevado al Estadio. Lo que no sabía entonces era que se estaba analizando entre los militares asesinarnos a todos los uruguayos que estábamos ahí, que éramos 54. De los uruguayos al que más recuerdo es a Julio Baráibar, que era el que estaba a cargo de llevar adelante la voz nuestra. Era quien negociaba con los militares, un muy buen negociador. Había muchos de los que no conocía los nombres. Estaban con pasaportes y nombres falsos. Decían que eran artesanos, en realidad eran fugados de Punta Carretas.

 

–¿Cómo se da su salida del Estadio?

–Creo que lo que más influyó fue que se coimeó a policías y militares, se les dejó la llave de talleres y departamentos que tenía este grupo de ‘artesanos’. Cuando Pinochet supo esto, mandó matar al coronel Labandero, que era el encargado de la cuestión. Otro factor que influyó fue que el embajador sueco vino al Estadio y nos ofreció asilo. Estábamos rodeados de militares y nos dijo: «Yo querer llevar a ustedes, todos, a Suecia, socialistas, comunistas, tupamaros». Nadie quería reconocer que era de izquierda, y mucho menos los tupamaros, porque era muy peligroso. Después se hizo una reunión con el Secretariado de Acnur (Alto Comisionado de Naciones Unidas Para los Refugiados) que vinieron al Estadio. Se hizo en las graderías. Al principio el oficial encargado de los detenidos dijo que el Ejército de Chile garantizaba nuestra seguridad, y que estábamos gozando de buen aire y buena comida. ¡Como si fuera un hotel eso! La comida era una porquería, porotos lavados que a veces estaban podridos, un pedazo de pan y un café lavado por la mañana. El oficial les prometió que a los extranjeros nos iban a interrogar una sola vez, y había gente a la que interrogaban cinco veces y eso era muy difícil soportar.

 

GOLPES, PATADAS

– ¿Cómo fue la llegada al Estadio Nacional?

– Nos llevaron en un ómnibus militar con soldados armados sentados en los asientos. Nosotros íbamos en el piso, boca abajo, e incluso nos habían puesto una escalera arriba. Llegamos y nos hicieron poner contra la pared, de plantón, no se cuantas horas con los brazos para arriba y las piernas abiertas, con lo que se te entumecían los brazos. De ahí pasamos a dormir en un camerino donde había 70 personas. No había lugar para dormir todos, algunos estaban de pie, otros sentados y otros acostados. Había algunos que estaban heridos fruto de las torturas.

Un día me llevaron a interrogar, en una columna como de 300 presos con guardias a los costados, adelante y atrás. Nos llevaron a un velódromo. Llegamos a un lugar donde se escuchaban gritos de gente, alaridos, y máquinas de escribir. Eran golpes y patadas y golpes y preguntas: ‘¿Dónde están las armas? ¿Viniste a entrenar guerrilleros? ¿Quiénes son tus compañeros? ¿A qué Partido perteneces?’.

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