Adelanto del próximo libro del politólogo Jorge Lanzaro, en el que analiza los motivos que tuvo el Frente Amplio para convertirse en un "partido agarra todo"

La izquierda uruguaya en la senda del "catch-all party"

LA REPUBLICA tuvo acceso a los capítulos esenciales del trabajo de Lanzaro. En ellos, el investigador sostiene que los resultados electorales alcanzados por la izquierda son expresión de «una evolución de largo aliento, a través de la cual el Frente Amplio se desenvuelve como catch-all party y habiéndose iniciado como una coalición de partidos, pasa luego a ser un partido de coalición –convirtiéndose de hecho en un conjunto unificado– en ancas de una transformación duradera del sistema de partidos y del régimen político. Este proceso hace parte de una rotación histórica mayor –que hemos caracterizado como «segunda» transición– a través de la cual el Uruguay acompaña el «cambio de época» que se produce en el mundo a fin de siglo, tramitando a su manera la reforma de su modelo de desarrollo, de la economía, del Estado y de las instituciones políticas»

El politólogo remite al investigador Otto Kirchheimer, quien dibujó el perfil de los catch-all parties, o partidos «de todo el mundo», que «agarran todo». «La tipificación –que es un punto de referencia básico en los estudios de Ciencia Política– remite a un proceso a través del cual los partidos con afectación de clase y una fuerte ‘denominación’ ideológica, que construyen encuadramientos colectivos, tejen redes de ‘integración’ social y operan como complejos ‘de masa’ en un sentido clásico, tienden a convertirse en núcleos de ideología ‘blanda’ y remueven su condición de abogados parciales de una classe gardée o de un grupo social determinado, para aspirar a otra ‘generalidad’. En el viaje, ponen por delante las preocupaciones electorales y buscan antes que nada obtener puestos de gobierno, reclutando el voto –‘diversificado’– de sectores amplios de la población», afirma el texto.

Esa mutación, añade el politólogo, es acompañada, además del cambio ideológico y la redefinición de los discursos «anti-sistema», por «la centralidad de la estrategia electoral, los giros en la «representación» y en el tratamiento de demandas (…) una nueva insistencia en la figura de los dirigentes y otros patrones de liderazgo, un enfoque distinto de las controversias, otra responsabilidad política y otra manera de encarar las reglas de la competencia, el cambio de estilo en la relación con los integrantes del arco de partidos, los organismos corporativos y los demás agrupamientos sociales, la reubicación, cuando no la rebaja, de las conexiones ‘orgánicas’ y un aumento de las adhesiones individuales, la reformulación de los aparejos electorales y de los ejercicios de propaganda».

De ahí que la izquierda uruguaya, nucleada en el FA, constituya, en opinión de Lanzaro, un ejemplo bastante ‘clásico’ de catch-all party, Sin embargo advierte que el itinerario «atraviesa por distintas etapas y presenta sus peculiaridades, como las tienen todos y cada uno de los casos de referencia en el horizonte comparado: en virtud de su biografía y de su relación con el movimiento sindical, de sus afluentes y de sus dinámicas propias, así como del ‘entorno’ en que se desenvuelve, derivado de las características singulares de las instituciones políticas y de la forma de estado, del sistema de partidos y los patrones de competencia»

 

El peregrinaje

Lanzaro establece tres estadios previos al arribo al «partido agarra todo». Uno primero a partir de 1940 caracterizado por una etapa «corporativa» de la izquierda, contemporánea del segundo batllismo. Un segundo período es «el de la ‘nacionalización’ de la izquierda, de las experiencias de la década del sesenta que culminan con la fundación del Frente Amplio». Finalmente un tercero que «se inicia con los lances de la transición democrática –a partir de los años 1980– y llega a nuestros días, recorriendo a su vez varias escalas: un tiempo en el que el Frente Amplio se irá consolidando como un partido de ‘nuevo tipo’ y pronuncia a la vez su ‘tradicionalización’, pasa por procesos de integración política y moderación ideológica, recomposición orgánica, disputa interna y cambios en el liderazgo, debiendo afrontar las tensiones entre la lógica de oposición y la lógica de gobierno –el enlace contradictorio entre la ‘función electoral’ y la ‘función gubernamental’– a raíz de su propio crecimiento y de los desafíos de la competencia, en un cuadro institucional y político que en el camino se modifica».

En la época del «segundo batllismo» la izquierda se conforma –sostiene el politólogo– con «partidos de ideas», al poner por delante las definiciones doctrinarias y los prospectos alternativos de sociedad. La consecuencia es «audiencia electoral muy baja y practican un oficio ‘principista’, ‘testimonial’ o de ‘picana’, subordinado a la collera de blancos y colorados, actuando en general desde la oposición y en ciertas materias, como ‘partidos de apoyo’ (…). Al mismo tiempo obran como núcleos significativos de integración social, con un dominio sindical robusto, que se irá consolidando, en base a las pautas del modelo de desarrollo y al diseño del estado, al ritmo de la competencia entre los distintos sectores político-gremiales».

 

Cable a tierra

En la fase siguiente, a partir de la crisis del Uruguay «batllista» y del quiebre de 1958, asistimos, añade Lanzaro, a la «nacionalización» de la izquierda (en el sentido de Gramsci). «El proceso implica una reformulación ideológica, que remonta la ajenidad ‘universalista’ de los discursos precedentes, propone otros giros de cultura y plantea una ‘disputa por la nación’, a través de una relectura de la historia y de nueva proclamaciones políticas, en enlaces articulados de pasado y presente, mediante una pauta competitiva de (re) ‘invención de la tradición».

En el mismo período, la izquierda adopta una lógica de «frentes»(con los ensayos iniciales de la Unión Popular y del Fidel), «a través de incursiones que tienen una suerte variada, pero que a la larga vendrán a mejorar su fuerza política y su performance electoral».

Paralelamente, el movimiento sindical se unifica en torno a una plataforma «que excede las reivindicaciones particulares, operando como agente de convocatoria ‘general’, bloque de veto y cuerpo de organización política, con vuelo propio y cierta proyección de autonomía, pero asimismo, como vector de fuerza, ‘público orgánico’ y clientela electoral de los experimentos ‘frentistas’ de la izquierda. Estos desembocan finalmente en la fundación del Frente Amplio, en 1971: una coalición ‘nacional y popular’ algo inaudita, llamada sin embargo a perdurar, que une a los veteranos de la izquierda (socialistas, comunistas, independientes), con la democracia-cristiana y sectores desprendidos de los partidos tradicionales. Mediante pases de contraposición, pero asimismo de enlace, también surgen en los años sesenta, los Tupamaros y otros ‘focos’ de acción armada», observa el texto. En esas circunstancias –agrega párrafos más adelante– la izquierda hace sus primeros «pininos» de «tradicionalización», admite, más abiertamente el juego de «personalidades», recurre sin pudores al mecanismo de la «ley de lemas» –que tanto había denostado– y usa los arbitrios comunes de la competencia electoral, abriendo una brecha en el añoso bipartidismo dominante. «El general Líber Seregni, candidato unitario en la final de 1971, que irá probándose como dirigente, en las vicisitudes de la época y en la resistencia a la dictadura, es en este sentido una figura emblemática».

Según Lanzaro, en la polarización creciente, que descompone el régimen institucional, «la izquierda queda atravesada por emergencias que desconocen el pluralismo y militan en un jacobinismo abrupto, adentrándose en una lógica adversativa, con cierto menosprecio por las
reglas de una democracia «formal» que había tenido su época de oro, pero que pasa en aquellos años por una fase de deterioro, es agredida desde distintas tiendas y terminará sufriendo una ruptura catastrófica».

Mientras afirma su «tradicionalización», agrega, la izquierda se coloca «de frente» a los bandos que monopolizaban anteriormente esa tradición. «Lo hace con un perfil opositor abierto, con un tono de «exterioridad» e «incontaminación» respecto al sistema que ellos presiden, prolongando la repulsa contra la ‘política criolla’, en una sintonía de ruptura y de ‘contrahegemonía’, que tiene visos de exclusividad y encierra una hipótesis de exclusión. Los propósitos de defensa de la democracia amenazada y la concurrencia a la arena electoral –que están en la raíz de la fundación frentista– vienen de esta manera asociados a un cierto apartamiento de las reglas del pluralismo, justo en el momento en que éste perdía la efectividad que había tenido hasta entonces, como regla de convivencia partidaria y como principio institucionalizado de las dinámicas uruguayas de gobierno».

La ambivalencia política resultante está vinculada, en opinión del autor, a la textura «dualista» que los desarrollos de la izquierda exhiben en aquellos arranques, «en una combinatoria de movimiento y partido –coalición social y coalición de partidos– que la misma pauta «frentista» recogía: en su hermandad con el sindicalismo, las federaciones estudiantiles y otros actores sociales, pero también dentro de su propia estructura de organización y por su vocación envolvente, de representante «popular», privilegiado, si no exclusivo. Este anclaje «social» y «movimientista» se manifiesta directamente en la militancia de masas, para constituir un resorte de poder, que se coteja con los otros poderes y compite con los partidos, desafiando la autoridad consagrada por el sufragio y las legitimidades de origen ciudadano».

 

Catch all party

En la etapa que se abre después de la dictadura, el FA «entra a su vez en un curso de mutaciones, que al cabo de dos décadas registra efectos de magnitud significativa. Lo hace sin embargo a partir de sus marcas de origen y del rastro de biografía de la izquierda nacional, en un proceso que combina lo viejo y lo nuevo, la tradición y la innovación».

Es en la transición donde la izquierda ratifica su presencia, «deduciendo una tercería de relevancia: gracias a su papel en la recuperación democrática y a la performance electoral subsiguiente, en virtud de una transformación sustantiva y por la incidencia en los modos de gobierno. En estas alternativas se irá perfilando como un partido de ‘nuevo tipo’ –que afirma las diversas aristas de la condición de catch-all party– al paso de una serie de cambios mayores en la ingeniería política, en el sistema de partidos y en los patrones de competencia, que labran a su vez los surcos de la ‘segunda’ transición: ese proceso de reformas estructurales, que impulsa una rotación histórica en el modelo de desarrollo, en la armazón institucional y en la silueta de los actores».

Parte del proceso está definido por la propiedad de «integración» y «aprendizaje» que realiza la izquierda frenteamplista. Para Lanzaro la conducta se define por: «integración a la política democrática y a las instituciones representativas, integración al sistema de partidos y a la competencia electoral, con un respeto por el pluralismo –irregular, pero crecientemente asimilado– mediante gestos de reconocimiento mutuo y en una pluralidad que su propia presencia viene a a extender. Este proceso será favorecido por el espíritu ‘inclusivo’ con que se encaró inicialmente la reconstitución del régimen civil y se confirma en la etapa que sigue, en base a las formas que adopta el desarrollo del Frente Amplio, su inscripción política y las lógicas ‘moderadas’ de conflicto».

 

Moderación del discurso

Es aquí, añade el texto del politólogo, que la izquierda acentua su «tradicionalización», en las dos dimensiones –articuladas– que el fenómeno tiene. «Primero, porque va asentando su propia tradición política, como elemento constitutivo de sus trazas de identidad y de cultura. Y segundo, porque opera en un esquema competitivo que la lleva a la vez, a ‘parecerse’ y a ‘diferenciarse’, con respecto a los partidos ‘tradicionales’, el Partido Colorado y el Partido Nacional, que fueron los socios fundadores del sistema y mantuvieron un dominio exclusivo, durante bastante más de un siglo».

Tras señalar la participación de la «falange frentista» en las movilizaciones y negociaciones que moldean la salida, incluido un desempeño significativo en el «Pacto del Club Naval» y en la «concertación», Lanzaro observa que la izquierda incorpora los «valores democráticos y renueva sus credenciales. «Aunque los distintos sectores tiran desparejo, registrándose altibajos, repliegues y tramos a la deriva, una vez en democracia, la izquierda entra de lleno a las arenas públicas, interviene a su manera en las alternativas políticas y aunque acude algunos compromisos, más que nada pesa en los juegos de ‘bloqueo’ y en las coaliciones ‘negativas’, obstaculizando durante varios años el acercamiento de los dos partidos tradicionales. El Frente Amplio adelantará asimismo en los experimentos de gobierno a nivel municipal, en una gestión sin sobresaltos y con algunas novedades, aportando su sello y cobrando legitimidad. Por otro lado, hace sus pruebas en el trabajo parlamentario y llega a tener su sitio en los organismos de contralor (Tribunal de Cuentas, Corte Electoral). Durante el primer mandato de Sanguinetti (1985-90) ingresa a los directorios de varias empresas públicas, en una clave de coparticipación, que posteriormente no se renovará y que la Reforma Constitucional de 1996 sujeta a reglas limitativas».

Este «progreso», sostiene el politólogo, se vincula con la aparición de nuevos liderazgos, «la variación ideológica y un derrotero político relativamente moderado. Es un momento de inflexión, en el que están vencidas las antiguas certezas y las claves de doctrina. Los asentamientos históricos, la ‘nacionalización’ iniciada en los sesenta, los lugares obtenidos en la resistencia, en la transición y en la democracia restaurada, permiten sortear los efectos que de otra manera pudo tener el ‘derrumbe’ del socialismo real».

Aunque mantiene la «hermandad» con los sindicatos y hay acciones notorias de convergencia, «el cuadro de relacionamientos se irá modificando de más en más –en términos de autonomía, de distancia y aun de conflicto– merced a la evolución específica que cada cuerpo experimenta. Las gremiales de trabajadores por un lado: en virtud de las transformaciones de clase y de la acción colectiva, la descentralización y las fragmentaciones, el reflujo hacia la «especialidad» laboral, las rebajas en la proyección política, en la capacidad de convocatoria y en la densidad organizativa, en fin, la serie de cambios que van modificando la estructura, los vectores de fuerza y el lugar del sindicalismo, en las nuevas configuraciones del mercado, del estado y del sistema de poderes. El Frente Amplio del otro: en virtud de las lógicas que privilegian la competencia electoral y su expansión en esta clave, la diversificación en sus acciones políticas y en el arco de relaciones –a nivel de partidos y de actores sociales– los perfiles de reclutamiento ciudadano y de representación, las modalidades de ejercicio de la oposición y su acceso a las gramáticas de gobierno, en la órbita nacional y departamental, en particular, por los requerimientos crecientes que plantea la gestión en la Intendencia de Montevideo».

No obstante, continúa Lanzaro, el FA sigue apegado en buena medida a sus líneas de izquierda «social». «Aun en
medio de los cambios que se registran, ese carácter sigue siendo una seña distintiva e incluso se renueva, en los llamados políticos generales, en el sistema de vínculos que cultiva y por algunos sesgos de las políticas impulsadas desde la administración capitalina, operando cierto traslado de las acciones de integración social: hacia los desempeños del gobierno municipal y las organizaciones no gubernamentales, en redes que componen su ‘parentela’ y recrean la clientela electoral, proponiendo nuevas formas de ‘reconocimiento’ y de representación de los núcleos sociales.

No obstante, el anclaje que todavía tiene con los públicos ‘orgánicos’ y la clase trabajadora cede espacio a una política de ciudadanos mucho más abierta y a una nueva fisonomía de conglomerado ‘popular’, acentuando largamente los perfiles de catch-all party que aparecieron antes de la dictadura».

La consolidación de su naturaleza de partido, maquinaria electoral y aparato con aspiraciones y responsabilidades de gobierno, desplaza –advierte Lanzaro– o reformula las lógicas militantes.

«Y va acompañado de la declinación de las aristas de ‘movimiento': tanto en lo que respecta a su conformación propia y al sistema interno de representación orgánica; como a su calidad de partícipe y animador de un ‘frente social’, que se mantiene, pero se reconfigura, presenta rasgos muy distintos a los que pudieron prosperar en el pasado y queda en todo caso subordinada, por la condición prioritaria de partido político, las estrategias de competencia y el empeño determinante de progreso electoral».

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