Con armas. "Ni los imperios ni los revolucionarios pueden alcanzar sus objetivos"

Vale la pena volver a escuchar a Fidel Castro

Con Fidel hace tiempo que no hablamos ( mejor dicho: el nunca habló conmigo, aunque yo sí con él), aunque en mis años jóvenes el diálogo unívoco (¿será posible eso?) fue casi permanente.

Recuerdo que estaba en el liceo, tomaba el Granma, me paraba arriba de la cama y leía en voz alta los discursos de Fidel a lo Fidel, con ese tan particular tono cubano. Es que Fidel, el Ché, Camilo y tantos otros jóvenes cubanos se habían atrevido a gritarle a la cara al imperialismo norteamericano (hoy decimos estadounidense y con razón porque México y Canadá no tienen nada que ver con la categoría imperialista) que estábamos cansados de que los rubios del norte hicieran lo que quisieran con los del sur del Río Bravo, siempre con la complicidad de nuestras oligarquías criollas.

Estar con Cuba en la década del 60 era todo un desafío y por cierto bastante molesto. Más cuando a mi madre, invitada por la Federación Uruguaya del Magisterio, se le ocurrió visitar Cuba y lo peor fue que a la vuelta se le ocurrió decir que le había gustado lo que había visto.

La derecha canaria, encabezada por la Iglesia Católica local, hizo lo imposible para que toda nuestra familia fuera catalogada de comunista, cuando todos éramos batllistas. Pero de tanto insistir lograron que algunos de nosotros termináramos en el PCU y todos en el Frente Amplio. Fracasaron, por cierto.

Esos militantes de la Iglesia, por cierto, eran bastante particulares. Por debajo te cortaban las patas, pero cuando necesitaban a un médico iban a ver al viejo porque no les cobraba o les cobraba poco. Bueno, son cosas de la vida que se perdonan, pero que no se olvidan.

Pasaron los años y seguí hablando con Fidel, sin que él lo supiera. Hasta que en horas del amanecer del 13 de julio de 1989, fueron fusilados en Cuba el general de división Arnaldo Ochoa, el militar más condecorado de la historia cubana contemporánea, el coronel del Ministerio del Interior Antonio de la Guardia y los oficiales Amado Padrón y Jorge Trujillo.

Días después leí con detención el juicio a Ochoa, que se había publicado en Bohemia. Esa noche no pude dormir. A pesar de todo este drama, tuve contactos con Fidel no muy frecuentes, pero sí periódicos. Es que al abuelo no se lo olvida. Luego vino su enfermedad y allí comencé a interesarme más por él, fundamentalmente del punto de vista humano.

Ese tozudo viejo revolucionario, contra todo lo previsto, desde hace unos meses ha resuelto volver con la misma pinta de antes, con más años y nanas que antes, para decirnos muchas cosas. Y ha logrado que otra vez vuelva a conversar con él, aunque sea una relación que no es de ida y vuelta. Como antes.

Analistas de todo tipo, de derecha y de izquierda, creyeron que Fidel va a terminar sus días disparando dardos verbales contra el imperialismo yanqui. Pero su postura fue y es otra. Abrazó con fuerza la bandera de la paz y llamó al presidente de Estados Unidos, Barack Obama, para que no sea cómplice de Israel en un posible ataque nuclear a Irán.

Por un lado le tiró sobre la mesa toda la responsabilidad a Obama, pero a la vez tuvo palabras de reconocimiento. «Obama no es imbécil como Carter o un loco como Bush», «no es un individuo que le esté deseando el mal a los demás, tiene una cultura, es un excelente orador, con mucha simpatía» dijo.

Si bien llamó a toda la humanidad a influir sobre Obama, no convocó a la guerra. «Llega un momento en que ni los imperios ni los revolucionarios pueden alcanzar sus objetivos por la vía de las armas», señaló mi viejo amigo.

Su reaparición pública coincidió con la crisis Colombia- Venezuela. También ante tan dramática situación, Fidel se paró con moderación e inteligencia. El mundillo de los ultras, tanto de derecha como de izquierda, se sorprendió ante su clara postura. «No hay ni la más remota posibilidad de que Colombia ataque a Venezuela»·, dijo Castro en la entrevista concedida a cinco periodistas del canal venezolano Telesur.

Las razones que esgrimió Castro fueron las siguientes: «primero porque no le interesa, segundo porque no puede, tercero porque no quiere, cuarto porque sabe que las consecuencias serían desastrosas».

Fuentes diplomáticas latinoamericanas aseguran que Fidel terminó influyendo positivamente sobre Hugo Chávez, para que se plegara a la negociación y no a la confrontación con el presidente colombiano Juan Manuel Santos.

Se dice, sin que nadie lo haya desmentido, que en las conversaciones reservadas y públicas entre Venezuela y Colombia fueron fundamentales las acciones de Lula, Fidel y Gabriel García Márquez, un viejo conocido de Santos, quien durante su campaña electoral visitó Aracataca, el poblado que vio nacer al Premio Nobel de la Paz y con quien además se reunió en México.

Fidel está ahí otra vez, con la bandera de la paz en la mano. Sería bueno que Obama lo escuchara. Yo, por lo menos, lo he vuelto a escuchar, aunque más no sea para volver a discrepar sobre la nueva sociedad que hay que construir.

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