José era querido por miles de familias como un hermano de sangre

Compañero del alma

Luego la charla derivó en tu trabajo, en las historias de tus canciones, esas que ya no son tuyas, viejo animal, porque ya son de todos.

Te cuento que en casa, ayer durante todo el día sonó el teléfono. Todos te querían, todos te seguirán queriendo.

Tantos años, tanto tiempo compartiendo dolores, alegrías y esperanzas. Noches de vino y amores compartidos, noches de música y poesía, en mi casa que era la tuya, en la tuya que era la mía, en la de otros, en mostradores, en asados con amigos, en la soledad de carreteras, en tantos lados.

Ahora te fuiste por ahí. Te adelantaste, como dicen los mexicanos. No se donde estarás, pero sé que estás en algún sitio, en ese lugar en que siempre imaginamos que nos estarán esperando otros que también se nos adelantaron.

Con tu melena canosa y el bigote negro en rebeldía, con tu sonrisa buena de hombre bueno, con tus chiquilladas, con tu nobleza a cuestas, con tus canciones y tus relatos, con tu ternura siempre a flor de piel, con tus manos extendidas a quien las precisa, con tu mirada pícara.

Allí estarás con tus guitarras, la de Holanda y la de Uruguay entonando la penúltima, por que vos bien sabés, viejo animal, que aunque te fuiste por ahí, la última siempre estará por llegar.

Y voy a contar algo, no a vos, sabés, sino a los miles o millones que te quieren.

Algo que vos nunca quisiste que se supiera por aquello de que cuando uno hace algo por alguien, se hace y basta. Sin embargo, quiero contarlo.

En 1977 0 78 no recuerdo bien, vos estabas en el exilio mexicano, en Tepoxtlán, cuando recibiste la llamada desesperada de un compañero uruguayo que estaba en Nicaragua. Te dijo: «José necesitamos ocho mil dólares para sobornar a dos milicos en un cuartel en Managua. Es la única manera que podemos salvar la vida a dos compañeros presos que mañana van a ser ejecutados por la tiranía de Somoza».

Vos, sin saber en ese momento quién era el que te llamaba y aunque apenas contabas con dos mil le contestaste: quedate tranquilo, ¿cómo envío la guita? Luego llamaste a Pepe Guerra que también estaba en México y a otros uruguayos.

Juntaron el dinero y al otro día, los dos tupamaros uruguayos que se habían enrolado en las fuerzas del Frente Sandinista de Liberación Nacional fueron sacados clandestinamente de Nicaragua rumbo a Francia. Les salvaste la vida.

Nunca lo quisiste contar, sin embargo ellos me lo contaron y creo que estas cosas se deben conocer, no por vos, sino por tu ejemplo, porque saber que estas cosas pasan nos hace bien a todos.

Nos hace seguir teniendo confianza en los más altos valores de la naturaleza humana.

Sé que te fuiste feliz, trabajando, esperando con ilusiones el reencuentro con la familia.

Hace apenas cuarenta y ocho horas estabas rebosante de energía, ideando nuevos proyectos. Todos te debemos algo por la belleza que sembraste en nosotros durante tu existencia.

Yo particularmente te debo mucho, también la vida y te debo tu libro biográfico, ese que durante tantos años me impulsaste para que escribiera.

Ahora, parafraseando a Benedetti quiero decirte: donde estés, si es que estás, si estás llegando aprovechá por fin a escribir aquella historia que decías era inacabable. Aprovechá a colmar tus oídos con todas las músicas posibles. Donde estés, si es que estás, si estás llegando, se que también hay otros dignos de recibirte, querido José.

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